Pablo Casado y el síndrome de Fermín Cacho
Cuando uno está más pendiente de los que van por detrás que de ganar la carrera, corre el peligro de tropezarse antes de cruzar la línea de meta
Los más jóvenes seguramente no sepan ni quién es, pero antes de los Gasoles y los Nadales también hubo otros héroes que hicieron grande nuestro deporte. Fermín Cacho fue uno de ellos y su mayor gesta se produjo el 8 de agosto de 1992, en la final de los 1.500 metros lisos de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Ante un estadio repleto, el atleta soriano se alzó con el oro tras una extraña carrera en la que siempre estuvo entre los tres primeros puestos.
Los que vimos aquel triunfo jamás lo olvidaremos. Por la emoción, por supuesto, y también por la tensión. El favorito era el argelino Noureddine Morceli, que venía de ganar el campeonato del mundo. Pero, contra todo pronóstico, en ningún momento estuvo colocado en las posiciones de cabeza. Por ese motivo, Cacho no paró de mirar hacia atrás durante la carrera, tratando de adivinar qué tramaba su principal rival. Los giros de cuello del soriano fueron tan constantes que los espectadores temimos más de una vez que perdiera la trayectoria y acabara por los suelos. Hasta en la recta de meta, cuando ya se sabía ganador, Cacho siguió mirando atrás una y otra vez.
Afortunadamente, el soriano era un mago en lo suyo y no solía caerse, pero cualquier otro en su lugar hubiera terminado con sus huesos sobre el tartán por no haberse concentrado lo suficiente en mirar hacia delante. Y algo de esto es lo que le ha ocurrido a Pablo Casado, el líder del Partido Popular, que en vez de afanarse en ganar la carrera, la de las elecciones generales, ha estado durante tres años y medio más preocupado por mirar hacia atrás en busca de potenciales enemigos.
Los errores de Pablo Casado
Casado alcanzó la cúspide del partido de forma casual. Tras la espantada de Alberto Núñez Feijóo, fue el mirlo blanco elegido para zanjar la pelea entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. Quizás plenamente consciente de la debilidad de su elección, y lejos de confiar en sus propias cualidades, desde el minuto uno el político palentino se dedicó a intentar consolidar su liderazgo machacando a todo el que pudiera hacerle sombra.
Nada más llegar a Génova 13, Pablo Casado eliminó cualquier rastro de etapas pasadas, dejando la sede del PP como un auténtico solar. Y, acto seguido, organizó junto a su número dos, Teodoro García Egea, un plan para ir cambiando a todos y cada uno de los dirigentes territoriales del partido con el único objetivo de tener garantizada la reelección como líder en el congreso nacional de julio de 2022.
Y así ha estado estos años. Pésimamente acompañado y con la única obsesión de controlar el partido para garantizarse tener la oportunidad de concurrir una tercera vez a las elecciones generales, tras sus dos derrotas de 2019. Y ese ha sido su mayor error: estar más pendiente de que no le adelantara un compañero que de ganar la carrera, pensando ingenuamente que Pedro Sánchez caería como fruta madura.
Cuando toda España cree que eres capaz de espiar a tu principal activo electoral, entonces tienes un problema, porque no se te percibe como alguien fiable
Casado ha demostrado que es un mal líder: se ha rodeado de peores cabezas que la suya y, si alguna osaba destacar, se ha preocupado en cortarla cuanto antes (véase el caso de Cayetana Álvarez de Toledo). Por eso, cuando apareció el escándalo del intento de espionaje a Isabel Díaz Ayuso, toda España se lo creyó. Ese es el problema de Casado: da igual si existió o no ese espionaje, lo dramático es que los españoles lo creen perfectamente verosímil habiendo visto el proceder de la cúpula del PP durante este tiempo.
Cuando toda España cree que eres capaz de espiar a tu principal activo electoral con tal de elminarlo, entonces tienes un serio problema, porque no se te percibe como alguien fiable. Y si encima resulta que pretendías pagar el espionaje con dinero público a través de una empresa del Ayuntamiento de Madrid, apaga y márchate, porque será imposible que consigas revertir esta carencia de credibilidad en el plazo que queda hasta llegar a las elecciones generales.
Querido Pablo, un líder no puede estar preocupado de si le van a traicionar en sus propias filas. Un líder tiene que unir al equipo y ver la manera de vencer a los rivales y, especialmente, a los que están por delante. Mirada larga y paso firme. Hacia atrás no se mira nunca porque, salvo que seas Fermín Cacho, las probabilidades de tropiezo son elevadas.