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Cultura

Kennedy, un político en el reino de Camelot

Un ambicioso documental y diversos libros sobre JFK coincidirán con el aniversario de su asesinato

Kennedy, un político en el reino de Camelot

'Kennedy' (2023), de Ashton Gleckman. | Radical Media

El anuncio de la miniserie documental Kennedy (2023), producida por Radical Media y dirigida por Ashton Gleckman, se incorpora al aluvión de reediciones, novedades editoriales y proyectos audiovisuales que van a recordar, desde distintos ángulos, el 60º aniversario del asesinato de John Fitzgerald Kennedy en 1963.

El director ejecutivo de Radical Media y productor ejecutivo del documental, Jon Kamen, dejó claras cuáles serán las intenciones de esta serie: «Nuestro objetivo es encontrar el ámbito adecuado donde podamos generar la mayor audiencia posible para reflexionar sobre los valores fundamentales, el estilo de liderazgo y el amor por el deber cívico de Kennedy, especialmente para una nueva generación que echa de menos modelos a seguir en la política». 

El público español, alejado de la mitología de JFK, ya tiene a su disposición una interesante bibliografía sobre el presidente, enriquecida en los últimos meses con novedades como La crisis de los misiles de Cuba 1962 (Crítica), de Max Hastings ‒que ya fue objeto de un artículo en THE OBJECTIVE‒, o El rey de América: John F. Kennedy, vendedor de esperanza (Escolar y Mayo), de Francisco Martínez Hoyos. Por simple contagio, parece claro que esta conmemoración brindará una nueva oportunidad para discutir el impacto del presidente en la cultura popular.

«El presidente estadounidense ‒escribe Hastings‒ continúa siendo una figura controvertida entre los historiadores. Su imagen pública heroica y glamurosa escondía algunos defectos de carácter considerables. Sin embargo, durante los mil días que estuvo en la Casa Blanca, fue una figura destacada e inspiradora en la Guerra Fría, a la que aportó parte de la retórica más memorable del prolongado enfrentamiento entre las superpotencias».

‘Kennedy’ (2023), de Ashton Gleckman. | Radical Media

Cómo se construye un mito

La muerte de Kennedy el 22 de noviembre de 1963 espoleó en Estados Unidos una sensación de incredulidad. El presidente convocó, casi de inmediato, toda suerte de elogios, incluso por parte de sus adversarios. En cierto modo, parecía haber vivido con un cierto desfase respecto de la realidad, como si sus promesas fueran demasiado audaces para llegar a verificarse. Quizá por ello, la prensa no escatimó el entusiasmo y lo convirtió en el símbolo de una oportunidad perdida. ¿Quién heredaría su carisma y su don de gentes? ¿Quién podría abanderar el progreso con tanto empuje y optimismo? 

El 6 de diciembre de 1963 la revista Life se imprimió con una portada para la historia. La fotografía seleccionada muestra a la esposa de Kennedy, Jacqueline, mientras aguarda la llegada del féretro al Capitolio junto a sus hijos Caroline y John Jr. En las páginas interiores, aparece la entrevista que Theodore H. White le hizo a la primera dama. Al hablar de su marido, le llama Jack, tal y como era conocido en la intimidad. 

White evoca el magnicidio en Dallas, la multitud bajo el sol y el traslado del cuerpo desde el Parkland Memorial Hospital al aeropuerto. Asimismo, el periodista menciona a Clinton J. Hill, el agente del Servicio Secreto que saltó a la parte trasera de la limusina presidencial y protegió a Jacqueline y al presidente herido con su cuerpo. 

«Cuando Jack mencionaba una cita ‒dice ella‒, solía ser algo clásico. Me avergüenza decir que solo puedo pensar en la estrofa de un musical. Por la noche, antes de que nos fuéramos a dormir, Jack solía poner algún disco. Y su canción favorita estaba al final de uno de esos discos». Se refiere a Camelot (1960), el  musical de Lerner y Loewe, basado en la leyenda del Rey Arturo. La canción dice así: «No dejes que se olvide que una vez, por un breve y luminoso momento, hubo un lugar llamado Camelot». Al recordarlo, Jackie se sincera: «Habrá otros presidentes. Lyndon B. Johnson  y su esposa han sido maravillosos conmigo. Pero no habrá otro Camelot. Piense en la infancia de Jack, casi siempre enfermo, leyendo en la cama los relatos de los Caballeros de la Tabla Redonda. (…) Él tenía esta idea heroica de la historia. Una visión idealista».

A la muerte de Kennedy, el término «Camelot» sirvió para idealizar lo que había sido su mandato. «En Norteamérica ‒escribió el periodista Hunter S. Thompson‒ los mitos y las leyendas tardan mucho en morir. Los amamos por esa dimensión suplementaria que proporcionan, esa posibilidad casi infinita de borrar los confines de la realidad». 

No hay duda de que el personaje merecía ser parte de esta mitología nacional. Kennedy conquistó la presidencia pese a su juventud ‒tenía 43 años en 1960‒ y su catolicismo ‒la mayoría protestante lo rechazaba por ello‒. Curtió su liderazgo como militar durante la Segunda Guerra Mundial y su forma de entender la política trajo un aire nuevo al Partido Demócrata. Promovió el internacionalismo a pesar de la Guerra Fría y su política interna, bajo el lema «la Nueva Frontera», incidió en la educación, la salud pública, la reducción de impuestos y el trato igualitario de la población afroamericana.

Durante su mandato, también marcó la pauta de la carrera espacial: «Escogemos ir a la Luna ‒dijo en 1962‒ y hacer otras cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles». Ni que decir tiene que este y otros discursos, escritos por su asesor Ted Sorensen, galvanizaron su popularidad. Una popularidad que no flaqueó en ningún momento, ni siquiera después de la desastrosa Invasión de la Bahía de Cochinos. 

Para el pueblo, Kennedy era el estadista que solucionó la Crisis de los misiles de Cuba, alejando los temores de una guerra atómica con la URSS. «No parecía solo un simple defensor de los intereses nacionales ‒escribe su biógrafo Robert Dallek‒, sino también un humanista que luchaba por un mundo más racional en contra de las plagas de la Antigüedad: el miedo, el odio y la guerra». 

Sin Kennedy, la atmósfera internacional se enrareció. Hasta el filósofo Isaiah Berlin admitió que el asesinato del presidente obligaba al mundo a enfrentarse a sus peores ansiedades: «No quiero exagerar: quizá no es lo mismo que sintieron los hombres cuando murió Alejandro Magno, pero la sensación de que una esperanza excepcional para un gran número de personas se ha disuelto de repente en el aire es, creo, una experiencia única en nuestro tiempo».

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