Paradojas climáticas
«Es peligroso caer en el utopismo: pensar que la necesidad de «salvar el planeta» (en realidad, salvarnos nosotros) producirá un movimiento universal hacia la virtud y la armonía»
Aunque los gobiernos europeos aprobarán tarde o temprano un nuevo presupuesto comunitario, las negociaciones en curso ofrecen algunas lecciones interesantes. La principal: nadie quiere problemas internos. Solo así se explica que la Política Agrícola Común siga concentrando recursos ingentes a pesar de la reducida contribución del sector al PIB comunitario. Con sus agricultores en pie de guerra, Sánchez y Macron no pueden volver de Bruselas con las manos vacías. Hay una segunda lección: la lucha contra el cambio climático[contexto id=»381816″] no es tan prioritaria como se dice. Es cierto que la partida correspondiente ha aumentado considerablemente. Pero si estamos en una carrera contra el reloj para salvaguardar la habitabilidad del planeta, ¿no debería centuplicarse?
El asunto es complicado, pero se insinúan aquí algunas de las paradojas y contradicciones que aquejan inevitablemente a la política climática. Recordemos el arranque de sinceridad que tuvo Josep Borrell hace un par de semanas, cuando se preguntó -antes de rectificar diplomáticamente- si los jóvenes activistas saben que sus demandas tienen un precio. Mientras no dispongamos de una tecnología que nos permita prescindir rápida y eficazmente de las energías fósiles, la descarbonización producirá tanto ganadores como perdedores; por eso, impulsarla produce vértigos ministeriales. Señalaba Simon Kuper en su última columna en Financial Times que los atractivos ecológicos de la bicicleta como medio de transporte chocan con su limitado potencial económico: ningún gobierno, advertía, ha sido elegido con un manifiesto decrecentista. En la discusión posterior que mantuvo en Twitter con un ecologista, Kuper llamaba la atención sobre el hecho -por lo demás obvio- de que una transformación socioecológica que conduzca en el corto plazo a una recesión global terminaría por devolvernos a la casilla de salida.
Es peligroso caer en el utopismo: pensar que la necesidad de «salvar el planeta» (en realidad, salvarnos nosotros) producirá un movimiento universal hacia la virtud y la armonía. Era un tema que exploraba con agudeza el cineasta Alexander Payne en Downsizing, película en la que unos científicos noruegos entregan a la humanidad una técnica que permite reducir sin daño la masa corporal humana y con ello reducir la huella ecológica de la especie. Su motivación principal, dicho sea de paso, es el miedo a que la liberación del metano contenido en la Antártida acelere el calentamiento global; una hipótesis que, como leíamos en Nature el pasado viernes, parece ahora descartarse. En todo caso, el atractivo de la reducción termina por residir en la multiplicación de la renta disponible de aquellos ciudadanos que deciden convertirse en «pequeños» para poder así vivir entregados al ocio más banal en lujosas villas residenciales, mientras las comunidades así creadas se llenan de inmigrantes ilegales explotados laboralmente y los gobiernos autoritarios reducen a la fuerza a los disidentes políticos. Humanos, demasiado humanos: solo un enfoque realista hará posible la transición climática.
En ese sentido, no deja de ser llamativo que tantas discusiones sobre los medios que deban arbitrarse para estabilizar la temperatura del planeta choquen con el rechazo frontal a la energía nuclear. Por más que el problema de los residuos esté sin resolver, ¿podemos prescindir de una fuente de energía limpia en un mundo donde los países en desarrollo aumentan a diario su demanda de combustibles fósiles, hasta el punto de que el récord de 100 millones de barriles del año pasado quedará pronto superado por los 121 millones previstos para 2040? No tiene sentido discutir si esos países tienen o no «derecho» a desarrollarse en un contexto de inestabilidad climática: ninguno va a dejar de hacerlo solo porque nosotros se lo digamos. Oponer a eso un argumento moral acerca de la deseabilidad abstracta de alternativas más modestas, de la bicicleta al huerto casero, tiene poco recorrido. ¿Significa eso que la humanidad podría, en el peor de los escenarios imaginables, perecer en el lujo antes que sobrevivir en la contención? Yo preferiría no apostar.