THE OBJECTIVE
Ignacio Peyró

Elogio (fúnebre) del tabaco

Los cigarrillos terminarán en los mismos desvanes del olvido que los parasoles y los miriñaques, quizá por demostrar que todo lo que ganamos en progreso finalmente lo perdemos en estética.

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Elogio (fúnebre) del tabaco

Los cigarrillos terminarán en los mismos desvanes del olvido que los parasoles y los miriñaques, quizá por demostrar que todo lo que ganamos en progreso finalmente lo perdemos en estética.

Los cigarrillos terminarán en los mismos desvanes del olvido que los parasoles y los miriñaques, quizá por demostrar que todo lo que ganamos en progreso finalmente lo perdemos en estética. De momento, los Reyes han venido con las alforjas a rebosar de “vapeadores”, pero la población mundial fuma y fuma sin parar, por ese gozo imbatible de saltarse los mandamientos de la OMS o -más allá- porque el tabaco, como quería el antropólogo Fernando Ortiz, no es sino “la búsqueda del arte”.

 Hace ya sesenta años que Dunhill fils escribió en su tratado que el de fumar era precisamente “un arte perdido y un placer limitado”. Es el tabaco que tarda en morir. Reducidos al furtivismo, hoy recordamos que los cigarrillos pusieron valor en el pecho del soldado, fueron la cortesía que uno tenía incluso con el enemigo, el pretexto para trabar conversación con un extraño o la ligazón perfecta del romance. Véase que su prestigio placentero ha sobrevivido a los agolpamientos arteriales, el sombreado en amarillo de los dientes o ese ahogo congestivo al final de un tramo de escaleras. Tantas veces ocurrió que se encendía un cigarrillo y –gesto fotogénico- se encendía la pasión. Los pitillos, en fin, han sido lo único que tenía quien ya no tenía nada, la mejor manera de hacer tolerables parásitos constantemente humanos como la soledad, el aburrimiento o el insomnio. Hacían la mejor pareja de baile, ay, con las copas.

En “El contrapunteo cubano del azúcar y el tabaco” entrevemos algo de la belleza perdida y de la literatura de Lady Nicotina: “por el fuego lento con que arde es como un rito expiatorio. Por el humo ascendente a los cielos parece una invocación espiritual. Por el aroma, que encanta más que el incienso, es un sahumerio de purificación. La ceniza final es una sugestión funeraria de penitencia tardía”. Ahora que el tabaco se divorció de la belleza, no podemos agarrarnos al vapeador sin evocar aquellos tiempos eduardianos de boquillas de ámbar y cigarrillos egipcios etiqueta Laurens. Y ahora que perdió la batalla de la literatura, no podemos dejar de pensar en ese Josep Pla que, alta la noche, fuma el pitillo que cuajará en un adjetivo tan absoluto como una epifanía. 

 

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