THE OBJECTIVE
Antonio Caño

El fracaso de Casado

«La única duda por resolver en este momento es si todas esas carencias y errores de Casado tienen remedio»

Opinión
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El fracaso de Casado

Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. | Isabel Infantes (Europa Press)

El lunes pasado me tocó asistir en directo en la tertulia de Más de Uno, el programa de Onda Cero, a un triste espectáculo que emborrona la política y retrata al Partido Popular. Como señaló Carlos Alsina, era la primera vez en su carrera que en un margen de pocos minutos entrevistaba a la misma persona, primero como vicepresidente e instantes después como exvicepresidente. El protagonista, como ya saben todos, fue Francisco Igea, anterior vicepresidente de Castilla y León, que fue destituido por el presidente de esa comunidad, Alfonso Fernández Mañueco, mediante un tuit mientras defendía en la radio la política de su Gobierno autonómico frente al Covid.

Incluso si fueran ciertas las sospechas sobre una operación en marcha para presentar una moción de censura contra Fernández Mañueco, no existe justificación posible para humillar de esa forma a quien había sido hasta ese momento un aliado político leal. Menos aún para desairar de manera tan desconsiderada a un partido que ha sido y sigue siendo socio del PP en varias comunidades y que fue en su día el aliado ideal del centro derecha para llegar al Gobierno. Es cierto que Ciudadanos está en fase de liquidación y que no tiene y es muy improbable que tenga en el futuro un peso suficiente como para jugar el papel de bisagra al que estaba destinado, pero, aun así, el mensaje que el PP envía con este trato infame a Ciudadanos resulta descorazonador para muchos votantes centristas que están a la espera de una alternativa creíble a la actual mayoría de Sánchez, Podemos y Partido Comunista, sostenida por los independentistas catalanes y el antiguo brazo político de ETA.

Muchos periodistas han explicado esta última humillación a Ciudadanos como parte de una estrategia de Pablo Casado que consiste en alzarse con victorias sucesivas en febrero en Castilla y León y, después, en Andalucía para dejar en evidencia la debilidad electoral de Sánchez, reforzar su liderazgo personal frente a rivales internos y despejar el camino hacia la Moncloa. Tal vez esa estrategia tenga éxito y Casado sea el próximo presidente del Gobierno. Pero, para el análisis que nos ocupa, eso no es lo más importante. Cualquiera puede ser presidente del Gobierno si se dan las circunstancias adecuadas, como Sánchez ha demostrado a la perfección. Pero lo importante es si Casado merece ser presidente del Gobierno o si Casado es el presidente del Gobierno que España necesita para salir de este silo de polarización y degradación democrática en el que estamos desde hace ya varios años. Y los hechos nos demuestran día tras día hasta la fecha que no, que no lo es.

La desatención a Ciudadanos, por su debilidad actual o por su intrascendencia futura, ni siquiera es lo peor, si tras ello se escondiese una política alternativa para crear un gran espacio de centroderecha moderno, incluyente y pujante. Eso, sin contar con que lo poco que quede de Ciudadanos aún puede serle muy necesario al PP en el futuro en algunas circunscripciones electorales. Pero, por lo que hemos visto, el problema de Casado no es sólo con Ciudadanos; también sospecha y es beligerante con la popularidad de Isabel Díaz Ayuso, así como teme y excluye la firmeza de Cayetana Álvarez de Toledo, que acaba de publicar un magnífico libro político en el que explica la hostilidad de la que ha sido víctima en el PP, o la ambigüedad calculada de Alberto Núñez Feijóo. Si está contra todo eso, ¿dónde está Pablo Casado? A veces, da la impresión de que la única pretensión del líder del Partido Popular es despejar el camino y eliminar competencia para acabar reinando en un páramo de mediocridad, convencido de que, aun siendo mediocre, será presidente del Gobierno.

El liderazgo de Pablo Casado en el PP se explica, en su origen, como la consecuencia del trauma sufrido tras la pérdida del Gobierno por la moción de censura. Un partido desesperado en busca de caras nuevas recurrió a la juventud de Casado descartando opciones mejores, pero más convencionales. Fue el clásico movimiento de ruptura con el pasado con la esperanza de que la apuesta, aunque atrevida, acabase por cuajar. Pero han pasado más de tres años y la espera continúa. Casado sigue sin dar señales de vida, sin decirle a los españoles quién es, en qué cree, qué quiere para nuestro país y cómo piensa conseguirlo. No digo que no haya tratado de hacerlo, pero no creo que lo haya conseguido. El problema no es que diga «coño» en el Congreso, que no tiene la menor importancia, el problema es que ese «coño» no va seguido de nada que justifique el exabrupto, ni siquiera es original. Casado tuvo un estallido de lucidez en octubre de 2020 en su discurso contra Vox, pero tampoco le dio continuidad con una política consistente para atraerse a los votantes de Vox. Unas veces parece simpatizar con los votantes socialdemócratas y otras, suena como un rancio nacionalista español. Todo ello aderezado por un equipo de colaboradores que le conduce a un misa de homenaje a Franco en Granada. No es que hable poco, es que no queda claro lo que quiere decir. Su mensaje no cala, como se dice en el lenguaje especializado. Es como un niño que sube a la cabina de un avión y quiere tocar todos los botones al mismo tiempo. Al contrario de lo que pueda pensarse en el PP, las encuestas conocidas hasta ahora no solo no respaldan, sino que reprueban la labor de Casado. Con todo lo ocurrido en este país en los últimos dos años, que Sánchez esté aún en condiciones de competir y pueda llegar, incluso, a ser reelegido es una muestra del fracaso de la oposición y, particularmente, de Casado.

La única duda por resolver en este momento es si todas esas carencias y errores de Casado tienen remedio. Quizá esa duda no se resuelva ahora, quizá haya que esperar a otro ciclo electoral para saberlo. La tradición de la política española invita a pensar que, acertado o no, Casado será el candidato del Partido Popular en las próximas elecciones y que, después, como a Sánchez, lo sufriremos en el Gobierno o lo veremos manotear para pedir una segunda oportunidad.

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