THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

El viaje a ninguna parte de los camareros

Por más que los españoles estudiemos, si el Gobierno no facilita la inversión, difícilmente tendremos empleos de calidad

El viaje a ninguna parte de los camareros

Muchos de los camareros que dejaron de trabajar durante el confinamiento no han regresados a sus puestos. En la imagen, dos de ellos atienden una terraza en Andalucía durante la tercera ola del covid. | EP

España sufre una pertinaz sequía de camareros desde que acabó el confinamiento.

El otoño pasado, la Asociación de Trabajadores Autónomos denunciaba en su barómetro que el 41% de los pequeños hosteleros no encontraba personal. Unos meses antes, durante la Semana Santa, CCOO había respondido a la patronal que no faltaban trabajadores, sino que sobraban «explotadores» y que en cuanto ofrecieran «condiciones dignas y mejores salarios», verían cómo cubrían rápidamente los puestos.

La situación no ha mejorado desde entonces, como revela Arcano Research en un magníficamente titulado artículo: «¿Dónde están los camareros que no han vuelto a trabajar tras la pandemia?»

«La gran dificultad para encontrar mano de obra idónea en algunos segmentos que no exigen niveles de cualificación elevados, especialmente en el ámbito del comercio y la hostelería, es ya una constante», argumentan sus autores, Leopoldo Torralba e Ignacio de la Torre. Las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística corroboran que esa gran dificultad no es imaginaria: en el tercer trimestre de 2023 había unas 55.000 vacantes más que en 2019, 51.000 de las cuales corresponden al sector servicios.

Un chorro de activos

El Gobierno ha destacado en sus últimos comunicados el «incremento histórico» de la población activa, es decir, de aquellas personas que, estando en edad de trabajar, han encontrado colocación o la están buscando.

Acabe o no materializándose en un empleo, el aumento de la población activa es un signo de confianza en la situación económica: la gente se apunta a las oficinas del SEPE cuando cree que existe una fundada esperanza de trabajar. Y el Gobierno tiene razón cuando subraya lo llamativo del aumento: en el periodo 2019-23 este colectivo creció en unas 919.000 personas, frente a las 285.000 del cuatrienio anterior.

Ahora bien, ¿hacia qué sectores se está dirigiendo este chorro de mano de obra?

La inmensa mayoría acaba en los sectores de mayor cualificación. En el agregado «Comercio y hostelería» no solo no hay adición, sino sustracción. «Individualizando sus componentes —dicen Torralba y De la Torre—, el comercio experimenta una caída de 64.000 y la hostelería, de 18.000».

Y se preguntan: «¿dónde están entonces?»

El culpable era… el maestro

Para averiguarlo, llevan a cabo una labor detectivesca propia de Auguste Dupin.

«De inicio —razonan—, vemos complicado que, dado su perfil profesional, hayan optado masivamente por trabajos más cualificados». Tampoco han engrosado las filas del paro, que están disminuyendo, y finalmente es improbable que se hayan desplazado a otras actividades acordes con su capacitación, como el transporte, la construcción o las tareas domésticas, porque en ellas «el aumento de población activa […] no ha sido especialmente elevado».

La explicación más probable es que hayan vuelto a estudiar, y las cifras que ofrece el Ministerio de Educación lo avalarían, porque el número de personas del comercio y hostelería matriculadas en algún curso está disparado.

¿Dónde están ahora las empresas?

Parece, en principio, una buena noticia.

La falta de candidatos con la formación adecuada es uno de los cuellos de botella que ha impedido a nuestro aparato productivo dar el salto a actividades de mayor valor añadido. Como señalan en este artículo Antonio Cabrales y Florentino Felgueroso, la «combinación del abandono escolar con un porcentaje tan elevado de jóvenes que acceden a estudios superiores ha ido configurando una oferta […] que no se corresponde con la estructura ocupacional demandada por las empresas».

Ahora bien, no basta con impulsar sin más la oferta de mano de obra adecuada.

El cambio debe darse también en el lado de la demanda, es decir, deben surgir empresas dispuestas a contratar a esa mano de obra y ello requiere reformas que faciliten la inversión, algo en lo que no solo no estamos progresando, sino retrocediendo. «La formación bruta de capital fijo [componente fundamental de la inversión] se situó en España en 2.217 euros por persona en edad de trabajar en el tercer trimestre de 2023 —escriben Rafael Doménech y Jorge Sicilia, de BBVA Research—,un 5,3% menos que en 2001. Por el contrario, en la UE27 se situó en 3.282 euros, un 35,6% más que en 2001 y un 48,0% más que en España».

¿A qué obedece esta clara pérdida de posiciones?

Un gobierno ávido de impuestos y dilapidador

Doménech y Sicilia reconocen que hemos vivido últimamente tiempos difíciles.

En 2008 nos estalló la madre de todas las burbujas, luego hubo que digerir la bola de deuda que nos legó y, justo cuando empezábamos a levantar cabeza, llegó la pandemia, las cadenas logísticas saltaron en pedazos, Rusia invadió Ucrania, la energía se disparó, la locomotora alemana empezó a toser…

Son motivos más que justificados, pero que afectaron igualmente a nuestros socios. ¿Por qué ellos han seguido recibiendo inversión?

Los factores principales, dicen Doménech y Sicilia, son «el aumento del gasto público y de la presión fiscal, así como el deterioro relativo respecto a la UE de la calidad institucional del sector público que muestran los indicadores del Banco Mundial». La creación de impuestos extraordinarios sobre la banca y las energéticas, los cambios regulatorios en materia de vivienda y alquiler o una factura desbocada de las pensiones que anticipa nuevas subidas de las cotizaciones «no ayudan a potenciar la inversión».

La aportación de Sánchez

Nos encontramos, por tanto, en el peor de los escenarios.

Por una parte, las compañías de la nueva economía no acaban de llegar y, por otra, los negocios tradicionales sufren una sangría de trabajadores. ¿No se restañaría algo esta última ofreciendo «condiciones dignas y mejores salarios», como sugiere CCOO? Eso es lo que parece pensar Pedro Sánchez, que ha subido el salario mínimo interprofesional (SMI) el 46% desde que llegó a la Moncloa.

¿Devolverán esas mejoras los camareros a bares y restaurantes?

En el mejor de los casos, eran innecesarias, porque la retribución ya se había acelerado, como observa Arcano: mientras el coste salarial por hora mejoró un promedio anual del 3,9% en todos los sectores en 2022 y 2023, en hostelería lo hizo un 5,6%.

En el peor de los casos, la subida del SMI ha distorsionado las señales que los distintos sectores envían, reduciendo el atractivo diferencial de la hostelería y retrasando su ajuste.

El esfuerzo inútil lleva a la melancolía

¿Cómo acabará esta historia? Torralba y De la Torre no son optimistas.

El «estrés financiero de estar estudiando sin aparentemente recibir ingresos […] no parece una situación sostenible en el medio plazo». A medida que los ahorros mengüen y la desesperación crezca, irán regresando uno tras otro a bares, restaurantes y hoteles, pero desengañados de que en este país el estudio y el esfuerzo encuentren su recompensa.

Un frustrante y descorazonador viaje a ninguna parte.

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