Los olvidados
«Un elemento notable es el desinterés del siglo XXI por la forma, así como el crecimiento exponencial de la moralidad y del sentimiento»
Es de general conocimiento entre escritores, agentes y editores que los más notorios autores sufren un apagón completo hasta cuarenta años después de su muerte. Así sucedió con Albert Camus, por ejemplo, cuya novela inédita e inacabada, pero maravillosa, Le premier homme (El primer hombre, Tusquets), no se publicó hasta 1994. Él había muerto en 1960. La memoria de las letras es muy selectiva y aunque las grandes ventas fueron y siguen siendo libros sin interés literario, las grandes obras sufren apagones que solo se vuelven a encender, aunque débilmente, en la universidad. Debo añadir: en la universidad europea, no en la española.
En estos últimos meses he regresado a la lectura de uno de mis maestros juveniles, Samuel Beckett, para constatar no sólo su grandeza artística, sino también su desaparición casi absoluta. Murió en 1989, de modo que ya nos estamos acercando a una posible resurrección hacia 2027. Fue el ídolo de la vanguardia literaria y artística durante la segunda mitad del siglo XX.
Él y su amigo Alberto Giacometti formaban una pareja pasmosa que parecía reflejar al uno en el otro. Los personajes de Beckett eran como las esculturas de Giacometti, y éstas a su vez parecían salidas de las obras de Beckett. Ambos revolucionaron sus esferas artísticas y ambos han quedado sumidos en un olvido de oro, porque siguen teniendo ediciones y siguen exponiendo, pero ya no forman parte de la vida presente. Para volver realmente a la actualidad deberían pasar a la consideración de clásicos y entonces sí, podrían volver a emocionar, como sucede con Marcel Proust, por ejemplo. Sin embargo, me temo que no llegará ese momento.
Y lo creo así porque no es sólo el caso de Beckett o de otros vanguardistas del siglo XX, sino que en general es la idea misma de vanguardia lo que se está alejando a enorme velocidad. Y es una lástima porque las novelas y las piezas de Beckett, con su reducción al mínimo de expresión, su ironía devastadora, la música del lenguaje tanto en inglés como en francés, su nihilismo enormemente afectivo e inteligente, lo mantienen como un auténtico maestro justo al lado de Joyce su amigo y casi padre.
Pero ¿qué es lo que ha cambiado tan esencialmente? ¿Cómo se han movido las corrientes subterráneas de nuestra sociedad? Creo que un elemento muy notable es el desinterés del siglo XXI por la forma, así como el crecimiento exponencial de la moralidad y del sentimiento. Los grandes vanguardistas inventaron formas numerosas, inesperadas, sorprendentes, incluso cautivadoras. Les movía un rechazo frontal de los contenidos morales en el arte, actitud que ya había comenzado en Flaubert y su idea de una narrativa próxima a la poesía.
Eso es lo que me parece que se ha hundido en el pasado. La forma, como bien saben los filósofos, no es otra cosa que la idea en estado puro, lo que hace de los formalismos una investigación teórica, y eso es lo que ha dejado de interesar. El siglo XX fue una orgía de formalismos como reacción al sentimentalismo romántico. Y ahora la moralidad ha ocupado o está ocupando la totalidad del territorio artístico. De ahí la espectacular presencia de lo sentimental desprovisto de forma, o bien deformado por modelos arcaicos. Ni una idea, ni una formalidad que inspire, ni una teoría, sólo sentimientos, dictadura absoluta del argumento y lo anecdótico, regreso de los géneros antiguos incluido el libro de caballerías, lo que conduce a una primacía extrema de lo político y la corrupción.
De momento este nuevo mundo de sentimientos sin forma aún no ha dado ninguna obra maestra, pero puede darla en cualquier momento. O no.