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Literatura

Jorge Franco y el trencadís de sus distintas voces narrativas

El autor colombiano publica en España ‘El vacío en el que flotas’, con personajes desahuciados de sus vidas

Jorge Franco y el trencadís de sus distintas voces narrativas

El escritor colombiano Jorge Franco. | Cedida

En el arranque de El vacío en el que flotas (Alfaguara, 2024) una bomba explota en un centro comercial, pero lo que se detona es un drama narrativo desarrollado con ritmo, elegancia y profundidad. En el atentado, que deja varios muertos y heridos, un niño de cinco años desaparece sin dejar rastro. Y sus padres, Celmira y Sergio, pierden el eje de sus vidas a partir de ese momento. 

La historia de la nueva novela del colombiano Jorge Franco avanza gracias a distintas voces trenzadas como si de trencadís, la célebre técnica de azulejería que empleara Gaudí, se tratara. Ninguna es válida sin las otras, se otorgan mutuamente sentido. Hay dos narradores vigilantes de la vida de los dos progenitores, otro que nos cuenta las andanzas de un misterioso personaje llamado Uriel y un último, escrito en segunda persona, que nos deja ver la vida turbulenta de Ánderson, un escritor afamado por haber ganado un reconocido premio literario. 

«En vista de que en esta historia estaban surgiendo cuatro voces, correspondientes a cada uno de los personajes principales, sentí que la novela debería ser polifónica. Cada personaje carga un vacío diferente a partir de un mismo hecho trágico; así, las diferentes voces me ayudaban a asumir de manera distinta las cuatro historias. Y ya que la novela también tiene una estructura arriesgada, sentí que esas voces le podrían ayudar al lector a ubicarse dentro de la historia», reflexiona Jorge Franco para THE OBJETIVE. En cuanto al uso de la segunda persona, infrecuente en la novela por su complejidad, reconoce que tuvo mucha cautela a la hora de emplearla, e incluso estuvo tentado de abandonarla: «Pero luego la recuperé porque sentí que funcionaba bien para la línea dramática de Ánderson. Funciona en él como una especie de conciencia que le recrimina su comportamiento evasivo, tanto en lo personal como en lo profesional». Y la apuesta fue ganadora porque es precisamente esa voz la que permite comprender la complejidad del dolor que sufre el personaje

Son precisamente esos capítulos alternos los que vuelven la lectura fácil, un puntito adictiva. Y el propio Franco también reconoce haber disfrutado con su escritura, a pesar de las ambigüedades que pueblan el texto y de lo difícil que resulta, en ocasiones, saber quién está contando realmente la historia: «Me divertí escribiéndola aunque a veces creía que me estaba pegando un tiro en el pie, no solo por lo audaz de los cambios de tiempo y los saltos en los capítulos, sino porque también hay una burla hacia el mundillo literario».  

El colombiano ha plasmado en varias de sus anteriores novelas (algunas como Rosario Tijeras o El cielo a tiros han sido éxitos rotundos en su país) la violencia del narcotráfico allá. Por eso el terrible atentado que sacude las vidas de estos protagonistas deja al lector la duda de si tiene un sustrato real, un eco en la historia trágica del país: «Sí y no. Es decir, han sido muchos los centros comerciales y lugares públicos que han padecido ataques terroristas en Colombia, ya sea por parte del narcotráfico o la guerrilla, pero el de la novela como tal es ficción. De todas maneras, las consecuencias de aquellos atentados reales siguen en nuestra memoria y todavía los recordamos con horror». 

Otra de las riquezas de El vacío en el que flotas es el trazado de todos sus personajes. Celmira, Sergio, Uriel y Ánderson están dibujados con varias capas de profundidad y en todos ellos podemos reconocer a personas dolientes que bien pudieran ser reales, pero también algunos secundarios como Boris, un vecino de Celmira que está en silla de ruedas, o la fiscal Clarisa, aportan a la historia realismo y color: «Procuro darles a los personajes secundarios la misma importancia que a los principales», reconoce Blanco. Uriel, si cabe, es el más complejo de todos ellos, un bueno-malo que desconcierta como han de hacerlo los grandes personajes: «Uriel fue el personaje más difícil de construir, me tardé un poco para encontrarlo. Me fui dando cuenta de que necesitaba de un personaje que fuera incómodo para el niño, que fuera incómodo para los lectores e incómodo para mí. Eso me obligó a buscar profundo en él y me encontré con un personaje con una propiedad muy particular: a lector le cuesta emitir un juicio moral sobre Uriel, no sabe si quererlo u odiarlo, y eso me gustó».

El aliento de todos ellos se entrelaza en las páginas de una novela que llega a su fin sin haber perdido pulso. Y ese final se reserva una sorpresa respetuosa con el lector, y resolutiva con los retos sembrados a lo largo de sus páginas. 

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