Paloma Bravo defiende dejar de lado las etiquetas
La escritora y periodista ahonda en temas como el edadismo, la maternidad en solitario y el cuidado de los padres en ‘Sin filtros’
«Lo que no se habla no existe», asegura rotundamente Paloma Bravo, escritora, periodista y directora general de Comunicación y Relaciones Institucionales de Vocento, en una entrevista telefónica con THE OBJECTIVE. Precisamente los temas ocultos –como el edadismo en el trabajo, la maternidad en solitario, el desempleo, el cuidado de los padres– que afectan a las mujeres de más de cuarenta son protagonistas en su nuevo libro Sin filtros (Contraluz, 2023). Elena, Ana y Sofía son tres mujeres que oscilan entre los 40 y 50 años y toman la decisión de dejar de aceptar lo que la vida les ofrece, salir de las etiquetas que les han encasquetado para empezar a pedir sin filtros lo que se merecen. «Hay como una especie de sensación de no molestar, de no hablar de cosas que nos resultan incómodas, porque la vejez, la enfermedad, la decadencia, todo eso son cosas que incomodan. Parece que, no hablando de ellas, no las vivimos, y sí que las vivimos. Creo que es siempre mejor hablar de las cosas, llamarlas por su nombre e intentar resolverlas», dice la escritora.
Paloma Bravo dedica este volumen a las mujeres de su vida. No solo a su abuela, madre e hija, sino también a todas las mujeres que le han enseñado a ser mejor y han formado parte de su educación sentimental. «En mi familia todas las mujeres han trabajado mucho. Mis dos abuelas trabajaban y las dos eran maestras. Mi madre es periodista, ha trabajado siempre, y eso es una primera influencia. Y luego, por supuesto, han sido más bien también todas las mujeres que la vida me ha ido poniendo en el camino en entornos de amistad o de trabajo. He aprendido muchísimo de las mujeres, y sobre todo me han demostrado una generosidad impresionante. Creo que siempre nos dicen eso de que las mujeres competimos entre nosotras, que no podemos ser amigas y es completamente falso. Y luego, para rematar, tengo una hija. Es decir, por arriba, por los lados y por abajo siempre hay mujeres que me enseñan».
Edadismo, una discriminación silenciosa
«Tienes cuarenta y nueve. ¿Vas a tener hijos ahora? No, ¿verdad? El útero ya no sirve para nada, Elena. Te vacías y lista». La novela empieza con un discurso de la ginecóloga hacia Elena. Como ya no va a tener hijos, habría que quitarle el útero. Esta reflexión que, de primeras –para empezar un libro– puede sonar algo banal, sin embargo, tiene su profundo sentido a medida que el libro avance. No es otra cosa que los estereotipos, los prejuicios y la discriminación hacia las personas asociados a la edad que pretende combatir Paloma Bravo. Según un informe publicado por la OMS en 2021, una de cada dos personas en el mundo tiene actitudes edadistas y se calcula que 6.3 millones de casos de depresión en todo el mundo son atribuibles al edadismo. «El culto a la juventud ha hecho que los viejos parezca que no existan, que no estén, que no importen, ¿qué estamos haciendo como sociedad? Sí, que creo que hay ciertas cosas de las que hay que hablar: que todos nos hacemos mayores. Que se habla mucho ahora de ‘la generación de mayores’. No es una generación, es una edad a la que vamos a ir llegando todos y, además, tal y como va la pirámide poblacional, vamos a ser una inmensa mayoría dentro de cinco minutos. Pero no lo estamos hablando. Si, por ejemplo, las cosas que pasan en las residencias de ancianos pasaran en una guardería, habría manifestaciones en las calles», opina Paloma Bravo.
La colaboración entre generaciones como punto de partida
Este volumen lo habitan Ana, Elena y Sofía. Pero sus madres son las otras protagonistas de la casa. Esa convivencia entre generaciones marca la línea argumental del libro. «Me interesa mucho la diversidad. Lo veo en el trabajo. Cuando tú tienes un equipo diverso en todos los sentidos, –en género, en razas, en experiencias, en edad– salen cosas muchísimo más ricas, porque la sociedad es diversa, lo quieras o no. Cuando lo filtras todo, ahora mismo promocionando la juventud o promocionando una diversidad muy centrada, muy políticamente correcta, estás perdiendo talento y visión».
Ana acaba de perder a su padre tras una enfermedad terminal y escribe compulsivamente textos que no termina para superar su dolor. Además, cuida de su madre, ahora viuda. Y su hija se enfrenta constantemente contra ella. «Lo calculé el otro día, mamá. Eres la más vieja [de las madres de sus compañeras de clase]», le dice. Elena tararea constantemente una canción de su adolescencia mientras intenta conseguir el trabajo que merece. Sofía, la más joven de las tres, acaba de enterarse de que su madre ha sido diagnosticada con la enfermedad de Alzheimer. «Tenemos una manía espantosa de etiquetar y clasificarlo todo. Tú eres mujer, mayor de 40 y no tienes hijos, pues vas a este cajón. Y al final tú eres muchísimas más cosas que lo que cree la gente, y eres una persona infinitamente más rica por dentro. Etiquetar solo sirve para que el que tienes delante crea que te controla y crea que no le vas a sorprender. Pienso que hay que dejarnos abierta siempre la capacidad de sorprendernos unos a otros para bien y de no tenernos encajonados».
Las madres condicionantes
Los padres, en este caso las madres, siempre condicionan la educación de un hijo. No significa que se condiciona de forma negativa, claro está que también puede ser una influencia positiva, sin embargo, siempre condicionan. La madre de Sofía es más libertaria, la de Ana está hundida en su duelo y no tiene filtros en su manera de hablar y la de Elena la «reprochona» que no entiende por qué su hija nunca tuvo hijos. Esa presión –vista desde cualquier ángulo– marca la personalidad y el crecimiento sentimental de uno. «Creo que todos hemos visto cerca a madres de amigos que quieren que sus hijos resuelvan todas sus frustraciones, pero también madres que actúan al revés: lo que quieren es que a sus hijos les crezcan las alas y sean completamente libres. Al final, de alguna manera, tus padres son lo más cierto que tienes cuando naces. Y eso te condiciona, para bien o para mal».
Sin filtros no es un libro de expectativas, ni de happy end, ni de un amor, una familia o amistad idealizados. Es una novela cercana a la realidad, que presenta a sus protagonistas como cualquier persona que lucha con las dificultades de la vida. «A mí me ayuda más la literatura de lo real porque creo que la literatura nos acompaña y nos enseña», dice la escritora. Desde luego se percibe entre sus páginas. Porque sus libros transcurren como una vida más, con sus contiendas diarias.