La poesía de María Paredes, un claro en la tempestad
La periodista publica su poemario ‘Son tormentas’, en el que hace un repaso de sus relaciones más enfermas
Dicen los documentales que cuando la tormenta descarga, lo mejor es plantarse en mitad de un claro. Quizás el cuerpo pida guarecerse al abrigo de los árboles. Abrazarlos, como si el denso follaje fuese un chaleco de kevlar, impermeable a los incesantes rayos que amenazan con encender tu muerte por sobrecarga. El instinto, no obstante, en bretes eléctricos y peliagudos como estos, es un enemigo del que se debe huir.
María Paredes ha tenido a bien acampar en un claro emocional, a la vista de todos, para no ser absorbida por los cataclismos inherentes a toda relación amorosa. Al menos, a toda relación que se vive de verdad. Con los riesgos que acarrea, tanto como con las lecciones vitales que despacha. Y por eso ha escrito un poemario. Un cóctel sincero, despiojado de las mamonadas indigeribles que infectan el viejo y desprestigiado arte de la poética, al que ha llamado, muy acertadamente: Son tormentas (Bala Perdida).
Son tormentas es un poemario cuidado, rico en figuras literarias, sonoridad y, para sorpresa de quien conoce a María, un dardo sanguinolento y afilado, que no escurre el bulto de abogar por vengarse y celebrar las puñaladas que descosen mandíbulas.
Porque la poeta, asume en esta entrevista para THE OBJECTIVE, está lejos de ser polémica y confiesa: «Todavía me da un poco de apuro, porque es verdad que soy una persona de aristas suaves. Soy así en mi faceta personal y profesional, pero la literatura no sé hacerla de otra manera. Y si he venido a hacer literatura voy con todo».
PREGUNTA.– ¿Qué interés puede tener hoy la poesía?
RESPUESTA.– El que ha tenido siempre. Un interés muy relativo. Porque al final a nadie se le puede imponer esto. Pero sí creo que podría ayudar leerla mucho más, porque la poesía te aporta nuevos prismas y formas de ver la realidad. Y supongo que seguirá emocionando a los poquitos que nos ha apasionado siempre.
P.– Ha habido una evolución desde aquellos tiempos en que los poetas eran laureados y admirados, incluso por el poder político.
R.- Claro, porque ahora tenemos TikTok y todo lo que es el sistema creciente de ciclo rápido. De la multitarea. Es una desconcentración antagónica a la lectura. La poesía es un artefacto de ciclo lento donde se debe retorcer el lenguaje sin afán perverso, sólo con afán literario. La poesía necesita retorcer el lenguaje sin pervertirlo.
Contra la poesía de las redes
P.- Pero ese ciclo rápido ha hecho que la poesía instagrameable funcione como un tiro.
R.- El efecto de esta poesía de las redes ha provocado el olvido de la necesidad de cierta decodificación en la lectura, y que la poesía necesita todavía de mayor decodificación porque precisamente se caracteriza por ese extrañamiento. Entonces, la poesía de las redes es una poesía muy muy sencilla. Eso para quien la quiera llamar así. Para mí no lo es. Para mí es gente vertiendo sus tripas sin ningún tipo de figura literaria y la poesía es lo contrario. La poesía es elevar mediante esas figuras lo que uno quiera decir.
P. -¿Qué opinas de poetas como Marwán?
R.- No me gusta. Me parece malo, precisamente por lo que decíamos antes, porque Marwán no está haciendo poesía. Está contando las cosas que le pasan sin ese trabajo literario necesario de elevar el lenguaje.
P.- ¿Cuáles son tus referencias para discernir qué es, y qué no es, poesía?
R.- Mis referencias son muy eclécticas. Desde Cernuda a Sylvia Plath. Y en lo contemporáneo me gusta mucho la poesía narrativa de Manuel Vilas, pero luego me encanta el extrañamiento soberbio de Jordi Doce, o Luisa Castro, Joan Margarit, Francisco Brines y, por supuesto, mi poeta pop de cabecera va a ser siempre Joaquín Sabina.
P.- El poemario habla de las relaciones. ¿Cómo ves la liquidez actual de estas?
R.– Pues mira, quizás esas poesías de las que hablamos antes son tan superficiales porque nacen de esa clase de relaciones líquidas. Mi poesía no se corresponde con relaciones de esa índole, sino con relaciones largas, consolidadas. Pero eso sí, muy enfermas.
P.- ¿Has mandado poemas de amor?
R.- Sí, he mandado. He contraatacado románticamente con esa tradición cada vez más en desuso. Además, con la intención de que eso supusiera algo para esa persona, removiéndola y permitiendo que me entendiera como no me podía entender con una comunicación más frontal.
Relaciones conflictivas
P.- El poemario parece compuesto como un cuaderno de bitácora de las peripecias de una, o varias, relaciones. ¿A qué partes de la relación corresponde cada parte del libro?
R.- Es un Frankenstein de diversas relaciones, sí. La primera parte, titulada Evitar tus brindis, se centra en la etapa de la relación conflictiva, en estar dentro de una relación muy jodida. Tanto como para llegar a cometer un crimen, que es lo que se lee en uno de los poemas. Recuperar la nave habla de salir de esa relación y, por último, ADN es todo lo que persiste dentro de ti tras haber pasado por un viaje turbulento y tempestuoso como este. Y no hablo de los orígenes porque, una vez ves a toro pasado las relaciones, a mí no me parece merecedor recordar los inicios. Por más que en algunas de esas relaciones fuesen bonitos; eran falsos.
P.- «Escribir es elevar un poste con vistas a uno mismo», dices. A la poesía se la ha acusado a veces por ser demasiado ombliguista y, por tanto, algo inútil salvo para quien la escribe.
R.- Yo creo que la poesía es tremendamente útil, y muchas veces tiene una doble mirada. De dentro hacia afuera, y viceversa, como la de Brines. En mi caso, si puedo aportar algo con mis poemas es advertir a quien me lea de estar alerta. Del dolor que se agazapa tras algunas relaciones. ¡Huyan! [Ríe]. Me permito un poco de rencor porque ya no estoy siendo anulada por nadie, y por eso al final emerge en los poemas la persona que se encabrona y celebra cometer un crimen.