¿Y si Salvador Dalí hubiera comido en el Bulli?
«El juego entre realidad y ficción que propone Pujol no solo es lícito, sino que es estimulante»
Diría que a Salvador Dalí, que tenía muy claro que él mismo era su primera gran creación artística, le habría divertido verse convertido en personaje de una película. Es lo que sucede en Esperando a Dalí de David Pujol, en la que el pintor está omnipresente, aunque solo se le ve de lejos o de espaldas, lo cual es una buena decisión por parte del director, porque le insufla un aura de mito viviente. El punto de partida de la propuesta es: ¿qué hubiera sucedido si Dalí hubiese comido en el El Bulli? ¿Cómo hubiera sido el encuentro del genio con Ferran Adriá, el geniecillo de la llamada cocina de vanguardia, o con menos ínfulas cocina creativa? El encuentro no se produjo jamás, pero la propuesta es ingeniosa.
Pujol ha construido una ficción sobre dos figuras vinculadas con el Ampurdán a las que conoce muy bien. Sobre ambos ha rodado documentales interesantes: elBulli: historia de un sueño (2009) y Salvador Dalí, en busca de la inmortalidad (2018). En su nueva película, ambientada en 1974, dos hermanos cocineros que se llaman Fernando y Alberto (y digamos que se parecen bastante a Ferran y Albert Adriá) se ven obligados a huir de Barcelona y pasar un tiempo escondidos. El motivo: Alberto anda metido en el activismo político y con unos colegas ha prendido fuego a un edificio oficial. Un amigo francés de aires muy sesentayochistas los invita a acompañarlo a Cadaqués y trabajar en el restaurante del padre de su novia. El establecimiento se llama El Surreal en homenaje a Dalí y el propietario es un francés extravagante y ambicioso, obsesionado con conseguir que el famoso artista acuda un día a comer allí para hacerse publicidad.
Lo de intentar utilizar a Dalí como gancho publicitario era una realidad en aquellos tiempos. El pintor vivía parte del año en Portlligat, en una residencia con toques extravagantes (como los enormes huevos visibles desde el exterior), pero nada ostentosa. En realidad era la unión de varias casas de pescadores. En la actualidad es un museo cuya visita merece la pena porque permite hacerse una idea de cómo era la intimidad del artista. En la década de los setenta, Cadaqués atraía a un público bohemio y era frecuentado por personajes de la gauche divine barcelonesa y por hippies extranjeros, algunos de los cuales formaban parte de la corte de los milagros del genio. Alrededor de su casa merodeaban admiradores, periodistas ávidos de un titular llamativo y también unos cuantos arribistas y aprovechados.
«En cuanto al Ferrán Adriá real, entró a trabajar en El Bulli como jefe de cocina en 1984, es decir diez años después de cuando está ambientada la película»
Dalí era entonces archifamoso y tomarse unas fotos con él era un reclamo publicitario muy codiciado. Las exhibía con orgullo el propietario francés del restaurante El Barroco, que todavía existe (y sigue exhibiendo esas fotos). En la película se convierte en el gran contrincante del local de los protagonistas. Como El Bulli, El Surreal está en una cala paradisiaca, solo que El Bulli -que ya existía desde 1962, cuando lo fundó un matrimonio alemán- estaba en Cala Montjoi, cerca de Rosas, y el restaurante de la película está en una cala de Cadaqués justo al lado de la casa del pintor. En cuanto al Ferrán Adriá real, entró a trabajar en El Bulli como jefe de cocina en 1984, es decir diez años después de cuando está ambientada la película.
El juego entre realidad y ficción que propone Pujol no solo es lícito, sino que es estimulante y la película logra construir unos personajes entrañables. Soñadores que se refugian en el recóndito pueblo -entonces todavía no tan masificado-, huyendo de la rutina y hasta cierto punto de la realidad. El paralelismo entre la transgresión daliniana y la del joven cocinero que pretende romper con todos los esquemas gastronómicos es interesante, al igual que las reflexiones sobre la creatividad y la innovación. La lástima es que estos temas no estén más desarrollados, en lugar de perder el tiempo con una historia de amor muy previsible. En cuanto a la recreación del Cadaqués de aquel entonces, el director se permite algunas licencias a las que hay poco que objetar, La única pega es que tanto los hippies como los pescadores locales no acaban de resultar del todo creíbles. Pujol sabe combinar el retrato de una época de convulsiones sociales con la comedia, que de todos modos podría haber exprimido más a fondo. Entre los personajes secundarios destacan el del chófer de Dalí (que conduce su célebre Cadillac) y el de Gala (interpretada de forma muy convincente por Vicky Peña), que a diferencia de su esposo sí aparece de forma más directa y mantiene algunas breves conversaciones con los protagonistas.
«No es la primera vez que Dalí se convierte en personaje de una película: aparecía en La invención de Hugo de Scorsese y en Medianoche en París de Woody Allen»
No es la primera vez que Dalí se convierte en personaje de una película: aparecía fugazmente en La invención de Hugo de Scorsese, interpretado por Ben Addis, y en Medianoche en París de Woody Allen, encarnado por Adrien Brody. Y tenía más protagonismo en dos películas tirando a mediocres que recrean los años de la residencia de estudiantes en Madrid y la amistad con Lorca y Buñuel: la fantasía ideada por Carlos Saura Buñuel y la mesa del Rey Salomón, en la que le da vida Ernesto Alterio, y la británica Sin limites, en la que lo interpreta nada menos que Robert Pattinson.
El propio Dalí comprendió desde muy joven la potencia del cine. Colaboró con Buñuel en Un perro andaluz y en La edad de oro, durante cuya preparación se pelearon, y trabajó con Hitchcock en la escena del sueño de Recuerda. Tuvo proyectos que no llegaron a realizarse con Walt Disney, que lo visitó en Portlligat, y con Harpo Marx. Con este último planearon una película que iba a titularse Jirafas en ensalada de lomo de caballo; queda como testimonio de la colaboración el boceto de un retrato del cómico con su arpa. En 1976 rodó con José Montes-Baquer Impresiones de la Alta Mongolia, un homenaje al excéntrico escritor Raymond Roussel. Pero sobre todo el pintor utilizó el cine y la televisión para construir su personaje. En cuanto veía una cámara, se ponía a representar su papel de histrión. Dalí, el gran showman, fue en vida un reclamo turístico para Cadaqués y sigue siéndolo en la actualidad.