THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

Trump en 'The Office'

«Trump como presidente de Estados Unidos nada tiene que envidiar al feliz mono suelto con dos pistolas cargadas»

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Trump en ‘The Office’

Sarah Silbiger | Reuters

Intento encontrar en el recuerdo cinematográfico algún presidente de ficción que esté a la altura desternillante de Donald Trump. Imposible. Ni Peter Sellers, ni Jack Nicholson, ni Leslie Nielsen, ni tan siquiera Reagan cuando intentaba ser actor. Tan bufonesco me parece Trump que la parodia de Alec Baldwin en Saturday Night Live se queda en una lograda pero pálida imitación. Soy consciente de que detrás de sus delirantes intervenciones y su grotesca presencia se esconde un tipo peligrosísimo y temible. Vamos, Trump como presidente de Estados Unidos nada tiene que envidiar al feliz mono suelto con dos pistolas cargadas. 

Incluso tiene entre las aceradas plumillas del retroliberalismo más rabiosamente incorrecto su legión de defensores. Puedo entender el  automatismo de la contracorriente y la tentación provocadora, pero, por más que afilen el ingenio tuitero y cincelen de jónica ocurrencia la columnata, Trump[contexto id=»381723″] seguirá siendo uno de los mayores botarates que se ha puesto al frente de un imperio, aunque sea en sus horas más bajas. 

El último gran gag trumpiano lo recuerda Michael Cohen, antiguo abogado del presidente y que cumple actualmente una condena de cárcel de tres años por diversos delitos de fraude y perjurio, en unas memorias que acaba de publicar. Se trata de un vídeo grabado en 2012, y que en su momento ya corrió por las redes, en el que aparece Trump en su faceta de empresario cavernícola leyéndole la cartilla a un actor negro que se supone Barack Obama. Si uno es capaz de superar la vergüenza ajena y aguantar los tres minutos de ademanes untuosos y morritos risibles de Trump, acaba constatando las graves carencias afectivas y los complejos latentes del personaje. Visualizándolo, de hecho, me he acordado del añorado David Brent de The Office (la buena, la british, la de Rick Gervais); su necesidad de reconocimiento, de atenciones y cariño. También su absoluta falta de filto, su bocachanclismo impenitente y su gusto por la broma pesada y el chiste menos incorrecto que pueril. 

Y es que a un comercial inepto se le puede regalar la dirección de una oficina, pero no los mandos de la (hasta nuevo aviso) primera potencia mundial.

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