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48 pistas para descubrir el universo literario de Joyce Carol Oates

La escritora neoyorquina construye en su última novela una intriga donde domiman las tensiones entre dos hermanas

48 pistas para descubrir el universo literario de Joyce Carol Oates

Joyce Carol Oates. | Wikimedia Commons

Un escritor prolífico tiene la gentileza de no hacer esperar a sus lectores, pero suele asumir dos riesgos: la irregularidad en el nivel de sus obras y la tendencia a repetirse. Les sucede a Stephen King, a Amélie Nothomb y, también, a Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938), que desde su debut en 1964 suma más de cien libros entre novela, cuentos, literatura infantil y juvenil, poesía, teatro, ensayo y memorias, que le han valido numerosos premios, además de la papeleta de eterna candidata al Nobel de Literatura. 48 pistas sobre la muerte de mi hermana (RBA, 2024, trad. María Dolores Crispín), publicada el año pasado en inglés, es uno de sus últimos títulos.

En 1991, la joven, rubia y bella Marguerite Fulmer desaparece de su pequeña localidad en el norte del Estado de Nueva York. Tiene 30 años, se dedica al arte, lleva una existencia ordenada, viene de familia pudiente y nada parece indicar que se haya fugado por voluntad propia. Tampoco consta ningún novio o amante sospechoso, claro que ella guardaba su intimidad con celo. ¿Un secuestro? Pero nadie pide un rescate. Veinte años después, su hermana menor, Georgene, alias Gigi, una empleada de correos con nulas habilidades sociales, trata de reconstruir el caso, y lo que sucedió después, en forma de «48 pistas», tantas como capítulos tiene el libro.

«Sin duda, ser la segunda es ser de segunda clase» (p. 191). Gigi habla desde la rabia, hacia los demás y hacia sí misma. Bruta, antipática, huraña, misántropa, calculadora; nada que ver con la femenina, talentosa y encantadora Marguerite. Gigi siempre se sintió a la sombra, no porque Marguerite ni sus padres la menospreciaran, sino por el concepto que tiene de sí misma, condenado a salir perdedor de las comparaciones. Su voz destila veneno al ironizar sobre los movimientos de Marguerite, se inmiscuye en la investigación, no es clara. Es evidente que el lector no puede confiar en ella, pero también que el quid de la novela por fuerza va más allá de esta narradora juguetona.

Más que «pistas» como tales, se trata de aproximaciones a su hermana, tanteos, que permiten vislumbrar la vida exterior de Marguerite (su ropa, su taller, sus compañeros) al tiempo que revelan la vida interior de la narradora (los traumas, las dudas, los miedos). Es un ejercicio para rellenar los huecos de Marguerite a los que no ha tenido acceso, y que le generan tanta envidia como inquietud («Todo lo que era secreto en mi hermana, lo envidiaba profundamente, y me provocaba resentimiento», p. 137). El motor del libro no reside tanto en la intriga por lo que le ocurrió como en desentrañar las tensiones subyacentes entre las hermanas, entre la familia y con el entorno; un trabajo, el de deconstruir su estilo de vida en apariencia perfecto, que Oates domina.

Un padre taciturno, la herida no cerrada por la muerte temprana de la madre, silencios, ocultaciones. Habitan la misma casa, pero apenas se comunican, no saben quiénes son. En la primera parte, se narra cómo la desaparición repercute en la familia: la prensa, las especulaciones, los vecinos entrometidos. Poco a poco, como en un goteo, el mundo privado de Marguerite –la escuela, sus bocetos, sus colegas– se deja entrever. Y Oates, como buena veterana que conoce los mecanismos de la ficción, se guarda un as para la segunda mitad: la entrada en escena de Elke, un hombre que se presenta como mentor y algo más de Marguerite, y que ahora se acerca a Gigi.

Humor negro

Con esta vuelta de tuerca, Gigi se «apropia» del mundo de su hermana, solo que ella tampoco está libre de perder el control; no es tan fuerte ni tan indiferente como quiere transmitir; desentrañar cuánto hay de verdad y cuánto de provocación en su verborrea furiosa es trabajo del lector. Es una narradora con lengua viperina, humor negro y esa socarronería marca de la casa que regala perlas como «No me gustan los disgustos (a menos que los haya provocado yo misma, p. 42)». En la segunda parte, además, se aborda la ética del artista y, sobre todo, el rol de las mujeres en el arte. Aun así, el debate sigue vigente: por mucho que una novela se desarrolle en el pasado, se escribe con la conciencia de ahora, dialoga con el lector contemporáneo.

Quizá la aportación más relevante sea el tratamiento del género y el cuerpo, la relación (complicada) que cada mujer mantiene con su corporeidad, una clave para entender tanto la desaparición como las vivencias traumáticas que arrastran. El cuerpo femenino como ente social amenazado, que las vuelve frágiles, las incomoda, las traiciona. Cada una tiene sus estrategias para «negarlo», reprimirlo: Marguerite firma sus esculturas con su inicial para camuflar su género y se reprime al crear para no mostrar el yo femenino en su plenitud; Gigi, por su parte, tiene un conflicto con su cuerpo («habitar un cuerpo femenino es […] como embutirse en un disfraz con una careta perfectamente adaptada a través de la cual respirar es toda una hazaña», p. 226), en principio por no ser como el de su hermana, pero que se extiende al rol social que se espera de una mujer («No me siento a gusto en una cocina, tiendo a pensar que es ‘el lugar de la mujer’. (No me identifico con «mujer» si puedo evitarlo: «mujer» es como ser una boba)», p. 187). Está también el cuerpo de la madre, decrépito; la enfermedad, otra perfidia de la carne.

Las tres mujeres y sus heridas se entrelazan así, a través de aquello que todas comparten, por diferentes que sean sus caracteres y sus caminos vitales. La denuncia social siempre ha estado presente en la obra de la autora, en particular la violencia contra los desfavorecidos (mujeres, negros, pobres). Cuando le preguntan, ella responde que no escribe sobre la violencia, sino que esta surge porque escribe en el marco de una sociedad en la que esa violencia se encuentra arraigada. La inserta en una narración oscura y mordaz, de suspense bien llevado, ágil, con esa prosa incisiva que ha depurado con los años, con sus cursivas enfáticas y sus paréntesis.

No, no es una mala novela en absoluto. Entonces, ¿qué problema hay, por qué sabe a poco? Por la sensación de haber leído ya lo mismo en otros libros suyos: la relación entre hermanas, la violencia sobre las mujeres, la inspiración en sucesos. No pasa nada por repetirse, siempre y cuando se amplíe el campo o se ofrezca otra mirada. 48 pistas…, si bien aporta el tema del arte y está escrito con oficio, resulta modesta, demasiado, al lado de títulos como Hermana mía, mi amor (2008), probablemente su novela sobre relaciones fraternales más lograda. Con todo, se agradece que siga escribiendo, atenta a las turbulencias de nuestra sociedad; incluso un Oates menor sigue siendo mejor que mucho de lo que hay en el mercado.

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48 pistas sobre la desaparición de mi hermana
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