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Cultura

'El holocausto rosa', la silenciada persecución de homosexuales por parte del Tercer Reich

El artista visual y catedrático de Educación Artística en la Universitat de València, Ricard Huerta, homenajea las víctimas homosexuales del nazismo en su libro

‘El holocausto rosa’, la silenciada persecución de homosexuales por parte del Tercer Reich

Día internacional de la conmemoración del Holocausto en Berlín, Alemania (28 de enero, 2023) | Ren Pengfei / Xinhua News / Europa Press

El holocausto rosa no es el libro de un historiador, aunque en él se hable de historia, fundamentalmente del período 1933-1945, época caracterizada por su persecución hacia las singularidades, en la que se produjo un «perverso plan de acción agresiva para asesinar y eliminar a todas las personas señaladas como opositores al orden establecido». Su autor, Ricard Huerta, se centra en la persecución hacia las personas homosexuales, especialmente varones, entendiendo que «resulta difícil identificar a las personas homosexuales, cuando se trata de un colectivo históricamente acosado y maltratado», y su aportación se basa en «abordar la cuestión desde una perspectiva actual, atendiendo a mi condición de homosexual que vive en un país donde se puede hablar abiertamente de estas cuestiones», escribe.

El libro, además, es una suerte de muestrario de películas, series, cómics, novelas donde se pueden rastrear los efectos de ese holocausto rosa en la actualidad (así como diferentes representaciones de la homosexualidad contemporánea), entendiendo que «el holocausto rosa no es solamente lo que se vivió durante el Tercer Reich, sino lo que continuamos sufriendo hoy día», nos dice el autor. Y una máxima, que proviene de la voluntad del libro de ejercer, con todo, como instrumento para la pedagogía cultural: «el mensaje que deseo transmitir – nos dice Huerta- es de confianza y futuro».

Portada del libro

Nos cuenta Ricard Huerta, al teléfono, que cuando se puso a investigar sobre este período histórico, se dio cuenta enseguida de que «en español había muy poco, prácticamente nada». Y es que, además, muchísima documentación fue destruida por los nazis, en los últimos momentos de la guerra. Por lo que le tocó indagar en bibliografías en francés y en inglés. «Lo primero que había que ordenar -nos dice- es que había muy pocos testimonios, lo cual es lógico, porque una de las claves del artículo 175 de la Ley Alemana, y que viene de la parte austríaca, es que en virtud de este se persigue con cárcel y con penas muy graves a los homosexuales. Esto viene del siglo XIX. Lo que ocurre en Alemania es que, en lugar de acogerse a la tradición francesa que, desde prácticamente Napoleón, había desparecido la persecución a los homosexuales, se acogen a la tradición más austriaca del 175».  El artículo prohibía los actos sexuales de hombres con otros hombres, con animales o incluso con mujeres, pero que no tenían como fin la reproducción. Fue instaurado en 1871 y estuvo vigente hasta 1994. «En los doce años que tuvo el Tercer Reich para llevar a cabo sus atrocidades -escribe Huerta -, se registraron 53.840 condenas por homosexualidad, sumando tanto población civil como militares».

En la Alemania nazi, la persecución y deportación de hombres homosexuales no respondía a una lógica de hostigamiento sistemático, sino que «formaba parte de una lógica de represión de los ‘indeseables’ (asociales, criminales) o personas consideradas peligrosas por el régimen a causa de sus creencias», escribe Huerta. Se ha de matizar que, bajo el régimen nazi, «la orientación homosexual no se considera un delito, es el comportamiento lo que se reprime». Sin embargo, se ha de hacer notar igualmente que «los varones homosexuales se perciben como una amenaza, el resultado de la influencia judía en el comportamiento», escribe Huerta. Según Heinrich Himmler, uno de los principales líderes del Partido Nacionalsocialista, el homosexual es cobarde, mentiroso, irresponsable, desleal y es fácilmente manipulable por los enemigos de Alemania. En su discurso del 18 de febrero de 1937, Himmler llegó a decir que «la homosexualidad hace fracasar todo rendimiento. Debemos comprender que si este vicio continúa expandiéndose por Alemania sin que podamos combatirlo, será el fin de Alemania, el fin del mundo germánico». Y el propio Hitler consideraba la homosexualidad como «un comportamiento degenerado que amenaza el desempeño del Estado y la virilidad del pueblo alemán». 

Así, a los homosexuales que estaban en los campos de concentración se les identificaba primero con un brazalete amarillo en el que se había escrito una gran letra «A» mayúscula (la inicial de «Arschficker», que se puede traducir como «quien sodomiza») y finalmente se adoptó el triángulo rosa, de mayores dimensiones del que se utilizaba (con otros colores) con los otros grupos de prisioneros: tres centímetros más por cada lado. Esto los hacía más visibles. Con el tiempo, este distintivo de persecución y discriminación «ha sido asumido por la comunidad homosexual y los colectivos LGTBI como símbolo de identidad», como símbolo de empoderamiento.

El autor del libro, Ricard Huerta. | Xavier Molla

Para solventar el vacío de bibliografía, nos cuenta Huerta que fue clave la revista Gai Pied, fundada en 1979 por Jean le Bitoux, quien en los años ochenta en Francia hizo algo fundamental: «Entrevistó a gente homosexual que había sido deportada o había sido acusada durante el régimen de Vichy o que había salido de Alemania y luego huido a Francia, pero que al final también habían sido encarcelados». La clave aquí está en el hecho de que «si eras judío y te habían deportado por judío, pues entonces la colectividad judía te acogía a la vuelta, y además tenías unos derechos como deportado, si eras polaco o Testigo de Jehová también, pero si eras homosexual volvías a la cárcel a cumplir toda la pena», nos dice Huerta. Y añade, sobre la daga social del doble estigma, que «ante la agresividad con que se atacó al colectivo, podría haberse dado una especie de solidaridad de grupo, pero resultaba muy complicado, puesto que la mirada de los opresores tenía un espejo en la macabra realidad social, que tampoco les aceptaba. Los obstáculos impidieron generar una solidaridad entre homosexuales, una especie de autodefensa colectiva».

El código de silencio

«Las familias de homosexuales fueron los primeros que se negaron a recibirles en casa después de la guerra, por lo que hubieron de salir disparados cada uno hacia donde pudo, porque claro, las familias sí sabían por qué habían entrados sus hijos en la cárcel, entonces se fueron a otros lugares de Alemania o emigraron y el silencio se convirtió en la norma», nos cuenta Huerta.  Y añade que «si alguien está en la cárcel por motivos de homosexualidad es un delincuente, pero doblemente castigado. Lo mismo que sucedió con el SIDA. Porque pensábamos que era una cosa de los nazis o del Tercer Reich, pero no, en los años ochenta ocurrió exactamente lo mismo, las propias familias fueron las que impidieron que se hablase abiertamente de eso, porque manchan a la familia».

78° aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau (27 de enero, 2023) | Beata Zawrzel / Zuma Press / Europa Press

Para Huerta, los principios del siglo XX son muy parecidos en este sentido a los comienzos del XXI. «Y esto da mucho que pensar, afirma, porque hubo una eclosión de libertades sexuales, sobre todo en Berlín, en la Alemania anterior de Bismarck y anterior al Tercer Reich y a Hitler. Hubo un régimen extraordinario de libertades, tanto para hombres como para mujeres. Llegó a haber más de medio millón de personas apuntadas a organizaciones que hoy llamaríamos LGTB, en Alemania. Pero es que había bares, locales, la famosa sede del Centro para la Sexualidad… hay una cantidad de información… y, de verdad, me impresionó que yo no supiese nada de esto, y que a mí no me hubiesen explicado nada de esto. Por ello, con este libro quiero reivindicar esa falta de perspectiva para aclarar las cosas porque si no, no se entiende un periodo histórico tan importante», afirma Huerta.

El problema es la homofobia, no la homosexualidad

Escribe Huerta que «la homofobia no opera como una fobia. Esto es porque el componente emocional de las fobias es la ansiedad, mientras que el sentimiento dominante en la homofobia es la rabia». Y en un momento determinado de su libro afirma que «muchos de quienes administran este tipo de ‘justicia’ homofóbica son en realidad homosexuales incapaces de aceptarse como tales». Preguntado sobre el particular, nos cuenta Ricard Huerta que «creo que no se puede ser tan salvaje si una persona se quiere a sí misma. Yo parto de ahí. La única manera de entender este salvajismo es así, pues. La gente más agresiva con los homosexuales son los homosexuales reprimidos. Te estoy hablando de políticos, de gente que está en la televisión… pero a nivel mundial. Es que si no, no se entiende. El autoodio es tan bestia… ¿cómo entiendes que alguien pueda hacer algo tan grave contra personas por el mero hecho de que esas personas quieran estar con alguien de su mismo sexo? Esa intransigencia… es la forma que tienen de perseguir las disidencias. A eso es a lo que me refiero cuando digo que el holocausto rosa sigue aquí, con nosotros».

Y es que, para el autor, el holocausto rosa es, además de un suceso puntual, una constante histórica; un concepto que «responde a muchas más realidades, a hostigamientos que afectan a otros territorios y a momentos históricos muy dispares». Para combatirlo, el autor sugiere desplazar la mirada de la homosexualidad a la homofobia como objeto de análisis lo que, en su opinión, constituye un cambio tanto epistemológico como político.

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