El final de Aguirre
La estrepitosa caída de los ayudantes de Esperanza Aguirre –primero, Granados, y ahora González— dan el punto y final a un tono de entender la política: tono desacomplejado, soberbio y hasta jactancioso, característico de Aznar, que era hasta cierto punto sugestivo, hartos como estábamos de tanto “mea culpa”, pero que ha quedado descalificado; si no por el proceso a sus más destacados colaboradores –Rato, Zaplana, Matas, etcétera, etcétera—, por las lágrimas de la lideresa de Madrid, que era su último bastión y parecía incombustible. Des imperdonable llorar en público. Cuando apelas a la débil femineidad es que ya has perdido Granada y no te queda nada…
La estrepitosa caída de los ayudantes de Esperanza Aguirre –primero, Granados, y ahora González— dan el punto y final a un tono de entender la política: tono desacomplejado, soberbio y hasta jactancioso, característico de Aznar, que era hasta cierto punto sugestivo, hartos como estábamos de tanto “mea culpa”, pero que ha quedado descalificado; si no por el proceso a sus más destacados colaboradores –Rato, Zaplana, Matas, etcétera, etcétera—, por las lágrimas de la lideresa de Madrid, que era su último bastión y parecía incombustible. Des imperdonable llorar en público. Cuando apelas a la débil femineidad es que ya has perdido Granada y no te queda nada…
Cabe lamentarlo. Cabe pensar que será más triste un escenario político que se muerde los labios, completamente sometido a la corrección política y despojado de figurones de perfil tan pronunciado como el de Aguirre, tan llamativo, interesante, voluntarioso. Y ello al margen de las realizaciones de su ejecutoria.
También cabe encogerse de hombros ante el final de una época: a lo que está muriendo, según decía el sabio, hay que ayudarlo a morir.