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1749, el año de la Gran Redada de gitanos

Raúl Quinto novela en ‘Martinete de Rey Sombra’ uno de los episodios más olvidados y vergonzosos de nuestra historia

1749, el año de la Gran Redada de gitanos

Detalle de la portada de 'Martinete del Rey Sombra'. | Jelyll & Jill

Locura, soledad y muerte son los parámetros por los que se mueve esta historia. Un relato que nos habla del brillo negro del poder y la gloria (y de sus consecuencias). El escritor Raul Quinto, quien ya nos había sorprendido con La canción de NOF4 (Jelyll & Jill, 2021), vuelve ahora con una novela donde recupera las huellas semiborradas de un episodio lleno de sombras y olvido, y uno de los momentos más vergonzosos de nuestra historia: la mayor redada contra la población gitana de toda la negra historia de los gitanos de Europa, sucedida el 30 de julio de 1749 y que supuso el encarcelamiento de unos 9.000 gitanos (2.000 en la primera noche y 7.000 durante el mes que le sigue). Un proyecto ideado por el Marqués de la Ensenada y que contaba con la aquiescencia de Fernando VI, «el rey por fin español» y destinado a renovar la grandeza perdida de España, convencido de que «la paz sigue siendo el camino más seguro para poder ganar la guerra» y con la venia vaticana de Benedicto XIV, «el amigo de la sabiduría, las universidades y la razón ilustrada».

En capítulos vertiginosos y zigzagueantes, con una voz profética, mayestática y oracular hilvana Raul Quinto una prosa hipnótica que nos conduce, como la música del infierno, al desastre. Así, Martinete del Rey Sombra, que acaba de recibir el premio Cálamo, no solo nos habla de ese hecho negro en nuestra historia, la Gran Redada, sino que traza una historia del pueblo gitano y, al tiempo, sigue las andanzas vitales de Fernando VI, su reinado y su vida en la corte. Con ello, Quinto establece nexos con el pasado y la historia remota no solo de España, sino del pueblo gitano, y los ecos de todo ello los puede reconocer el lector actual en el presente: nepotismo, racismo, incompetencia, chapucería, locura y ambición, y las terribles consecuencias de la ceguera que conlleva la búsqueda insensata del dinero y el poder (y la gloria).

Consta que el primer gitano documentado en los reinos de España es Juan, procedente de Egipto Menor, y eso sucedió el 14 de agosto de 1425 cuando este se presenta en Zaragoza ante el rey Alfonso V de Aragón. Nadie sabe a ciencia cierta de dónde venía ni de qué huía, tanto este Juan como todas las siguientes caravanas que le siguieron. Se sabe, eso sí, que ya en la primera mitad del siglo XV «se redactaron las primeras leyes con intención de abolir su presencia», nos cuenta Quinto. Los gitanos apresados en la Gran Redada llevan grilletes en manos y pies y no son oficialmente esclavos, sino desterrados. En la práctica, esto supone que no tenían fecha para el fin de su pena, ya que ni siquiera les habían sometido a ningún tipo de juicio. No tardarán, aunque infructuosamente, en rebelarse, provocando motines e intentos de fuga. Para que se les quitaran las ganas de volverse a rebelar, El Marqués de la Ensenada ordena construir una horca frente al barracón de los gitanos, ese pueblo del que «todo lo que sabemos está contado desde fuera de él».

Como cuenta Raul Quinto en esta novela verité, que tiene tanto de recreación histórica como de ensayo denuncia, de estudio de un caso como de galaxia de biografías noveladas, el plan de extinción de los gitanos era «cristalino y perfecto hasta que comenzó a ponerse en marcha. Se sabía el final, pero no qué hacer durante el proceso […] las autoridades se vieron desbordadas. No salían las cuentas ni en cuanto a gastos ni en cuanto a espacios». Y es que, ya desde la primera gran ley publicada con la intención de erradicar su presencia en las tierras de Castilla y Aragón, en 1499, «los planes para resolver el problema gitano se debaten siempre entre la chapuza y la contradicción, y en sus grietas los gitanos resisten y sobreviven», escribe Quinto.

Martinete del Rey Sombra nos cuenta el intento de expulsión de los gitanos y la vida de Fernando VI, pero también la del hombre que, en aquel momento, acaparaba todo el poder del reino: Zenón de Somodevilla y Bengoechea, Marqués de la Ensenada, principal responsable de decretar la prisión general de los gitanos junto a Gaspar Vázquez Tablada, obispo de Oviedo y secretario del Consejo de Castilla, «un viejo burócrata asustado por la magia y el desorden». El Marqués de la Ensenada es un hombre de baja estatura y la piel tostada por el sol, «siempre rodeado de artistas, mujeres y nobles en el centro de las fiestas más fastuosas, despachando sonrisas y conversación». Siempre va vestido con terciopelos de colores inconcebibles y bordados de oro y plata, «con más joyas en los dedos que dedos en las manos». Pero es que el Marqués sabe que el lujo es una forma de política y, en esa época, en España, el lujo en la corte se convierte en cuestión de Estado.

Familia de gitanos saliendo de Toledo durante la Gran Redada. | Wikimedia Commons

La corte de Fernando VI

Zenón comienza su vida desde la más baja ralea de la hidalguía, sin tierras ni medio doblón. Su padre le enseña a leer y escribir. Es un joven espabilado y listo que sabe aprovechar las oportunidades, y así no desaprovechará su encuentro en Cádiz con José Patiño, la mano derecha del rey, bajo cuya ala crece el joven Zenón. Se le van creando puestos específicos, asciende en el escalafón de la Marina y aprovecha las guerras para medrar, consiguiendo con ello y por la gracia de Carlos VII de Nápoles y Sicilia el título de Marqués de la Ensenada. No deja escapar una y «establece una red lúbrica de contactos» en las alcobas de las damas de la Corte. Estamos en el Siglo de las Luces y, por lo tanto, su proyecto es el de insertar en España la idea de progreso. Con el correr del tiempo se convierte en el favorito de Fernando VI y en el Amigo de Bárbara de Braganza, la reina consorte.

En esta época los Borbones convierten la Corte española en el gran centro musical de Europa, y esto forma parte del gran proyecto de la nueva monarquía. El arte y, en particular los músicos, «son argumentos de fuerza en la refriega diplomática». Por ello, ahí tenemos a Scarlatti, uno de los grandes maestros del momento, «prodigioso hasta el límite de lo humano con el clavicémbalo» y al castrado Farinelli, una leyenda. Y ese es el centro del poder: «la reina, el confesor y el castrado son quienes trabajan los asuntos del reino antes de llevárselos al rey», que es quien finalmente decide. Y en esos planes entra la Gran Redada, ya que el Marqués de la Ensenada quiere reconstruir la Armada, fabricar un nuevo imperio naval en los arsenales de la marina y prepararse para la guerra definitiva mientras se negocia y alarga la paz con unos y otros. Y para ello necesita a los gitanos, para que le hagan de mano de obra barata. Así, tras el arresto del 30 de julio de 1749, los hombres apresados fueron destinados a los arsenales a trabajar como esclavos y las mujeres y los niños de menos de siete años, sin saber qué hacer con ellos irán dando tumbos hasta terminar en la casa de la Misericordia de Zaragoza, donde se dedicarán a hilar cáñamo o lana en ruecas o tornos.  Pero no pasará ni un día sin altercados, los sabotajes y los destrozos son continuos.

El rey se enfada por la chapucería del plan y le pide al Marqués de la Ensenada que arregle el estropicio. Así, se le da la oportunidad a los apresados de acreditar sus buenas costumbres para poder volver a ser libres, aquellos que posean estatutos de castellanos viejos y que tengan casa fija y respeten las leyes. Para los que no puedan acreditar todos los requisitos podrán ser liberados pero se les destinará a trabajos de obra pública, con ración igual que un presidiario. Las niñas sin madre irán a casas de misericordia hasta que tengan edad de ser sirvientas y las ancianas viudas se recogerán en hospitales. Cerca de la mitad de los aprisionados consiguieron el indulto. No será, sin embargo, hasta «bien muerto el rey Fernando y con el reinado de su hermanastro bien entrado que se declare el indulto general para todos los gitanos que aun seguían presos desde aquel verano tan largo». Los dos últimos recobraron la libertad el 16 de marzo de 1767, cuando ya España era otra.

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