Desde arriba se ve toda la ciudad
«Siempre que paso unos días ahí me voy con la sensación de que debería ir con más frecuencia, a mi abuela le hace tan feliz»
«Desde aquí se ve toda la ciudad», dijo el niño en lo alto del Monte de San Pedro, en Ejulve, Teruel, la tarde del 13 de agosto de 2021. Habíamos ido hasta allí con el tiempo justo para llegar a la presentación del libro –en la furgoneta íbamos presentadora y presentado– y por el camino desaconsejado por quienes iban a Ejulve desde Zaragoza con más frecuencia. Toda la ciudad que decía el niño que se veía era en realidad un pueblo –ahora de Sierra de Arcos, pero durante décadas, puertas del Maestrazgo– de menos de 200 habitantes. Desde la piedra en la que pasé horas en mi infancia, mirando hacia delante y hacia abajo, tumbada o sentada, se ve la iglesia, por fin arreglada, el campanario aún medio roto, el cielo azulísimo y los tejados desde las casas hasta las eras. Casi todo el pueblo. Hacia el otro lado está la ermita de Santa Ana, y más allá Majalinos. Cuando les dije a los niños que subieran, que les iba a enseñar una cosa no esperaba que la aventurilla fuera a ser recibida con tanto entusiasmo. Se sube al monte desde el Planico de la iglesia, donde está el parque infantil. Ahora el tobogán es de madera, hay un columpio y el suelo es de esos acolchados artificiales. Recuerdo un columpio doble de hierro, lo llamábamos la barca, y un tobogán también de hierro, un balancín, otros columpios; el suelo es una novedad. La evolución de los parques infantiles como sociología de España.
Ahora el Planico es peatonal y hay un aparcamiento donde antes estaba el secadero de jamones; el bar de Alberto –se sigue llamando así, aunque Alberto murió y ha pasado por otras manos antes de que lo lleve ahora su hija– tiene ahora mesas en la puerta, un poco a la parisina, y ha alquilado una era para poner una terraza desde la que ver el atardecer mirando hacia La Zoma, el pueblo más cercano, y que siempre está llena. Hay otras renovaciones en el pueblo: el suelo del Planico es nuevo, de 2020, el Centro de interpretación del Maestrazgo ya lleva un tiempo, hay un bibliotecario nuevo, aunque él prefiere presentarse como embajador cultural de Ejulve, el pueblo es una de las paradas de la Silent Route y la apertura de un tanatorio en lo que era la cochera del cura.
Antes de irnos, mi abuela repite la frase que sabe que tanto me gusta: tenemos una parra que no da uvas, tenemos una higuera que no da higos, tenemos un nogal que no da nueces, pero qué buena sombra tenemos. Siempre que paso unos días ahí me voy con la sensación de que debería ir con más frecuencia, a mi abuela le hace tan feliz. En el camino de vuelta, que esta vez hacemos por la ruta aconsejada, el cielo parece anunciar el fin del mundo.