La "fiesta"
Los espectadores, entusiasmados, rodean a los dos protagonistas del espectáculo. Uno de los dos, el más débil, agotado, acorralado, apaleado, apenas puede moverse.
Los espectadores, entusiasmados, rodean a los dos protagonistas del espectáculo. Uno de los dos, el más débil, agotado, acorralado, apaleado, apenas puede moverse.
El griterío es inmenso. Los espectadores, entusiasmados, rodean a los dos protagonistas del espectáculo. Uno de los dos, el más débil, agotado, acorralado, apaleado, apenas puede moverse. Entre el público que presencia el acontecimiento hay sonrisas, comentarios, codazos para señalar al compañero cómo se desangra la pobre víctima, mientras algunos aplauden la faena. El encargado de ejecutar la terrible función mira al respetable en petición de aprobación y aplauso. Pero el protagonista más débil de lamentable espectáculo, no puede ni moverse. Es hora del descabello. Como en las corridas de toros que tantas veces habrá visto en nuestras televisiones.
Pero el encargado del descabello no va vestido de luces, ni quienes presencian la escena están sentados en ningún tendido, ni se oyen sones de ningún pasodoble. El ejecutante del descabello toma posición, afianza sus pies contra el suelo para no fallar. Se gusta en la faena. En su mano un enorme cuchillo apuntando a la nuca del pobre desgraciado. El público, encantado con la maestría del matarife. El fin está cerca. Huele a sangre.
No, no se trata del relato de una corrida de toros en cualquiera de nuestras ciudades, Cataluña excluida, claro. Ni mucho menos. Este es el relato de una fechoría ejecutada en la vía pública ante la pasibilidad de varios cientos de personas. En lugar de un toro, la víctima es un pobre desgraciado al que la multitud ha apaleado y apedreado hasta dejarlo medio muerto en plena calle, momento en que el “valiente” matarife esgrimiendo un cuchillo carnicero se dispone a ejecutar al inocente ser humano que yace en el suelo.
Alguien gritó “rebelde” y la locura comenzó contra el pobre desgraciado que, desarmado, solo, abandonado por todos, desamparado, perdía la vida de una manera vil, inhumana, salvaje, en Bangui, República Centroafricana. La foto es impactante. Pero mañana ya será una imagen vieja, y probablemente, olvidada.