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La otra cara del dinero

El fin del patriarcado tiene más que ver con la revolución tecnológica que con el activismo

La Nobel Claudia Goldin no cree que la solución de la brecha salarial pase «por una mayor intervención del Gobierno»

El fin del patriarcado tiene más que ver con la revolución tecnológica que con el activismo

«Siempre quise ser detective y por fin lo he conseguido», dice la última premio Nobel de Economía, Claudia Goldin (Nueva York, 1946). | TO

«El patriarcado ha persistido durante 10.000 años», escribe Alice Evans.

«A comienzos del siglo XX —prosigue—, en las empresas y escuelas de Estados Unidos aún regían las ‘prohibiciones matrimoniales’. En cuanto oían que las campanas tocaban a boda, ¡te despedían!» Para la mentalidad de la época no se trataba tanto de un sometimiento como de una protección. Muchas actividades (la minería, la siderurgia) eran efectivamente peligrosas y solo un marido perezoso e insensible permitía que su esposa las llevara a cabo.

¿Cuándo y cómo se acabó con esta discriminación?

Hay cierta tendencia en nuestra sociedad a atribuir los avances «a la cultura y el activismo», apunta por su parte Noah Smith. La liberación femenina habría sido, según esta tesis, fruto del despertar de un largo letargo. De repente, las mujeres cobraron conciencia de su opresión y empezaron a «manifestarse, quejarse y gritar consignas en la calle».

Es una explicación clara, fácil, plausible y equivocada.

Cazadora de microbios

«Siempre quise ser detective y por fin lo he conseguido», dice la última premio Nobel de Economía, Claudia Goldin (Nueva York, 1946).

Su pasión por la investigación se desató leyendo Cazadores de microbios, el ensayo en el que Paul de Kruif relata como si fuera una novela policíaca la persecución de los criminales más pequeños del planeta. «Entré en la universidad dispuesta a cursar microbiología —sigue Goldin—, pero pronto descubrí que había otras materias (humanidades, historia, ciencias sociales) de las que sabía poco. […] Abandoné el microscopio y pasé a las bibliotecas y los archivos polvorientos, de donde no he vuelto a salir».

No tardó en descubrir el área a la que iba a consagrar su vida.

En su segundo año, conoció a Alfred Kahn, el «padre de la liberalización aérea» y quedó prendada de cómo usaba la economía para desvelar verdades ocultas. Era como magia. No sabía qué iba a hacer con aquella caja de herramientas y tardó años en averiguarlo, «pero tenía la certeza de que, con el tiempo, sería una detective ayudada tanto por la teoría como por los datos».

El poder de la píldora

Este énfasis en los datos es clave para cualquier investigador que se precie.

Recordemos lo que Sherlock Holmes advierte a Watson en Un escándalo en Bohemia. «Es un error capital teorizar antes de tener datos. Sin darse cuenta, empieza uno a deformar los hechos para que se ajusten a las teorías, en lugar de ajustar las teorías a los hechos».

Para ver cómo aplica esta recomendación Goldin, pensemos en su artículo sobre «El poder de la píldora».

«En general —explica Noah Smith—, si se observa una correlación entre (A) un aumento en el uso de anticonceptivos y (B) el hecho de que las mujeres reciban más educación y retrasen su matrimonio, cabe preguntarse en qué dirección va la causalidad». ¿Fue la concienciación feminista la que llevó a las mujeres a consumir estrógenos o fueron los estrógenos los que impulsaron la concienciación feminista?

Goldin y su marido Lawrence Katz recurrieron a un experimento natural para averiguarlo.

Aunque la FDA (la Administración de Alimentos y Medicamentos) aprobó la píldora en 1960, hacía falta ser legalmente adulto para comprarla y la mayoría de edad variaba de un estado a otro. Este factor aleatorio determinó que su adopción no fuera uniforme en todo el país y allí donde se podía conseguir antes también se produjo antes «un retraso en la edad del primer matrimonio» y «un aumento en la proporción de mujeres que accedían a la universidad y acababan teniendo una carrera profesional».

Fueron los estrógenos los que impulsaron la concienciación feminista, no viceversa.

La desigualdad, según Krugman

Hay otro ejemplo en el que los datos arruinan una bonita y popular teoría.

Muchos progresistas culpan de la desigualdad en Occidente a los sospechosos habituales: Ronald Reagan y Margaret Thatcher. «La clase media americana no surgió por generación espontánea», escribe Paul Krugman en La conciencia de un liberal. «Fue el resultado de […] la Gran Compresión de ingresos que tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial».

Esta conquista se preservó durante décadas gracias a unas normas sociales que favorecían la igualdad, unos sindicatos fuertes y una fiscalidad progresiva.

Pero a partir de 1970 la derecha más extrema secuestró al Partido Republicano, primero, y a todo el país, después, y una vez en el poder, embaucó a la opinión pública con «armas de distracción masiva», como la política exterior, mientras bajaba los impuestos a los ricos, reducía las ayudas públicas y aplastaba el movimiento sindical.

La carrera de la tecnología y la educación

Goldin y Katz analizaron este asunto y comprobaron que, efectivamente, la desigualdad aumentó a partir de 1980, pero no por razones políticas, sino tecnológicas.

Por un lado, las tareas más sencillas se han mecanizado, lo que ha reducido la demanda de mano de obra poco cualificada y, por tanto, su remuneración. Por otro, el ejercicio de muchas profesiones requiere una formación cada vez más larga y a la que pocos acceden, lo que ha contraído su oferta y disparado, por tanto, sus salarios.

Estas variaciones en la oferta y la demanda de los distintos perfiles de empleado «explican la mayor parte de las fluctuaciones de la prima salarial», escribe Peter J. Walker, sin que Reagan ni Thatcher tuvieran mucho que ver.

El caso de la mujer desaparecida

Las dos aportaciones anteriores bastan para justificar la notoriedad de Goldin, pero lo que le ha valido el Nobel ha sido su «comprensión de los resultados de las mujeres en el mercado laboral».

Una vez más, Goldin empezó por los datos y no tardó en reparar en que algo no encajaba.

Las estadísticas «ignoraban —recuerda— al miembro de la familia que iba a experimentar el cambio más profundo a largo plazo: la esposa y madre». Las mujeres aparecían «cuando eran jóvenes y solteras y, a menudo, cuando enviudaban. Pero apenas se volvía a saber de ellas después de que se casaran, porque no producían bienes ni servicios en sectores que formaban, o formarían, parte del PNB».

Goldin decidió recurrir a otras fuentes y así construyó desde cero una serie que daba por fin fe de su peripecia profesional.

¿Y el patriarcado?

La primera conclusión fue que la incorporación de la mujer al mundo laboral en los años 70 había sido, en realidad, una reincorporación.

A principios del XIX, la participación de las casadas en el mercado rondaba el 60%, una proporción que tardaría 150 años en recuperarse. ¿Cómo era posible? ¿Había menos machismo entonces? Es poco probable.

La razón es que estamos ante un fenómeno «complejo y con muchas piezas móviles», dice Smith.

Está, para empezar, el impacto de amplios cambios estructurales. Las tareas agrícolas eran más fáciles de conciliar con el cuidado de la familia, pero la actividad industrial requería largas horas en una fábrica. Llevar una casa entrañaba, además, un esfuerzo ingente, porque no había ni agua corriente ni cocinas de gas ni lavadoras.

Todo ello impedía que las mujeres salieran a ganarse la vida.

Por qué persiste la diferencia

«Lo que más afecta a la situación de la mujer es la disyuntiva entre el trabajo y la familia —resume Smith—. Cuando el sistema obliga a elegir entre una cosa u otra, a las mujeres les resulta más difícil aceptar un empleo por cuenta ajena». Ahora vivimos una era más igualitaria que hace un siglo y Goldin no resta mérito al activismo feminista, pero jamás se habría logrado sin la terciarización de la economía.

Así y todo, persisten grandes diferencias.

En «Dinámica de la brecha de género entre los jóvenes profesionales de los sectores financiero y empresarial», Goldin analiza las carreras de los graduados de varias escuelas de negocios americanas y demuestra que la maternidad está vinculada a jornadas laborales más cortas. «La clave —dice Smith— es que las esposas son el miembro de la familia al que “hay que llamar” en caso de contratiempo y eso las lleva a optar por horarios más flexibles y las aboca a una progresión menos potente».

Un cambio incipiente

¿Y qué propone Goldin para remediarlo?

Aunque no menciona las cuotas, cree que «la solución no pasa (necesariamente) por una mayor intervención del Gobierno ni tiene por qué involucrar más a los hombres en las tareas del hogar (aunque tampoco haría daño)». En su opinión, «la brecha salarial se reduciría considerablemente y hasta podría desaparecer si las compañías dejaran de recompensar desproporcionadamente a las personas que trabajan muchas horas».

Es un cambio que ya se aprecia en ámbitos como la ciencia o la salud, y que, como señala Smith, tiene más que ver con la tecnología que con «manifestarse, quejarse y gritar consignas en la calle».

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