THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

La bolsa o la vida

«Ahora, que sabemos que esto se prolonga al menos hasta el 11 de abril, en el mejor de los casos, parece que hay una cierta serenidad alerta: hay que seguir aunque sea a otro ritmo y de otras maneras»

Opinión
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La bolsa o la vida

Estamos un poco asustados. El otro día, un titular de periódico decía que la mitad de los españoles teme perder su empleo a causa de las medidas para contener la expansión del coronavirus[contexto id=»460724″]. Yo bromeé diciendo que la otra mitad son trabajadores del sector sanitario. Todos tenemos miedo. Miedo de perder nuestro trabajo, de no poder pagar el alquiler, de tener que cerrar la empresa, de tener a los niños en casa tantos días y que se atonten. Y eso en las situaciones quizá menos terribles. Miedo porque nuestros padres están lejos, ahora hasta la mínima distancia es demasiado lejos. Sobre todo si son población de riesgo y, probablemente, lo son. Miedo de las consecuencias de todo esto. Mi madre tiene miedo de que esto cambie nuestra manera de saludarnos. Habrá menos besos y abrazos, asegura al teléfono. Tampoco es tú lo vayas a notar mucho, mamá, oigo a uno de mis hermanos al otro lado. Pero como suele suceder, solo cuando perdemos algo nos damos cuenta de cuánto lo necesitábamos. Por eso, explicaba Timothy Garton Ash en una entrevista con Pablo R. Suanzes en El Mundo este domingo, puede que tras esto se valoren más las libertades individuales: “Ahora afrontamos experiencias de falta de libertad, pero eso generará, usando las analogías médicas tan en boga estos días, los anticuerpos frente al virus iliberal. La gran pregunta es si tendremos la reacción, los anticuerpos, antes de que sea tarde. Yo creo que sí”. Tal vez tenga razón. Ojalá.

Branko Milanovic explica (en su blog en inglés y en español en Letras Libres) que los gobiernos tienen que dejar de centrar toda su atención y preocupación en la bolsa (“está[n] erróneamente centrado[s] en parámetros ficticios (como los índices bursátiles) o la viabilidad financiera de las empresas”, que son importantes, para “observar los ingresos familiares”. El equilibrio es complicado: “no queremos que caigan por debajo de un determinado umbral de ingresos (por razones tanto de humanidad como de interés social más amplio) y tampoco queremos que trabajen, para así ralentizar el ritmo de nuevas infecciones”.

La semana pasada todo parecía moverse entre la paralización total y el desenfreno, entre son dos semanas y vamos a morir todos. Ahora, que sabemos que esto se prolonga al menos hasta el 11 de abril, en el mejor de los casos, parece que hay una cierta serenidad alerta: hay que seguir aunque sea a otro ritmo y de otras maneras. La inventiva humana es inagotable. Alcanzar el equilibrio sigue siendo delicado.

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