THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

Sanz Irles: «Cuando se acepta que la mentira es verdad revolucionaria, hay corrupción moral»

El escritor habla con David Mejía sobre su trayectoria como lector, escritor y traductor, y sobre un pasado imperfecto.

Luis Sanz Irles es escritor. Ha publicado tres novelas: Una callada sombra (Alfar), Tulipanes y delirios (Alfar) y Leontiel (Anantes). Es también autor de Texto sentido, una recopilación de artículos de narrativa y crítica literaria. En 2020 publicó una traducción de La tierra baldía de T. S. Eliot, y actualmente trabaja en una nueva novela y en la traducción de la poesía de Ted Hughes. Durante muchos años, Sanz Irles fue el Director general de IASP (International Association of Science Parks) y más tarde presidente de su Consejo asesor. Ha sido Coordinador general de WAINOVA (World Alliance of Innovation) y ha asesorado proyectos de desarrollo económico, parques tecnológicos y políticas de innovación alrededor del mundo.

PREGUNTA.- Echando un vistazo a tu historia, observo que la faceta de escritor es algo reciente en tu trayectoria vital.

RESPUESTA.- Sí, de un modo público sí es muy reciente. Pero mi vinculación con la literatura es prácticamente de toda la vida. Pero los avatares de la vida me han llevado siempre por otro derrotero, excepto, naturalmente, el de lector, que lo he sido siempre. Pero volcarme al trabajo literario ha sido más reciente. Nunca he sido un profesional de la cosa, aunque mi formación académica iba por ahí. Pero ha sido ya en la vejez cuando he decidido que la literatura me había dado mucho en la vida, y que le estaba siendo infiel, y que había que hacer algo para enmendar esa vileza. Y en los últimos años, que ya serán como diez o quince, he estado más activo, sin dejar las otras actividades profesionales.

P.- ¿Cuánto debe a la familia tu vocación literaria?

R.- Hay bastante de arraigo familiar. En mi casa había libros, muchos libros, lo cual no era muy frecuente. Quizá eran libros que yo no tendría, pero había muchos: novelas, ensayos… tanto por parte de mi padre, un abogado, como por parte de mi madre, una ama de casa de aquellos tiempos, pero con aficiones lectoras. Aprendí a leer muy pronto y aprendí a leer bien. De hecho, yo recuerdo que aprendí muy pronto, a los seis años o así. Las sectas pedagógicas de hoy en día querrían condenar a mis padres por haberme privado de una infancia feliz, por haberme obligado a aprender a leer. Bien, a las sectas pedagogías de hoy en día les pueden dar mucho… Yo bendigo a mis padres por haberme enseñado a leer bien, pero te lo digo porque el ingreso de bachiller, que era lo que yo hice, el bachiller antiguo, teníamos una asignatura que era ‘Lectura’, que se descomponía en tres partes: comprensión, claridad y rapidez. Y puntuábamos cada mes en el curso de ingreso de 0 a 10. Yo todos los santos meses saqué un 10. Y como además nos ponían en un ranking, yo era el primero de mi clase sistemáticamente todos los meses.

P.- Puntuaciones, ranking de alumnos, los pedagogos se van a escandalizar.

R.- Los pedagogos me condenan a la ergástula y yo a ellos. Estamos en paz. Pero quiero decir que leer siempre ha sido algo muy consustancial y muy natural. Me ha resultado siempre muy fácil. Otros juegan al fútbol con mucha facilidad. Yo tampoco era malo, ¿eh? Extremo izquierda.

P.- Hablando de extrema izquierda..

R.- (ríe) Ya veo por dónde vas. Que conste que era inintencionado.

P.- Pero aquí tenemos muy mala intención, como los pedagogos. Cuéntame cómo se produce tu proceso de politización.

R.- Mis padres eran conservadores moderados. Yo, llevado por el entusiasmo juvenil, de las ganas de luchar contra un régimen dictatorial, que era el franquista, tenía ganas de hacer cosas. No quería conformarme con ser un opositor pasivo, protestar. Hay quienes estamos más llevados al activismo, a la hiperactividad incluso, y otros menos. Yo era de los que estaba muy llevados a eso. Y la única forma de hacerlo era militando en partidos de izquierda, desde el PCE a más allá del PCE. Porque al PSOE ni se le veía ni estaba. Jamás estaban en ningún sitio donde pudieran arriesgar ni un pelo. Salieron sacando pecho después, cuando ya no estaba Franco. Yo milité en un partido a la izquierda del PCE, el PCML: Partido Comunista de España Marxista-Leninista. Hasta que me di cuenta de que lo que queríamos instaurar era manifiestamente peor que lo que nos queríamos cargar. Y fui alejándome. En ese alejamiento contribuyó que me detuvo la Guardia Civil por militancia política ilegal.

P.- ¿En qué consistía tu militancia?

R.- Por ejemplo, se nos pedía que escucháramos Radio Tirana, emisiones en español, todavía recuerdo la sintonía. Todos los domingos, por la mañana se emitía una sección que se llamaba ‘El marxismo-leninismo, doctrina siempre joven y científica’, en la que se mentía descaradamente. Lo sé porque algunas veces se contaron hazañas que se supone que yo había protagonizado. Pero cuando decías, oye, se han pasado, te decían eso de que la verdad era revolucionaria. Bueno, en este contexto de pesadilla intelectual e incluso moral, porque cuando se comulga irreflexivamente con este tipo de postulados y de presupuestos y se acepta que la mentira es verdad revolucionaria, no hay solo una corrupción conceptual o intelectual; hay una corrupción moral. Cuando yo me di cuenta de esto, me aparté, estuve ya exiliado en Holanda. Y en Ámsterdam es donde tomé la decisión de abandonar. Esa experiencia de la clandestinidad está reflejada en mi primera novela, Una callada sombra..

P.- ¿Tuviste contacto con grupos armados durante tu etapa clandestina?

R.- Sí, tuve contactos con grupos armados. Después me he dado cuenta de la inmensa suerte que he tenido de no haber tenido que disparar un arma contra nadie, porque no sé cómo podría vivir con eso, pero sí tuve ese contacto. Eso fue quizá uno de los motivos más poderosos para abandonar. Pero me arrepiento y sigo arrepentido hoy de que yo he contribuido, en la medida que se quiera, no sé en cuál, al estado actual de las cosas. Yo contribuí entonces, legitimando lo que no podía tener ninguna legitimación. Pero es un error que yo cometí siendo ya adulto y del cual sigo sintiéndome mal. He contribuido al prestigio de ideas absolutamente insensatas.

P.- ¿Cuánto de esa vocación revolucionaria de juventud responde más a tu carácter que a la convicción política?

R.- Mucho, sin duda. Es mucho más materia de psicólogo que de politólogo, sin duda ninguna.

P.- ¿Cuántos idiomas hablas?

R.- Cinco o seis. Aparte del español, que es mi lengua madre, hablo inglés, francés, italiano, holandés, portugués, con varios niveles de competencia. Y sobrevivo en japonés, y sé también algo de rumano. Siempre me ha interesado el fenómeno del idioma. Y sobre todo las palabras, soy un enamorado perdido de las palabras. Creo que son el juguete más barato que tenemos a nuestra disposición, no comprendo cómo la gente no lo disfruta más.

Fotografía: Víctor Ubiña.

P.- ¿Como lector, prefieres una literatura de leguaje seco o un estilo más barroco, más adornado?

R.- En realidad, un impulso primero me llevaría a decir lo segundo. Me gusta lo que a veces se llama el grand style. Faulkner, Conrad, Nabokov, donde los protagonistas no son solo los personajes, sino el lenguaje. El lenguaje es lo que para mí constituye el alma de la literatura. Pero lo cierto es que disfruto igualmente con una buena novela que tenga un estilo absolutamente opuesto. Lo que me importa es que estén bien escritas. Pero yo encuentro un gozo particular en las novelas modernistas, para mí la gran novela entre todas las novelas es Ulises, de Joyce. Esto ya te da una pista. Aunque sintácticamente es muy simple. No hay una extensión desaforada de las palabras, pero las imágenes, el romper las palabras… No sé cuántos españoles habremos leído Finnegan’s Wake, pero me apostaría que no pasamos de 100. Yo soy uno de esos 100, me la he leído y he disfrutado. Pero hay quien lo desprecia por no ser capaz de entenderlo.

P.- ¿Y qué novelas dirías que están sobrevaloradas? Por ejemplo, nuestro amigo Montano no soporta a García Márquez.

R.- Yo no odio a García Márquez, pero es verdad que creo que Cien años de soledad está sobrevalorada. Me parece un buen libro, me parece una buena novela, pero creo que está un poco sobrevalorada.

P.- ¿Y qué obra dirías que está infravalorada?

R.- Pues, por ejemplo, Verano tardío, que está publicada en Pretextos de Adalbert Stifter. Es una cosa centroeuropea alambicada, una especie de bildungsroman, un tochazo muy gordo, con peripecias de naturaleza intimista, con páginas y páginas que describen un rosal que está adosado a la fachada de una casa solariega, yo no me he atrevido casi nunca a recomendar esta novela a nadie porque…

P.- Porque no quieres perder amigos.

R.- Básicamente, no quiero perder el prestigio de un divulgador literario de una cierta consistencia. Pero yo creo que es una gran novela, yo la he disfrutado muchísimo, pero también ahí obedece las deformaciones de lector particulares que cada uno tiene. Otra que quizá no está en todo lo alto que debiera estar es una de las de Nabokov, Ada o El ardor, que en realidad es una especie de pequeño trasunto de Lolita.

P.- Y si el Ulises es la novela que tienes ahí en el Olimpo literario, me suena que consideras a Conrad el autor total.

R.- Sí, porque yo no le he leído nada a Conrad que me haya parecido malo. Desde hace cuatro años soy el orgulloso propietario de una edición de las obras completas de Conrad que se hizo en Nueva York, en 1926, encuadernadas en tela, las tengo todas ahí en una sección de mi biblioteca, y es una fuente de consuelo tremendo tenerlo ahí, porque sé que durante mucho tiempo voy a poder ir, sacar un libro cualquiera, leérmelo y disfrutar muchísimo. Esas tormentas oceánicas de Conrad que, en realidad, son grandes tormentas morales por las que surcan los protagonistas de sus novelas, me parecen grandiosas. Conrad es un must, y me pasa como con [Georges] Simenon. Es un caso único. Ni Lope de Vega superaba la cantidad de páginas que ha escrito Simenon. Cuando yo sé lo que cuesta escribir una novela, y veo que Simenon se trincaba una novela entera en dos semanas, y ha producido centenares de novelas, cada cuál mejor. También tengo todas las obras completas de Simenon. He leído muchas, pero me quedan muchas por leer, lo cual es una especie de seguro de vejez.

P.- Has traducido recientemente La tierra baldía, una obra cumbre de la poesía. ¿Qué te llevó a hacerlo?

R.- La génesis es sencilla, a mí ese poema me ha gustado desde hace muchos años. La primera traducción que se hizo al español en verso, porque hubo una adaptación en prosa que se hizo en México, no recuerdo ahora el escritor que la tradujo, no estaba mal, pero era una cosa muy extraña. Luego el puertorriqueño Ángel Flores la tradujo por primera vez en verso, después ha habido muchas traducciones. Algunas muy acertadas, otras un puñetero desastre. Yo he definido a veces ese poema como un gran artefacto sonoro; hay una parte de sonoridad que se da con la métrica, el metro muy particular que utiliza Eliot. Esa musicalidad estaba condenada a la desaparición en casi todas las traducciones. Yo hice el cálculo, creo un 30% de los versos de Wasteland están rimados, y eso desaparecía en las traducciones.

P.- ¿Qué estás traduciendo ahora?

R.- La poesía de Ted Hughes. El famoso poeta inglés que escribe mucho de animales. Yo a veces lo llamo el suicidador porque Ted Hughes fue el marido de Silvia Plath, que se suicidó, y después de Aisha Webill, que también se suicidó. Es un enorme poeta, no tan conocido como debiera. Pero no vivo de eso, y por eso traduzco con calma. Traduzco porque me encanta traducir.

P.- ¿Cómo te has ganado la vida?

R.- Después de estudiar sociolingüística en Holanda, y una año de académico en la Universidad de Utrech, monté algunas empresas del ámbito del marketing. Dejé Holanda y me fui a Italia, donde estuve cinco años en Italia, en Italia monté una empresa de traducciones, lógicamente traducciones comerciales, técnicas. Y estando en esas, unos amigos míos de Valencia me llamaron para contarme que se estaba montando un proyecto nuevo, un parque tecnológico. Esto era por teléfono, línea fija, de entonces no se oía muy bien. Y yo entendí «parque zoológico». ¿Por qué diablos me llaman a mí para un parque zoológico? Me dijeron que querían darle una dimensión internacional, y querían a alguien que supiera de marketing, que hablara idiomas. Yo tenía ganas de volver a Valencia, y dije que sí, pensando que venía a gestionar un parque zoológico. Después resultó que era un parque tecnológico, que tampoco ni la más remota idea de lo que era. Pero me metí ahí, y comonté el parque tecnológico de Valencia, después entré en la asociación internacional, de la que fui uno de los fundadores, y al final me ficharon para dirigirla y expandirla. Y es lo que he hecho los últimos 25 años. He dirigido una red mundial que agrupaba centenares de este tipo de proyectos, parques tecnológicos y científicos, en todo el mundo.

Fotografía: Víctor Ubiña.

P.- ¿Qué es exactamente un parque tecnológico?

R.- Imagínate un polígono industrial, pero en lugar del polígono industrial más o menos cutre de la economía clásica, es el polígono industrial de la economía del conocimiento, basada en innovación, en investigación tecnológica, aplicada después al producto y al mercado. Tú coges todos los vocablos modernos que han ido apareciendo y eso es un parque tecnológico. Buscan acercar y canalizar el contacto entre empresas con universidades para que el conocimiento generado pueda llegar al mercado. Eso, en dos palabras mal contadas, es un parque tecnológico. Y y yo he dirigido esa red mundial que tenía, cuándo yo la dejé, casi 400 miembros en 80 países. Unas 200.000 empresas. Todas de lo que se llama la economía digital del conocimiento.

P.- Terminamos con la pregunta habitual: ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R.- Sería estupendo que trajerais a Carlos Fortea, un traductor magnífico. Y también, para completar esta panoplia literaria, podéis traer a un estupendo editor-corrector: Álvaro Martín Valcárcel.

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