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'Jurado Nº 2': Clint Eastwood se despide con un dilema moral

La leyenda del cine firma a sus 94 años una (¿última?) película que explora la justicia y la verdad, la culpa y la redención

‘Jurado Nº 2’: Clint Eastwood se despide con un dilema moral

Clint Eastwood con el actor Nicholas Hoult. | Claire Folger

Tiene 94 años. Y ahora sí, parece que se retira de manera definitiva, o al menos eso ha anunciado. Todo apuntaba a que la crepuscular Cry Macho de 2021, en la que intervenía como actor y director, iba a ser su adiós. Pero Clint Eastwood ha vuelto a ponerse detrás de las cámaras en Jurado Nº 2, en la que no actúa. Si hay en el cine actual alguien a quien se le puede aplicar con justicia el calificativo de «leyenda viva» es él. Y si Jurado Nº 2 es su adiós, estamos ante una despedida más que digna, porque es una película muy sólida, en forma de drama judicial que plantea un dilema moral.

Es el largometraje número 40 como director de quien empezó como actor. A lo largo de las décadas, a Eastwood se han empeñado en encasillarlo una y otra vez y él ha sabido reinventarse y sorprender. Debutó como secundario en 1955 en películas de serie B y dado que su carrera en la gran pantalla no despegaba, en 1959 aceptó protagonizar una serie de televisión, un western titulado Cuero crudo. Entonces la televisión no era la de ahora. Se la consideraba una liga menor, a la que iban a parar viejas glorias en decadencia o jóvenes intérpretes que no habían logrado alcanzar el estrellato. Las posibilidades de salir de ese pozo eran escasas, por lo que Eastwood tomó una decisión arriesgada. En 1964 aceptó rodar un espagueti-western en Almería a las órdenes de un cineasta italiano. Lo de los espagueti-westerns era otra liga menor, en la que acababan viejas glorias, actores cuyos rostros de malo los condenaban a ser eternos secundarios en Hollywood como Lee Van Cleef o jóvenes a los que se podía contratar barato como Eastwood.

La jugada le salió redonda. Cuenta la leyenda que durante el vuelo transatlántico se fue inventando los gestos de su personaje: el pistolero errante y silencioso. La película, Por un puñado de dólares, era un calco de Yojimbo, una de samuráis de Kurosawa, y al final hubo que llegar a un acuerdo con los japoneses para que no los demandaran por plagio. Problemillas aparte, esta cinta redefinió el western y se convirtió en la primera entrega de lo que se denominó «la trilogía del dólar», que completan La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo, todas dirigidas por el maestro Sergio Leone y protagonizadas por Clint Eastwood.

Volvió de Italia convertido en una estrella. Actuó en películas bélicas (El desafío de las águilas, Los violentos de Kelly), en westerns con toques de comedia (Dos mulas y una mujer), en westerns musicales (La leyenda de la ciudad sin nombre), en westerns urbanos (La jungla humana) y en westerns psicológicos (El seductor). Y en 1971 volvió a hacer historia con Harry el sucio, en la que interpretaba a un policía de San Francisco con métodos expeditivos. El largometraje inauguró el género de los llamados «vigilantes», justicieros urbanos, que Charles Bronson explotó como ciudadano cabreado que se toma la justicia por su mano en El justiciero de la ciudad y sus infinitas secuelas. También el inspector Harry Callahan protagonizó un montón de secuelas. Y a Eastwood lo tildaron de reaccionario, fascista y otras lindezas.

Sin embargo, quienes lo veían como simple actor de cintas violentas y fascistoides tuvieron que tragarse sus palabras. No solo porque Harry el sucio es hoy un clásico, sino porque en aquella época ya había fundado su productora, Malpaso, y daba oportunidades a jóvenes promesas. Michael Cimino debutó como director gracias a él con Un botín de 500.000 dólares. Además, el propio Eastwood decidió ponerse también él detrás de las cámaras. Arrancó como cineasta en 1971 con un estimulante thriller, Escalofrío en la noche, siguió con un western, Infierno de cobardes, y en su tercer título, Primavera en otoño, rompió esquemas: en este caso solo dirigía, no actuaba, y además se puso romántico para contar una historia de amor crepuscular protagonizada por William Holden, muy alejada de su típico cine de acción.

Historia viva del cine

Desde mediados de los setenta hasta mediados de los ochenta dirigió e interpretó solventes películas de acción, que era lo que se esperaba de él. Pero en 1988 volvió a sorprender con Bird, biopic de Charlie Parker en el que volcaba su amor al jazz (su hijo Kyle es un muy apreciable músico de jazz). Y a partir de aquí su cine creció en ambición y llegaron títulos como Sin perdón, Un mundo perfecto, Los puentes de Madison, Mystic River, Million Dollar Baby, Cartas de Iwo Jima, Grand Torino, Invictus… La lista completa es impresionante, historia del cine americano.

Su estilo como director es clásico, eficaz, sin florituras, sin piruetas, ceñido a contar una historia de la mejor manera posible. Sus detractores lo acusan de ser un cineasta poco creativo, pero su austeridad formal lo acerca al lenguaje depurado de clásicos como Hawks o Ford. Dejémoslo en que formalmente su cine no sorprende, pero nunca decepciona.

Es lo que sucede con Jurado Nº 2, nueva muestra de contención y eficiencia. Parte de un guion original del debutante Jonathan Abrams y es un drama judicial, todo un género en el cine americano desde el impacto de la célebre Doce hombres sin piedad de Sidney Lumet. De hecho, hay en esta película algunos guiños a ese clásico, porque también aquí tenemos a un jurado dispuesto mayoritariamente a declarar sin dilación culpable al acusado e irse a casa, y un único miembro que plantea algunas dudas (en el clásico de Lumet era Henry Fonda, aquí es Nicholas Hoult).

Sólido drama judicial

Sin embargo, en este caso esta actitud obedece a un motivo oculto. Si se lo desvelo no incurro en spoiler, porque es la premisa inicial. Se juzga a un joven con un pasado turbulento, acusado de asesinar a su novia en una carretera. Todas las pruebas parecen incriminarle, pero durante el juicio, el jurado nº 2 empieza a descubrir inquietantes coincidencias con algo que le pasó. Porque la noche en que se produjo esa muerte, él circuló por esa carretera y su coche golpeó algo, que él creyó que era un ciervo que se perdió en la oscuridad… Pero acaso a quien atropelló fue a la chica. ¿Qué hacer? Si desvela lo sucedido, se arriesga a ser declarado culpable de asesinato por su pasado de alcohólico. Ahora está rehabilitado, tiene una familia y está esperando un bebé…

Con personajes secundarios que incluyen a una fiscal con ambiciones políticas (la siempre eficaz Toni Collette), a un policía retirado con olfato (J. K. Simmons) y a un abogado que es además mentor del protagonista en Alcohólicos Anónimos (Kiefer Sutherland), la película desarrolla con pulso firme y complejidad psicológica un dilema moral. Explora las ambigüedades de la justicia, la verdad, la culpa y la redención, y plantea al espectador la duda sobre cuál es el modo correcto de proceder. En tiempos como los que vivimos en que se jalea la supuesta justicia popular de las redes, se lanzan acusaciones anónimas y se emiten veredictos sin juicio previo, este consistente drama judicial que bosqueja reflexiones éticas y morales muy pertinentes, adquiere una pasmosa actualidad.

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