Urtasun: ¿reforma o destrucción de los museos nacionales?
«Vale la pena reorganizar el Museo de América de acuerdo con la realidad histórica, pero excluyendo el sesgo ‘woke’»
En lo que concierne a los museos nacionales, las declaraciones del ministro Ernest Urtasun han tenido el efecto de la entrada de un elefante en una cacharrería, por el panorama que dibujan y sobre todo por la precisión que introduce su apunte sobre el traslado deseable de la Dama de Elche. Sería este imposible por razones de conservación de la pieza, aun cuando correspondería a su actual «situación colonial». Vemos entonces que ya no se trata solo de una muy preocupante, por aun indefinida, superación del «marco colonial» en los museos estatales, y de una «revisión de las colecciones» que sugiere devolución parcial de las mismas «en cumplimiento de compromisos internacionales», sino en el fondo de una puesta en cuestión del carácter nacional de dichos museos, según requieren el espíritu y la letra de la Constitución. Algo así como la aplicación a los museos españoles del criterio de plurinacionalidad anticonstitucional de Francina Armengol —hay una plurinacionalidad constitucional, si afirma la primacía de la nación española y reconoce a las nacionalidades—, a la política de museos, de consecuencias mucho más graves a corto plazo, por lo que supondría de pérdida irreparable de piezas y colecciones.
De no ser por su inaceptable sesgo colonial, eurocéntrico y xenófobo, cabría aplicar a la estrategia anunciada de Urtasun la conocida referencia de Montesquieu a los salvajes de Luisiana, que cuando quieren coger un fruto, talan el árbol para llegar a él con mayor facilidad. La encomiable voluntad de actualización y de incorporar una visión realista a los museos de temática más vinculada a políticas cuestionables —o condenables— del pasado español, no puede transformarse en un talado irreflexivo del árbol. Este contiene elementos institucionales y valores que con la tala simplemente desaparecerían. Pensando en el Museo de América, antes de condenar el Imperio americano o las colonias posteriores a la ley de 1838 que privó a las Antillas de su inserción en el orden constitucional, resulta necesario que los visitantes conozcan el funcionamiento del orden virreinal. Sin olvidar por supuesto los temas, que hoy están ausentes (la esclavitud) o representados de manera confusa (la sumisión y explotación de los indios en general y de su mundo femenino en particular). Pero, lo advierto por mi conocimiento de ese Museo, los elementos disponibles para la reforma en profundidad están ahí. La realidad es ya elocuente, el panfleto sobra.
Me veo obligado aquí a recordar un episodio personal. En 2021 el Museo de América me encargó de presentar una pieza del mes y yo elegí el dibujo procedente del viaje del fabuloso viaje de Alejandro Malaspina en la década de 1790. Se trata del traslado de un español a lomos de indio, de Quito a Napo, una distancia de casi 200 kilómetros, en que cabe suponer habría postas de indios para el relevo en llevar tal carga. La expresividad de la imagen es clamorosa. Lo mismo que sucede con el racismo, reducido ahora a exhibición estética en los cuadros de las castas, basta con aplicar a tales imágenes la máxima del antropólogo Godelier: por sí misma, la historia no explica nada, necesita ser explicada. Y lo mismo ocurre con la estupenda forma de contestación que supusieron las «danzas de la conquista». Hoy el Museo exhibe la figura grotesca del malo de la película, el conquistador Alvarado. Sería espléndido reconstruir alguna de esas danzas, la misma «alvarada» si es posible, y explicarlas en las cartelas. Hoy las imágenes en su aislamiento no significan nada. Recuperadas e insertas en un conjunto de exhibición y explicaciones, hacen inútil toda enfatización.
Por otra parte, puestos a «descolonizar», conviene dejar constancia de que en muchos casos existió esa intención encubridora, hoy condenada, y que borrarla de la historia es también un encubrimiento. El caso más claro es el Museo Tervuren en Bruselas, antes museo del Congo, hoy museo de África, donde han sido puntualmente borradas las huellas de un museo que fue en su día de exaltación del feroz colonialismo de Leopoldo II. Solo se ha salvado la escultura del final de la barandilla de la escalera, de supresión difícil, donde se recoge la coartada de la explotación inferida al Congo: un soldado belga protege con su fusil a una madre negra, la cual, con su niño en brazos está siendo atacada por el alfanje de un musulmán esclavista. Fotografía prohibida. Ese falseamiento del pasado no debe ser omitido. No es ese el caso de los museos españoles, por lo menos desde que yo los recuerde a fines del siglo XX, pero alguna prueba de la actualización, si esta es tal cosa, vale la pena mostrarla.
A mi juicio, y hablo desde la posición de miembro en su día de la Comisión del V Centenario, como representante de CCOO, supuesto que la reforma del Museo, aunque realizada tardíamente, fue fruto del preciso diseño gubernamental del V Centenario. En la gestación del Museo de América, tal como está desde 1994, lo que prevalecía en la idea de los directores de la operación, visiblemente el menor de los Yáñez y Pina López Gay, detrás de ellos se decía que Alfonso Guerra, era crear una imagen armónica entre España e Hispanoamérica, y entre los propios países hispanoamericanos (aquí sobra «ibero» y «latino», sigamos a José Martí). Se trataba de agregar unos contenidos positivos a otros, sin sombra de enfrentamiento. El resultado es una sopa de hermosos símbolos, con una Virgen al lado de una diosa azteca, un arma indígena al lado del casco del conquistador, Xipetotec al lado de un Sagrario. El miedo a la diferencia se observa en el tratamiento de las formas de poder, vida social y religiosidad, uniformadas como si el mundo inca coincidiese con el azteca o maya.
«La miopía voluntaria de Urtasun se aprecia en que apunta a los museos de América y Antropológico y absuelve al Museo Naval»
Salvo en un caso, están ausentes los fenómenos de sincretismo, que tanto papel desempeñaron en la construcción de identidades pre-independencia y que tan favorables resultarían para la imagen del Imperio español. Faltan las muestras correspondientes a la virgen de Guadalupe y a la Tonantzintla, el emblema que fascinaba a Octavio Paz. Y prácticamente faltan, porque una mención no basta, los dos grandes ejemplos de pensamiento crítico, traducido en imágenes como la citada del indio «mulificado» sobre la dominación española que fueron primero la obra de Guamán Poma de Ayala y ya en el siglo XVIII, Alejandro Malaspina. Fue este el protagonista de uno de los tres grandes viajes al Pacífico, con los de Cook y La Pérouse, y en la exposición del Museo hoy se ve reducido a un mapa. Una restauración de la obra y de las imágenes del mismo sería esencial. Ante todo, una cuestión de justicia hacia el hombre encarcelado y anulado de cara a la historia por el valido Godoy, y también una muestra de la calidad científica alcanzada en la España de las Luces, y de la visión de América que supo transmitir en palabras e imágenes. Con una enorme sensibilidad hacia el mundo de los indios. Su ausencia es como si en Inglaterra —no hablo de Australia— hubiese sido olvidado el capitán James Cook, y la imagen disponible de América al borde de la independencia, el precio a pagar desde la perspectiva del museo.
La miopía voluntaria de Urtasun al encarar el tema de la reforma de los museos se aprecia también en que mientras apunta a los museos de América y Antropológico, absuelve al Museo Naval, reformado en fecha reciente, y que es un ejemplo de museo mudo respecto de la realidad que estaría obligado a mostrar. La Marina intervino en la relación con el Imperio, hasta el punto de que Trafalgar es el anuncio de su pérdida, pero el Museo de hoy no ofrece nada de reconstrucción histórica rigurosa. Hasta el pobre almirante Cervera es mandado casi al techo: como perdió, mejor olvidarle. Una vez más los hermosos objetos —uno de ellos, procedente de la depredación de Godoy sobre los bienes de Malaspina— son la cobertura del vacío. Nuestro ministro prefiere dar su visto bueno, tal vez por lo que supondría tratar con una institución difícil. ¿Oportunismo?
La conclusión es clara. Vale la pena reorganizar el Museo de América de acuerdo con la realidad histórica, en su dualismo y complejidad, sin omitir la importancia de las instituciones y de la cultura hispana, excluyendo el sesgo panfletario woke, pero con presencia de la «república de los indios» en sus distintas variantes, así como del papel sufrido en ella por la mujer y de la esclavitud. No hace falta poner la carreta delante de los bueyes, «descolonizar», sino exponer la realidad histórica, insistimos, sin patrioterismo ni leyenda negra.
«Actualizar, reformar, son cosas necesarias, el desmantelamiento parcial de nuestros museos, otra bien diferente»
Llegamos al punto más peligroso, enunciado mediante eufemismos que es preciso leer a la luz de lo que piensa Urtasun sobre la Dama de Elche: «revisión de las colecciones» que implícitamente llevaría al «cumplimiento de los compromisos internacionales», es decir, a la devolución de piezas y colecciones significativas. Es un plan sobre el cual Urtasun prefiere eludir las precisiones, no faltaría más, pero que ya «está en marcha». Los rumores apuntan al magnífico tesoro de los Quimbayas, la joya de la Corona del Museo de América, donación a España en 1893, conmemorando el cuarto centenario del descubrimiento de América (descubrimiento que ya en sí mismo debe parecerle al ministro el acto condenable), pero que no es en modo alguno fruto de una depredación hispana.
Antes de adoptar decisiones irreversibles, el ministro está obligado a ofrecer precisiones sobre ese alcance de las devoluciones, que debieran limitarse a aquellos fondos que inequívocamente han sido frutos de la depredación o de adquisición fraudulenta por parte de quien hoy los posee y exhibe. Recordamos el film La dama de oro. Esto podría afectar a algún cuadro del Thyssen y habría que asumirlo, pero otra cosa es asumir sin más deudas por responsabilidades históricas cuestionables. Actualizar, reformar, cumplir la ley son cosas necesarias, el desmantelamiento parcial de nuestros museos, otra bien diferente.