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Álvarez de Toledo ajusta cuentas con el «veleta» Casado y el «despótico» Egea

La exportavoz critica su destitución «a cámara lenta» y dedica duras palabras al líder del PP, «un hombre de empatías variables, un camaleón sentimental»

Álvarez de Toledo ajusta cuentas con el «veleta» Casado y el «despótico» Egea

Cayetana Álvarez de Toledo. | Foto: The Objective

Cayetana Álvarez de Toledo se desquita en su libro Políticamente indeseable (Ediciones B) de su polémico cese en agosto del año pasado como portavoz del grupo parlamentario del Partido Popular. Una destitución «a cámara lenta» de la que culpa en especial al secretario general de su partido, Teodoro García Egea, con el visto bueno de Pablo Casado, a quien dedica duras palabras por ser «un hombre de empatías variables, un camaleón sentimental» o lo que «castizamente se llama un bienqueda o veleta».

A lo largo de sus 517 páginas, Álvarez de Toledo ajusta cuentas con el líder del PP y su fiel escudero. De Casado únicamente destaca que es «un estupendo orador» y que tenga «una memoria deslumbrante». Pero es un espejismo pues previamente señala que la derrota del 28-A en 2019 le dejó «heridas psicológicas y políticas más profundas de lo que él nunca ha querido reconocer».

En concreto, reprocha a Casado ser «el más equidistante de los terceristas» por su entrevista en RAC1 en vísperas de las elecciones catalanas del 14-F. En aquella ocasión, el líder del PP cuestionó la órdenes que Mariano Rajoy dio a la Policía para frenar el referéndum ilegal del 1-O. «En un intercambio asombroso, que acabaría por hundir la campaña de Alejandro (Fernández), el líder del PP se desmarcó de la actualización policial del 1 de octubre de 2017», asevera la que fuera cabeza de cartel de los populares por la provincia de Barcelona.

«Son tales sus ganas de caer bien», advierte Álvarez de Toledo de Casado, «que acaba adaptando su oposición a la de cada uno de sus interlocutores, aunque estas sean incompatibles entre sí. Y esto para un político es un problema. Primero, porque puedes acabar confundiendo el paisaje con tus principios. Y, segundo, porque en cada viaje te dejas jirones de credibilidad».

Tras aquella entrevista en RAC1, «los sondeos internos del PP registraron un desplome de tres a cero diputados autonómicos», confiesa en el libro. «Alejandro Fernández estuvo a punto de quedarse fuera del Parlamento catalán, lo que habría sido una desgracia» pues considera que es «el mejor parlamentario español en activo».

La ahora diputada rasa por Barcelona lamenta que se justifique su caída por «ir por libre» en el Congreso o en sus apariciones públicas. «Una de las dos imputaciones que me clavarían una y otra vez, primero los enemigos internos de Pablo, luego el entorno de Pablo y finalmente el propio Pablo. La otra tenía variaciones: extremista, radical, derecha dura, aznarista. Esta última me hacía gracia. ¿Más aznarista que Rajoy, que fue su ministro, vicepresidente y sucesor a dedo? ¿Más aznarista que Casado, su asistente personal, su hombre de confianza, su elegido?», se pregunta.

También carga contra los barones territoriales, «otra categoría forzada» de la que huye porque cada líder territorial es «un híbrido único, un producto de sus principios, ideas, afinidades e intereses». En concreto, arremete contra los «barones blandos», entre los que cita expresamente a cuatro: el gallego Alberto Núñez Feijóo, el vasco Alfonso Alonso, el castellanoleonés Alfonso Fernández Mañueco y el andaluz Juan Manuel Moreno. «Esos cuatro dirigentes emprendieron una campaña interna y mediática para evitar que Casado me nombrara portavoz del grupo parlamentario del PP», advierte.

En la otra balanza está la madrileña Isabel Díaz Ayuso, de la que loa su «coraje al servicio de sus ideas». Y eso que su designación como candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid le pareció «una temeridad, por decirlo suavemente». «No tenía experiencia de gestión y sus principales méritos se circunscribían a las redes sociales y a una entrevista en La Sexta. Sin embargo, tenía una cualidad política que siempre he valorado por encima de cualquier cosa: coraje al servicio de sus ideas, una saludable ausencia de complejos. Actitud».

La ambición «personal, infantil y desatada» de Egea

García Egea es, sin duda, el que sale peor parado en el libro. Del secretario general asegura que es el típico «arquetipo» que prolifera en los partidos. «Son políticos de los que no se recuerda ninguna idea original o realmente valiosa, pero que acaban imponiéndose por la pura fuerza de su ambición. Ansían el poder. Buscan el poder. Y a menudo acaban ejerciendo el poder. Y de una manera despótica. Teocrática. Teodocrática».

Al secretario general del PP le hace responsable de su intento de convertirla en «una portavoz florero» en la Cámara baja y con él tuvo la conversación «más desagradable» de su vida con motivo del cese de Gabriel Elorriaga de la asesoría parlamentaria del grupo parlamentario en julio del año pasado. «Jamás imaginé la sima de irracionalidad y despotismo en la que era capaz de hundirse. Un político dispuesto a aplastar cualquier signo de inteligencia, sensibilidad o criterio. Lo suyo era una ambición puramente personal, infantil y desatada, y a su paso estaba causando destrucción», subraya Álvarez de Toledo de García Egea.

La diputada critica con vehemencia que el fiel escudero de Casado haya impuesto en el PP «una subcultura del peloteo y la mediocridad», sino también «una falsa lealtad basada en el terror o el puro cálculo personal» bajo la premisa de «conservar la nómina, también en lo orgánico».

«Le supliqué (a Casado) que frenase las embestidas de Teodoro», hace hincapié en el lance más descarnado del libro. «Que me lo quitase de los tobillos y de la yugular, porque así era imposible no ya ejercer mis obligaciones como portavoz, sino respirar. (..) Su respuesta me dejó atónita: ‘Te lo reconozco: le he entregado a Teodoro todo el poder, todo el poder‘. Es imposible imaginar a Aznar diciendo algo parecido de Cascos. Ni siquiera a Rajoy de Acebes o Cospedal», constata Álvarez de Toledo.

En su reunión a solas con Casado el 17 de agosto de 2020, que duró dos horas y media y terminaría con su destitución, la hasta ese momento portavoz parlamentaria lamenta que su jefe le acusase de deslealtad. «No lo fui jamás. Ni con las ideas que motivaron mi vuelta al PP. Ni con el propio partido para cuyo éxito electoral trabajé. Ni desde luego con Pablo Casado», concluye.

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