‘Final Account’: una mirada actual y novedosa sobre el Holocausto
El documental de Luke Holland es una advertencia sobre la dificultad del ser humano para reconocer sus errores
Estrenado en 2020, Final Account es un documental que llega a Netflix después de haber conquistado diferentes festivales y generado miles de discusiones. Es el producto de 12 años de trabajo. El director británico Luke Holland entrevista a la última generación de alemanes que participaron de manera directa o indirecta en el asesinato de judíos, cumpliendo los planes de Adolf Hitler.
Después de las reacciones antisemitas en todo el mundo, impulsadas por el conflicto con Hamás, este trabajo es obligatorio de ver. Holland intenta, partiendo de los testimonios que registra, responder a la pregunta: ¿cuándo una persona se da cuenta de que está cometiendo una atrocidad? La respuesta no es alentadora. La mayoría de entrevistados no reconoce que contribuyó a esta matanza, de hecho muchos se sienten orgullosos de su vinculación con el Tercer Reich y haber formado parte de la SS.
Final Account tiene la particularidad de darle voz a personas que cumplían con labores que no estaban asociadas directamente a las armas, como secretarias, médicos y campesinos. Todos ellos formaban parte de una maquinaria aceitadas que recuerda a la obra de Hannah Arendt en el sentido de la banalidad del mal. Por ejemplo, quienes informaban a través del teléfono dónde se escondían los judíos o quienes pagaban los salarios de maquinistas y se encargaban de llevar en los libros las horas laborales de los detenidos (no cobraban) expresan que cumplían con un trabajo y no se sienten cómplices de las muertes.
Resulta muy duro para el espectador escuchar cómo estos ciudadanos alemanes y austriacos, a través de los diálogos con Hollad, terminan aceptando que sabían cuál sería el destino de los detenidos en los campos de exterminio. Es espeluznante seguir las conversaciones, entre galletas y té, de señoras que hablan de los olores que salían de las chimeneas después de la quema de cuerpos. «Se podía oler a kilómetros», dice una de las personas frente a la cámara.
Un estilo sobrio
Sorprende que Holland intercala muy pocas imágenes de archivo. En cambio, se centra en la dialéctica. Esto incide en que en algunos casos, muy pocos, los participantes en el documental ‘descubran’ que fueron perpetradores. Es por eso que Final Account requiere de un esfuerzo del espectador para aguantar visualmente, pues a una declaración le releva otra. En determinado momento, pareciera que los declarantes son simples empleados de oficinas.
Holland usa unas pocas notas musicales y, por extraño que parezca, unas imágenes que trasmiten cierta paz. Estas imágenes son vías ferroviarias, monumentos a los judíos exterminados, construcciones olvidadas y otras tomas que contrastan con los duros recuerdos de una atrocidad que no por lejana, está superada. Solo al final se muestran algunos cuerpos inertes.
Uno de los mayores momentos de tensión sucede durante un encuentro con algunos jóvenes que tienen tendencias de derecha. Se comprueba que la xenofobia sigue latente a pesar de estos hechos y se recrudece por las migraciones. «En lugar de despotricar por tu nacionalidad alemana deberías preocuparte porque un albanés no te apuñale», dice un joven a un expartidario nazi que confiesa su arrepentimiento por haber formado parte de esta maquinaria homicida. El exfuncionario responde con virulencia y dice: «Solo le pido a los jóvenes que estén despiertos, que no se dejen convencer».
¿Y cómo los convencían? Es de maual el relato del adoctrinamiento infantil que confiesan los hombres y mujeres frente a las cámaras; el paso por las Juventudes Hitlerianas cuando apenas empezaban la adolescencia (14 años) y de allí la reclusión como soldados, oficiales, guardias y todo el entramado que contribuyó al asesinato de más de seis millones de personas. A todos ellos se les enseñó a odiar a los judíos. En sus ratos libres jugaban a simular una guerra, incluso recibían clases de boxeo. «No terminaban hasta que sangráramos», confiesa uno de los reclutados por los nazis.
¿Tenían estos individuos alguna oportunidad de cambiar el destino de sus vidas y por ende el de los judíos? La respuesta a esta interrogante, como a la de otras que aparecen en el documental, tiene muchos grises. Es muy fácil desde el sillón de la casa, visto lo visto, señalar con el dedo. Por eso, escuchar de primera mano estas experiencias enriquecen mucho al ciudadano común que solo conoce esta tragedia por libros. De hecho, este trabajo audiovisual podría servir más en las escuelas que miles de horas de historia. Es una manera de comprender mejor un periodo tan oscuro de la humanidad.
«Los monstruos existen pero son demasiado pocos para ser realmente peligroso; más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios dispuestos a creer y obedecer sin discutir». Como se sabe, el escritor estuvo prisionero en el campo de concentración de Monowice (Monowitz), subalterno del de Auschwitz. Holland usa la famosa frase de Primo Levi al inicio del documental. Es una manera de posicionarse ante un hecho que le afecta directamente (perdió familiares en el Holocausto). Pero el director no consigue lo que busca en la mayoría de casos, y eso es que los entrevistados concluyan lo que para muchos parece obvio. Ese, precisamente, es el valor de Final Account, nuestra incapacidad para reconocer los errores, lo que indefectiblemente nos lleva a repetirlos.