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Literatura

Giacomo Leopardi, la literatura como refugio

Alianza Editorial publica ‘El desierto, la retama y el volcán’, una antología de la obra del poeta y pensador italiano

Giacomo Leopardi, la literatura como refugio

Giacomo Leopardi retradado por Stanislao Ferrazzi, 1897. | Wikimedia Commons

«El placer más sólido de esta vida es el placer vano de las ilusiones» sentencia Giacomo Leopardi (1798-1837) en una de las entradas del Zibaldone, su diario intelectual. Junto con Dante y Petrarca –y con permiso de Torcuato Tasso–, Leopardi completa el trío de ases de la poesía italiana anterior al siglo XX. Y como figura de la literatura decimonónica en esta lengua, solo Alessandro Manzoni con su novela Los novios se sitúa a una altura similar. 

Leopardi no es un desconocido entre nosotros, pero llega ahora a las librerías El desierto, la retama y el volcán (Alianza), una antología preparada y traducida por Cristina Coriasso, que supone la mejor iniciación a su obra para los neófitos y una aportación novedosa, porque rompe el molde de las ediciones hasta ahora disponibles en nuestro país de la obra autor italiano

En castellano hay varias ediciones de su obra poética, los Cantos. Las traducciones más recomendables son las de Antonio Colinas (Galaxia Gutenberg, incluye también los Pensamientos), la de José Luis Bernal (Trieste) y la Antología poética (Pre-Textos) traducida por Eloy Sánchez Rosillo. En cuanto a las más de 4.000 páginas del Zibaldone, las reflexiones filosóficas del autor, la mejor antología es la preparada por Rafael Argullol, Zibaldone de pensamientos (Tusquets) y de las 111 piezas que componen los Pensamientos hay una buena traducción a cargo de César Palma en Pre-Textos. 

El desierto, la retama y el volcán es una antología de la obra de Leopardi que incluye una selección de los Zibaldone, algunos poemas de los Cantos y los mucho menos frecuentes ensayos conocidos como Opúsculos morales. La novedad es que está organizada de forma temática en seis secciones que se articulan alrededor de los grandes conceptos que rigen la obra del autor: la teoría del placer, el infinito, la nada, el tedio y el recuerdo; la contraposición entre la naturaleza y la razón; la conexión entre la naturaleza y el arte; entre la poesía y la filosofía; y entre las ilusiones y la realidad; y por último un apartado que gira en torno a uno de sus grandes poemas: La retama o la flor del desierto, de donde sale el título del volumen. La única pega que se le puede poner a esta antología es cierta racanería en la inclusión de poemas, ya que se echan de menos algunos fundamentales como El pájaro solitario, La vida solitaria o A sí mismo

Adscrito a menudo al romanticismo, por la época en que vivió y por algunos de los temas centrales de su obra, Giacomo Leopardi fue una figura solitaria que encaja mal en el corsé de los movimientos literarios. Nacido en Recanati, en la región de Las Marcas, que en aquel entonces formaba parte del Estado Pontificio, era hijo de una familia noble. El palacio familiar fue su refugio y su prisión durante buena parte de su vida. Su infancia estuvo marcada por las penurias económicas provocadas por la mala administración del padre, por el rigorismo religioso de la madre y por la tuberculosis ósea que le provocó raquitismo y una malformación de la columna que le generó dos jorobas. 

Genio precoz

Dada la mala salud que arrastró desde entonces y su físico poco agraciado, los padres quisieron destinarlo a la carrera eclesiástica, pero él se refugió en la filosofía y la literatura. Genio precoz, con 11 años compuso su primer soneto y a los 13 ya estaba traduciendo a Horacio. Su dominio del griego y el latín le permitió urdir a los 18 años una ingeniosa patraña: se inventó un supuesto autor griego desconocido al que tradujo al italiano; incorporó además un erudito aparato de notas para dar verosimilitud al hallazgo y él mismo escribió la versión original griega y una presunta versión latina. 

El padre era un hombre ilustrado con veleidades literarias, que había reunido más de 10.000 volúmenes en la biblioteca del palacio. Leopardi la convirtió en su santuario. Erudito conocedor de los clásicos, quiso desarrollar una filosofía sistemática que se le resistió y dio como fruto ese cajón de sastre de reflexiones filosóficas, pensamientos estéticos y pinceladas autobiográficas que es el Zibaldone. Abandonó esta obra en 1832 y se concentró entonces en las los Pensamientos, a la manera de los de Pascal, publicados póstumamente. 

Siempre deseó alejarse de la familia y de Recanati y consiguió pasar largas temporadas en ciudades como Roma –alojado en casa de su tío–, que le decepcionó por su excesivo bullicio, Milán, Bolonia, Florencia y Pisa. Se codeó con la intelectualidad de la época y tuvo tantos admiradores como detractores, que lo consideraban demasiado pesimista y se referían a él de modo insultante como «el jorobado de Recanati». Llegó a conocer a Stendhal y a Manzoni, que no le hizo mucho caso. Tímido, solitario y depresivo, vivió varios amoríos que no llegaron a buen puerto: con Teresa Fattorini, la vecina a la que veía por la ventana, que murió muy joven y le inspiró el poema A Silvia (¡ay!, tampoco está incluido en esta antología); con Teresa Carniari Malvezzi y con Fanny Targioni Torzzetti. 

Su pensamiento queda perfectamente expresado en su poema más célebre, El infinito, en el que en lo alto de una loma se siente atrapado y conmovido por la vastedad que lo rodea y «me alcanza lo eterno, /las edades muertas, y la presente/ y viva, y el canto de ella. Así, en esta/inmensidad anega el pensamiento:/y el naufragar me es dulce en este mar». Y también en La retama o la flor del desierto, en el que se centra en una modesta planta que crece en las laderas volcánicas del Vesubio que arrasó ciudades: «Y tú, mansa retama, /que de odorantes tallos/estos campos estériles adornas, /también tú, pronto, a la cruel potencia/sucumbirás del subterráneo fuego (…) sino más sabia, sino/menos enferma que el hombre, porque tú/tus gráciles estirpes/no viste, por hado o por ti, inmortales». Una confrontación entre el devenir de la Naturaleza y el doloroso raciocinio del ser humano que nos lleva directamente hasta el animal que vive en armonía porque no piensa ni es capaz de concebir su finitud de la octava elegía de las Elegías de Duino de Rilke. 

Inagotables ‘Zibaldone’

En los inagotables Zibaldone encontramos perlas como estas: «¡Es mucho más dulce el odio que la indiferencia por alguien!» o «Quien no tiene una meta no experimenta nunca placer en ninguna acción, excepto en aquellas que son placenteras por sí mismas y en el acto de hacerlas –que son bien pocas, y el placer que procuran es sumamente inferior a la expectativa–; todas las demás no son placenteras si no se hacen con un fin, una esperanza y una expectativa de cosa que aún no existe y que debe surgir de ellas». O esta otra: «Quien sabe alimentarse de las pequeñas felicidades, recoger en su ánimo los pequeños placeres que ha experimentado durante la jornada, darle un peso dentro de sí a las pequeñas dichas, pasa la vida fácilmente; y si no es feliz, puede creer serlo y no darse cuenta de lo contrario. Pero quien solo piensa en las grandes felicidades (…) y lo considera todo como una nimiedad si no alcanza aquella gran y difícil meta que se propone, vivirá siempre afligido, ansioso, sin goces, y en vez de la gran felicidad, encontrará una continua infelicidad»” 

El poeta y pensador vivió los últimos años en Nápoles, donde disfrutaba con fruición de los sorbetes de un café de la ciudad. Falleció allí en 1837, con solo 38 años, de un edema pulmonar, en plena epidemia de cólera. Los protocolos sanitarios obligaban a enterrarlo en una fosa común, pero su amigo Antonio Ranieri lo evitó y costeó su tumba y su lápida. Giacomo Leopardi fue una mente privilegiada alojada en un cuerpo minado por la enfermedad. La literatura fue su refugio y su pasaporte a la inmortalidad, con sentencias como esta: «Los niños hallan el todo en la nada; los hombres maduros la nada en el todo». 

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