Pilar Adón: la niña sumergida se consagra con el Nacional de Narrativa
La novela ‘De bestias y aves’ cruza su trayectoria literaria con lo más profundo de su biografía
Pilar Adón (Madrid, 1971) es, antes que nada, lectora. Desde que la raptaran con su extraño encantamiento lleno de palabras, los libros han condicionado su vida. Poco a poco fue ampliando su relación con ellos, quizás en un esfuerzo interminable (ni ganas de que termine, sospecho) por resolver el misterio: como editora en Impedimenta, como traductora, como poeta, como narradora… En esta última faceta su nombre ha ido creciendo, rondando la consagración que le ha llegado con el Premio Nacional de Narrativa.
Se lo acaban de dar por De bestia y aves (Galaxia Gutenberg), que publicó el año pasado. Ya en 2003 otra novela, Las hijas de Sara (Alianza), fue considerada por la crítica una de las diez mejores de ese año, en 2005 recibió el Ojo Crítico de Narrativa por su libro de relatos Viajes inocentes (Páginas de Espuma), y en 2010 fue finalista de los premios Setenil y Tigre Juan por otro volumen de relatos, El mes más cruel (Impedimenta).
Todos esos libros, como ella misma reconoce sin tapujos, son hijos de un mismo aliento y desarrollan los mismos temas. Quizá el título que mejor lo define (y la definen) sea el de un libro de relatos que publicó 2017, La vida sumergida (Galaxia Gutenberg), cuya portada muestra a una muchacha muy parecida a la que fue y todo apunta que sigue siendo Pilar Adón.
Pero eso nos lo contará más adelante la Pilar Adón adulta y resfriada después de un largo viaje, sometida a las esclavitudes de un nuevo estatus del que no reniega. Al contrario. Emerge sin problemas de esa vida sumergida para explicar, tras disculparse por el inevitable tópico, que, como todos los autores, agradece «el espaldarazo brutal que supone el premio para la novela, que vuelve a estar otra vez en boca de los lectores, en librerías, se vuelve a hablar de ella en entrevistas…»
Soledad
Ya antes del premio, De bestia y aves había tenido una acogida bastante notable para ser un libro bastante alejado de lo que se suele denominar como comercial. Adón reconoce que se trata de «una novela muy literaria, exige cierta implicación en la lectura. Lo sé porque es la literatura que busco: antes que escritora me considero lectora».
Tampoco quiere decir que escriba para ella misma, como reza cierto tópico de los autores más literarios. «Dicho así suena muy brusco, demasiado aislacionista. Joy Williams decía que los escritores somos los grandes solitarios -vivimos en soledad con nuestros personajes, nuestros historias…–, pero también los grandes exhibicionistas, porque obviamente queremos que nos lean».
¿Y qué ha querido leer Adón cuando escribía De bestias y aves? «La novela habla de una pintora, Coro, que vive muy centrada en su trabajo, obsesionada. Está agotada, más mental que físicamente, y una noche decide salir a conducir, pero sin ninguna pretensión de ir demasiado lejos. Simplemente conducir e intentar escapar temporalmente de su situación. Pero se pierde, se queda sin gasolina y va a dar a una comunidad llamada Betania, formada por un grupo de mujeres que viven en una casa aislada en la naturaleza. Son autosuficientes, se dan sus propias normas, y parece que la estaban esperando, aunque ella no sepa absolutamente nada de la casa».
Más allá del desarrollo de la trama, lo más poderoso de la novela quizá sea la atmósfera de irrealidad en que se desarrolla, propicio para una indagación en ciertos abismos interiores. «Hay muchos elementos simbólicos y distintas capas de lectura en las que van apareciendo temas como la búsqueda de un lugar que sentir como propio o el afán de pertenencia». También hay «una especie de resurrección simbólica y una necesidad de superar el duelo: Coro carga con la culpa de la superviviente desde que su hermana se ahogó en un accidente en el que ella también estuvo presente». Y una exploración del «enfrentamiento entre el individuo y el grupo, la presión social».
Pasión por las palabras
Temas recurrentes en el imaginario de Pilar Adón. «Tengo la impresión de que, al final, los escritores, obra tras obra, tratamos siempre los mismos temas. En mi caso, además, sucede independientemente del género: poesía, relato breve, novela… Obviamente con distintas excusas narrativas, distintos personajes, distintos ambientes, pero hay temas que nos agarran y nos hacen seguir escribiendo. Cuando gané mi primer premio literario más o menos importante, a los 18 años en Radio Nacional, ya hablaba de un personaje que se encerraba en una habitación. Entonces simplemente me atraían esos temas y yo obedecía. Después todo se fue haciendo más consciente y ahora también los busco».
Por eso siempre hay una novela en marcha. Porque en realidad se trata de la misma «indagación, una búsqueda en esos paisajes mentales y físicos de los que estamos hablando, siempre un poco más allá, asumiendo más riesgo, como tirando un poco más de la cuerda, a ver hasta dónde puedo llegar con los personajes, con la forma, el lenguaje… Me importa más el cómo se cuenta que el qué se cuenta. Porque para mí todo esto es pura pasión. Pura pasión por las palabras, pura pasión por el lenguaje, pura pasión por saber hasta dónde puedo indagar en los personajes, hasta dónde puedo contar…»
¿Una letraherida? «A ver… ¿Cómo explico esto? Ante todo, soy lectora». De nuevo aparece la vocación central, pero ahora lo acompaña un fascinante ejercicio de arqueología interior: «Desde muy pequeña, lo único que me interesaba -más allá del amor de mis padres, evidentemente- era estar con libros. No me interesaba salir a jugar con otros niños, la ropa… Ahora se insiste en que los críos lean, con lecturas por tramos de edad y planes específicos, pero cuando yo era pequeña se fomentaba más que saliéramos a jugar al parque y nos relacionáramos. Pero yo solo quería leer, no sé muy bien por qué, tampoco es que hubiera una tradición lectora brutal en mi familia. Me metía en mi habitación y, dentro de mi habitación, debajo de mi mesa, y ahí metía mis libros, mis cuadernos y el material de papelería que encontrara… Y ataba con cuerdas unos trapos en torno a las cuatro patas de la mesa».
Naturaleza
¿Una vida sumergida? «Más o menos. Nos criticaban mucho tanto a mí como a mi madre: la niña no sale, la niña no se relaciona, la niña no juega… La niña lo único que quería era que la dejaran en paz y leer».
Abismada en Cumbres borrascosas o Jane Eyre se convirtió en una lectora vocacional. «A partir de ahí, de tanto leer, como consecuencia natural, me salía escribir». Desde entonces, «es imposible que la literatura no esté presente en mi vida. Sé que a algunas personas les puede parecer muy raro, pero a veces pienso Madame Bovary o Anna Karenina son tan reales como primos o vecinos que existen de verdad. De hecho, las conozco mejor a ellas».
La realidad, sin embargo, se entrometió brutal y paradójicamente en De bestias y aves, justo el libro que ha venido a consolidar su vocación literaria. En toda su obra la naturaleza es fundamental. «Para mí, desde el principio, siempre ha sido como un personaje más», y adopta un punto de vista muy específico: «Esa naturaleza era mi padre, al que dedico la novela, un hombre que podría perfectamente sobrevivir en el monte, algo que cada vez pasa menos… Y se me fue mientras la estaba escribiendo. De repente me sucedió algo que no me había pasado jamás: no podía seguir escribiéndola». La cura llegó con un par de desvíos: «Escribí un poemario, Da dolor (La bella Varsovia), y un relato largo, Eterno amor (Páginas de espuma), y ya pude retomar la novela».