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Historias de la historia

El primer misil

En las guerras de Ucrania y Oriente Medio los misiles son el arma más temible. Todo empezó hace 80 años, con una misteriosa explosión en Londres

El primer misil

Imagen de la «extraña explosión» publicada por la prensa británica tras el primer ataque con misil. | Cedida

«Graves daños causados por una misteriosa explosión en el Sur de Inglaterra». Ese era el pie de la foto publicada en los periódicos al día siguiente de aquel 8 de septiembre de 1944. La prensa evitaba decir que la «misteriosa explosión» había tenido lugar en Londres, la capital británica que ya había sido el objetivo favorito de la aviación alemana al principio de la II Guerra Mundial.

Nadie quería evocar fantasmas del reciente pasado, los días de «sangre, sudor y lágrimas» en palabras de Churchill, ahora que las cosas iban tan bien. Hacía tres meses y dos días del Desembarco de Normandía y todo el mundo estaba convencido de que Alemania ya había perdido la guerra. Hacía mes y medio que una conspiración de generales alemanes le había puesto una bomba a Hitler, que resultó herido, y la prensa inglesa había titulado: «¡Los nazis se matan entre sí!». Y dos semanas atrás se había liberado París, éxito simbólico puesto que aquella había sido la conquista más importante para Hitler, la única presa que el Führer había visitado en persona.

El gobierno británico también tranquilizó al público, no es que los alemanes volviesen a machacar Londres, lo ocurrido en Chiswick, un distrito acomodado de la capital inglesa, había sido una explosión de gas accidental.

Naturalmente, era mentira. La explosión en aquel barrio residencial, que le había costado la vida a una niña de tres años, a una anciana y a un soldado de permiso, era resultado del impacto de un cohete V-2, el primer misil de la Historia. Aquella era la baza secreta de Hitler, el arma definitiva, imparable para la defensa antiaérea. Era el arma que sería blandida por rusos y americanos durante toda la Guerra Fría, como la amenaza atómica que podía destruir el planeta, aunque nunca sería utilizada en su versión nuclear.

El misil alemán V-2 con su rampa de lanzamiento móvil.

En realidad, las autoridades británicas, o mejor dicho, el pequeño núcleo de personas que sabían lo que pasaba, estaban esperando esto desde 1942. Ese año, cuando todos los enfrentamientos británicos con Alemania o Japón se traducían en derrotas militares, cuando la única esperanza para Inglaterra radicaba en que Estados Unidos y Rusia habían entrado en la guerra contra el Eje, el famoso Servicio de Inteligencia británico había detectado que en un remoto lugar de la costa báltica llamado Peenemünde, funcionaba un centro de investigación donde estaban experimentando con cohetes de largo alcance.

En el mes de abril de 1943, los mandos del espionaje británico estaban ya tan seguros de su descubrimiento que se lo comunicaron a Winston Churchill, el primer ministro del Reino Unido. Inmediatamente, Churchill creó un «comité de investigación especial» para tan grave asunto, y puso al frente a Duncan Sandys. Muchos torcieron el gesto: Sandys era un conocido germanófilo, miembro de la Hermandad Anglo-Germánica, partidario de dejarle a Hitler manos libres en Europa siempre que respetase religiosamente al Imperio Británica. Para colmo, Sandys era el yerno del primer ministro.

En realidad, en cuanto comenzó la guerra, Sandys dejó aparte su germanofilia y fue de los primeros ingleses en luchar contra los alemanes, siendo herido gravemente en la campaña de Noruega de 1940, que le dejó cojo. En cuanto a su parentesco con el primer ministro, hay que tener en cuenta que Churchill, un guerrero y caudillo nato, hacía la guerra de forma personal, y sólo de esa forma transmitió al pueblo inglés la energía para resistir al principio de la guerra, cuando la mayoría de los políticos querían rendirse.

El comité de Sandys reunió más información de forma sistemática, llegó a la conclusión de que aquellos cohetes suponían una amenaza terrible y aconsejó actuar. El 17 de agosto de 1943, la RAF (Real Fuerza Aérea británica) echó el resto en la llamada Operación Hidra. El nombre en clave era el del monstruo de la mitología griega, una horripilante criatura con nueve cabezas de dragón y serpiente, una alusión al terrible peligro que se cocía en Peenemünde.

La Operación Hidra se preparó cuidadosamente, se montó una importante operación de distracción, un ataque simulado contra Berlín, para atraer a la capital del Reich a todos los medios de defensa antiaérea. La Luftwaffe cayó en la trampa -el jefe del Estado Mayor, su máxima jerarquía, se suicidaría por ello- y los pilotos británicos pudieron hacer su trabajo en relativa impunidad. 597 aparatos del Mando de Bombardeo atacaron Peenemünde en tres oleadas y lanzaron 2.000 toneladas de bombas sobre el complejo. Pese a ello, no lograron destruirlo, aunque sí provocar serios daños, incluida la muerte del director adjunto del proyecto, el Dr. Walter Thiel. Se calcula que esto retrasó en dos meses la producción de V-2, lo que en el desarrollo de la guerra resultaría importante. 

Las fasas pistas de esquí

A partir de ese momento comenzó una guerra secreta por Europa. Los espías aliados, los movimientos de la Resistencia en los países ocupados por los nazis, y una nueva herramienta de información, la fotografía aérea -en la que trabajaba Sarah Churchill, hija del primer ministro- fueron trazando un mapa de los centros de producción, almacenamiento y, lo más importante, de lanzamiento de los cohetes alemanes. Así descubrieron un número insólito de «pistas de esquí» por la costa francesa. En realidad eran rampas de lanzamiento de otra arma secreta alemana, el «avión sin piloto» o V-1.

Adelantándose a los hechos, el 26 de marzo de 1944 Churchill advirtió en un mensaje a la nación que Gran Bretaña podría ser «objeto de nuevas formas de ataque enemigo». Mientras tanto, la aviación aliada lanzó numerosos ataques contra esas «pistas de esquí» y las instalaciones de los cohetes de largo alcance.

Pero las «armas maravillosas» con las que Hitler amenazaba constantemente para tener a los alemanes ilusionados con la victoria, no llegaron a tiempo de intervenir el Día-D, el 6 de junio de 1944, cuando se produjo el Desembarco de Normandía. La invasión aliada de Europa llevaba ya en marcha una semana cuando los alemanes pudieron lanzar su primera V-1, el 13 de junio de 1944. Pero en vez de lanzarla sobre los ejércitos que habían desembarcado, Hitler la envió contra la población civil, contra Londres.

La V-1 destruyó un puente de ferrocarril y mató a ocho personas. Londres volvía a ser blanco de los bombardeos y en una reunión del gobierno el ministro del Interior, pesimista, dijo que dudaba que la población fuera capaz de soportar los bombardeos como al principio de la guerra, lo que le valió un tremendo rapapolvo de Churchill por derrotista.

En realidad el primer ministro, que había querido estar presente en el Día D, encontrándose con la prohibición del rey Jorge VI, se encontraba eufórico con aquella vuelta atrás, a las noches heroicas de 1940, cuando se subía a la azotea de su residencia oficial a tomar ostras y champagne mientras seguía el ataque alemán y la defensa antiaérea. «Winston está en una forma excelente, por lo menos diez años más joven. ¡Y todo porque las bombas volantes nos han vuelto a situar en el frente!», recogía en su diario el general Allan Brooke, jefe del Estado Mayor del primer ministro.

Las V-1 eran relativamente fáciles de destruir en vuelo, como si se tratase de un avión enemigo, y tras el Desembarco de Normandía las «pistas de esquí» de la costa francesa fueron pronto tomadas o destruidas. Las V-2, en cambio, representaban una amenaza mucho mayor. Como eran cohetes de velocidad supersónica no había forma posible de defensa antiaérea. Como eran de largo alcance, y además se disparaban desde plataformas móviles, remolcadas por camiones, los aliados tardaron mucho en neutralizar sus bases de lanzamiento.

En total, Alemania disparó más de 4.000 V2, 1.400 contra Londres, de las que una 1.000 alcanzaron sus blancos, y 1.600 contra la región de Amberes, que era el más importante puerto de suministro de los ejércitos aliados. Sin embargo, la cifra de muertos no fue muy elevada, aproximadamente dos por cohete.

Faltaba bastante para los misiles con cabeza nuclear de la Guerra Fría, pero aquel 8 de septiembre de 1944 se había dado el primer paso.

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