¿Autoayuda o filosofía?
Lo que distingue la autoayuda superficial de lo que podríamos llamar autoayuda filosófica es que ésta se basa en argumentos
Vivimos en un tiempo de incertidumbre, de desasosiego, de búsqueda de soluciones rápidas a nuestros problemas. No hay más que ver las estadísticas sobre la cantidad de personas que acude a terapia o se está medicando para la depresión o la ansiedad. O repasar las listas de libros más vendidos, donde los de autoayuda ocupan un lugar prominente. Este panorama ha dado lugar a una tendencia cada vez mayor de confundir los libros de autoayuda con los de filosofía. Incluso de amoldar los textos de los clásicos del pensamiento hasta hacerlos encajar en la categoría de autoayuda.
El filósofo Albert Lladó (Barcelona, 1980) acaba de publicar un ensayo con el desafiante título Contra la actualidad. Treinta preguntas contra la robotización del presente (Galaxia Gutenberg). Su aleccionadora tesis es que «si no queremos ser tratados como robots, lo mejor es que dejemos de comportarnos como robots».
Entrevistado por Winston Manrique Sabogal en la web cultural VMagazín, Lladó explica con claridad meridiana por qué no podemos considerar filosofía un libro de autoayuda. «La gran diferencia entre la autoayuda y la filosofía -afirma rotundo- es que la autoayuda cree tener la respuesta y la filosofía lo que hace es preguntar». No es una diferencia baladí.
Por si no estuviera suficientemente claro, el también autor de las novelas Malpaís y La travesía de las anguilas pone el ejemplo de «Sócrates, o Sócrates convertido en personaje dramático por Platón», precisa. Lo que hace precisamente el padre de la filosofía es «ir a los aparentemente sabios, a los aparentemente expertos, y les repregunta, les repregunta, les repregunta, hasta que se vea que en realidad no eran ni tan expertos ni tan sabios».
«El problema no son los libros de autoayuda. Si se publican, será porque se necesitan. El problema somos nosotros y nuestra forma de afrontar la vida»
Es todo lo contrario de lo que vemos en el mundo actual -en la política, en la cultura, en los propios medios-, del que las redes sociales son probablemente el exponente más claro. Son pocos los que preguntan y muchos los que afirman taxativamente. La duda, fuente del saber, está mal vista, considerada como una debilidad en lugar de una virtud. El diálogo, la dialéctica, el «método socrático» de indagación ha desaparecido de nuestras vidas.
Las listas de los libros más vendidos se ven distorsionadas por las enormes ventas de los llamados libros de autoayuda. Casi todas las cabeceras que publican estos rankings se ven obligadas a «cocinarlos», como las encuestas, para corregir esos desequilibrios. Hay incluso un suplemento cultural que ha solucionando el problema creando una nueva categoría, «Otros libros», a donde van a parar, junto a los volúmenes de recetas de cocina, títulos como Gente tóxica, Hábitos atómicos, Cómo hacer que te pasen cosas buenas, Tu cerebro tiene hambre, Ama tu soledad, El poder del ahora, Encuentra tu persona vitamina, El sutil arte de que (casi) todo te importe una mi*rda o Deja de ser tú. No tenemos ni tiempo ni paciencia para la filosofía, para la reflexión y la contemplación, así que vamos directamente a los libros asertivos que nos dan la respuesta categórica sin ni siquiera formular la pregunta.
Curiosamente, en la lista, llamémosla canónica, de ensayos o libros de no ficción, hay un título que se repite desde hace años, exactamente desde hace 119 semanas. Se trata de El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl (1905-1997). Este hecho probablemente nos ofrezca la mejor explicación de la proliferación de libros de autoayuda. Como es sabido, Frankl sobrevivió milagrosamente al Holocausto tras pasar por varios campos de concentración, no así su mujer, sus padres, un hermano, una cuñada, varios amigos y colegas.
El doctor Frankl sostiene en su libro que, hasta en las circunstancias más adversas, como le ocurrió a él, es posible vivir una vida positiva y con sentido, porque «a un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano -escribe-, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino». Si Frankl consiguió ser feliz en una situación tan extrema ¿cómo no vamos a serlo nosotros angustiados por nuestras pequeñas cuitas?
La escritora Rosa Montero ofrecía en una entrevista reciente dos posibles causas del éxito de los libros de autoayuda. Una que «en los últimos tiempos, queremos ser felices ya, de manera inmediata y permanente y, a ser posible, sin esforzarnos mucho; por eso nos despepitamos por aprender las fórmulas mágicas que nos pueden conducir al paraíso». La otra causa sería que «cada vez estamos menos preparados para enfrentarnos a la frustración, al desasosiego y al dolor; cada vez nos sentimos más impelidos a ser dichosos en sesión continua, lo cual es irreal y problemático».
Volviendo a Albert Lladó, el problema, además, es que estamos viviendo una felicidad que «casi en vez de una liberación, es una condena». «La felicidad se ha autoproclamado como una obligación -explica-. Cuando la felicidad tiene que ver con el deseo, con ese desplazamiento, ese caminar, con la consecución».
El problema no son los libros de autoayuda. Si se publican, será porque se necesitan. El problema somos nosotros y nuestra forma de afrontar la vida. Preguntado por un periodista, el profesor de Filosofìa John Sellars, que acaba de publicar Lecciones de Aristóteles (Taurus), hacía una encendida defensa de este tipo de libros, pero distinguía entre buenos y malos. «En cierto sentido, Sócrates se dedicaba a la autoayuda -proclamaba-. Ahora bien, lo que distingue la autoayuda superficial de lo que podríamos llamar autoayuda filosófica, que encontramos en los estoicos y en Sócrates, es que se basa en argumentos. Nos dará razones de por qué deberíamos hacer las cosas que nos sugieren que hagamos. Esa es la diferencia».