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Cultura

Sexo, partos y política: el Felipe II que la historia oficial evitó contar

El libro ‘El universo femenino de Felipe II’ reconstruye la vida de sus esposas y desvela los códigos del sexo en palacio

Sexo, partos y política: el Felipe II que la historia oficial evitó contar

Retrato de Felipe II por Sofonisba Anguissola. | Museo del Prado

La historia suele contarse en clave masculina por razones que, aunque evidentes, no dejan de ser problemáticas. La primera es estructural: los grandes protagonistas del relato político fueron mayoritariamente hombres. La segunda, más incómoda, es la falta de documentación sobre ellas. Sus voces, sus cuerpos, sus partos, sus deseos, sus miedos… apenas quedaron registrados, como si la experiencia femenina fuera un pie de página de la gran narrativa del poder.

Por eso acaba de llegar a las librerías un libro que altera ese marco: El universo femenino de Felipe II, de Antonio Martínez Llamas. Sí, otro libro sobre Felipe II. Pero este es distinto. No pretende añadir una capa más al retrato del monarca austero, ceremonioso y políticamente monumental, sino entrar en su territorio más íntimo: sus esposas, sus amantes, las noches de bodas, los rituales sexuales recomendados para un rey del siglo XVI, los partos, las pérdidas, la medicina de la época y, sobre todo, la pregunta que hasta ahora la historiografía había esquivado: ¿qué significaron realmente las mujeres en la vida del Rey Prudente?

Martínez Llamas —médico, escritor, miembro de la Sociedad Española de Médicos Escritores y Socio de Honor del Ateneo Médico Leonés— reconstruye ese universo con una mirada doble: literaria y médica, sensible y rigurosa. Y lo hace abordando un dato tan conocido como perturbador: ninguna de las cuatro mujeres de Felipe II le sobrevivió. Todas murieron jóvenes, casi siempre después de partos complicados, en un tiempo en el que la medicina seguía atrapada entre el galenismo arabizado, la tradición hipocrática y la superstición.

El libro plantea, desde su primera página, un giro conceptual interesante: defender que es imposible comprender plenamente a Felipe II si ignoramos su «soberanismo pasional», es decir, la forma en que sus vínculos afectivos, su sexualidad, sus matrimonios y su relación con el cuerpo femenino condicionaron decisiones políticas, ritmos diplomáticos e incluso estados de ánimo. Reducirlo al estadista frío es un error: también fue un hombre sometido a su cuerpo, a sus pulsiones, a sus miedos, a sus pérdidas.

Y ahí aparece lo más novedoso del libro: la interpretación médica de cada matrimonio, cada embarazo y cada complicación obstétrica. Por primera vez, se ofrece una explicación clínica sólida que ayuda a entender por qué murieron las cuatro reinas, qué riesgos asumían, qué se sabía —y qué no— sobre la salud femenina en la corte y cómo se interpretaba, por ejemplo, algo tan común hoy como la menstruación, entonces rodeada de ideas que hoy consideraríamos inaceptables.

María Manuela de Portugal: el primer matrimonio

Felipe y María Manuela se casaron con apenas 16 años y sin haberse visto nunca. Eran primos carnales por ambas ramas —un grado de consanguinidad extremo incluso para la época—, lo que permite al autor explorar la posible transmisión de enfermedades genéticas tanto en ella como en su hijo.

María Manuela murió pocos días después de dar a luz, tras un parto agotador de 48 horas. Los detalles clínicos que recoge la obra son de enorme interés para quienes estudian la historia de las mujeres: no solo por la crudeza del alumbramiento, sino por la luz que arrojan sobre las prácticas obstétricas del siglo XVI.

En aquel tiempo, entre el 10% y el 15% de las mujeres morían tras dar a luz, casi siempre por infecciones generalizadas. Tiene sentido: la idea de lavarse las manos antes de asistir a una parturienta no empezó a extenderse hasta mucho más tarde. Como recuerda Martínez Llamas: «En 1676 Anton van Leeuwenhoek descubrió la existencia de las bacterias, y no fue hasta años más tarde que se demostró que algo tan básico como lavarse las manos salvaba muchas vidas» (p. 105).

La descripción del parto de María Manuela se lee casi como un documento antropológico: «Una variedad de carnicería donde se mezclaban las desafortunadas maniobras obstétricas, manipulaciones prorrogadas y el desconocimiento de los mecanismos expulsivos». Cada parto era una lotería fisiológica con resultado imprevisible.

Normas, moral y un matrimonio sin afecto

El matrimonio había sido concertado fundamentalmente por razones económicas —la dote portuguesa permitía financiar parte de las guerras eternas de Carlos V—, y todo indica que careció de afecto, y probablemente también de pasión. El libro recoge las normas sexuales que la pareja debía respetar:

• Encuentros íntimos de un máximo de dos horas,
• Prohibición durante la menstruación y los diez días posteriores,
• Veto los miércoles, viernes, domingos y fiestas de guardar,
• Desnudez permitida solo de cintura para abajo.

La posibilidad de concebir un hijo era casi un acto de estadística, no de deseo. La vida íntima estaba completamente regulada por la moral religiosa castellana, especialmente estricta en comparación con la borgoñona.

María Tudor: la reina mal interpretada

La segunda esposa fue María Tudor, hija de Catalina de Aragón. La tradición historiográfica anglosajona la ha presentado como víctima de embarazos psicológicos, pero Martínez Llamas desmonta esta teoría con precisión médica: María sufrió una enfermedad grave, mal diagnosticada, que explica sus síntomas sin recurrir a supuestos fantasiosos. Su muerte añadió otra capa de duelo al monarca, cada vez más marcado por la pérdida femenina.

Isabel de Valois: la esposa que sí amó

Probablemente la única mujer a la que Felipe II amó de verdad. Madre de Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, Isabel aportó juventud, diplomacia innata y un encanto que conquistó a toda la corte.

El testimonio más revelador lo dejó Paolo Tiepolo, pintor y agente veneciano: «Visita en horas intempestivas, cuando ella ya está dormida, pero en secreto le da satisfacción como buen marido».

La madre de Isabel, Catalina de Médicis, fue clara en sus consejos epistolares: «Nada es peor en un matrimonio que las disculpas para no tener tratos carnales». Una frase que resume el lugar de la sexualidad en los pactos matrimoniales del XVI.

Isabel, sin embargo, tardó dos años en consumar la unión: no menstruó hasta entonces. Felipe respetó la espera, siguiendo la costumbre de no iniciar la vida sexual hasta que pudiera garantizarse la capacidad reproductiva de la esposa.

Ana de Austria: la última esposa, la última esperanza

Ana de Austria representó la posibilidad de estabilidad doméstica que el rey parecía no haber encontrado antes. Llegó joven, sana y con un carácter dulce que contrastaba con la rigidez emocional del monarca. Con ella tuvo cinco hijos, aunque solo sobrevivió uno: el futuro Felipe III. Su muerte por fiebres puerperales en 1580, con apenas 21 años, cerró un ciclo devastador: cuatro esposas, cuatro entierros.

El libro insiste en algo esencial: es imposible comprender la psicología de Felipe II —sus silencios, su severidad, sus decisiones— sin tener en cuenta esta sucesión de tragedias íntimas.

Más allá de sus conquistas, sus consejos de Estado o sus sombras políticas, Felipe II fue un hombre rodeado de mujeres cuya existencia quedó reducida durante siglos a notas marginales. Este libro las devuelve al centro. Y, al hacerlo, revela algo que la historiografía apenas había querido mirar: que la intimidad, los cuerpos femeninos, la fragilidad médica y la muerte fueron también motores —silenciosos pero decisivos— de la monarquía más poderosa del siglo XVI.

El Rey Prudente gobernó medio mundo, pero su vida privada estuvo marcada por un territorio diminuto y brutal: el del parto, la enfermedad y la pérdida. Ese es el verdadero «universo femenino» que Antonio Martínez Llamas rescata. Y, paradójicamente, al iluminar a las mujeres, ilumina también al hombre.

Estudios como El universo femenino de Felipe II cumplen una función que va más allá de la biografía o de la pura curiosidad histórica: amplían el marco desde el que entendemos las cortes del pasado. Durante demasiado tiempo, la historia política y la historia de las mentalidades han viajado por carriles paralelos, como si las decisiones del poder estuvieran desligadas de los cuerpos, los afectos y las estructuras familiares que sostenían a quienes gobernaban. Sin embargo, ningún monarca —ni siquiera uno tan disciplinado como Felipe II— vivió aislado de la fragilidad de la vida privada.

Cada muerte, cada parto fallido, cada enfermedad no solo marcó su biografía, sino también los ritmos de la monarquía y los tiempos de la diplomacia. Al situar el universo femenino en el centro de la narración, este libro recuerda que la corte no era únicamente un teatro de Estado, sino un organismo vivo donde el dolor, la salud, la sexualidad y las expectativas culturales condicionaban tanto la política como los Consejos.

Además, obras como la de Martínez Llamas contribuyen a corregir un sesgo historiográfico profundo: la tendencia a estudiar el pasado a través de sus grandes estructuras —imperios, guerras, tratados— sin atender a la microhistoria que late debajo. La historia de las mujeres de Felipe II es la historia de miles de mujeres anónimas cuya experiencia quedó relegada al silencio, pero que conformaron la textura real de la vida en la Edad Moderna. Recuperar su voz —aunque sea a través de los rastros médicos, epistolares y culturales que sobrevivieron— no es un gesto de nostalgia, sino un acto de precisión histórica.

Cuanto más comprendemos la intimidad de las cortes, más nítido aparece el funcionamiento de la monarquía hispánica y, por extensión, de nuestra propia historia. Porque para entender un imperio no basta conocer sus fronteras: hay que mirar también las camas donde se concebían herederos, los partos que decidían dinastías y los cuerpos femeninos que sostuvieron, a veces con su vida, la continuidad del poder.

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