«¡Váyase, señor Casado!»
«Si Pablo Casado fuera el consejero delegado de una empresa cotizada, habría sido destituido fulminantemente»
Allá por 1994 escuchamos esta célebre frase en boca de Jose María Aznar en su enfrentamiento con el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, en el debate del estado de la nación más célebre que se pueda recordar, allá por la quinta legislatura: «¡Váyase, señor González!, no le queda ninguna otra salida honorable».
Esta magnífica cita parlamentaria, que supuso el punto de inflexión en la ascensión de Aznar hacia La Moncloa, me viene como anillo al dedo para aplicarla en este caso al líder de centroderecha porque su crédito como jefe del Partido Popular y candidato a la presidencia del Gobierno parece haberse acabado. Porque si Pablo Casado Blanco fuera el consejero delegado de una empresa cotizada, por ejemplo, este habría sido destituido de modo fulminante por el consejo de administración en una reunión extraordinaria, exclusivamente debido a su pésima gestión del enfrentamiento con Ayuso. El impacto reputacional en «la empresa» (el PP) ha sido devastador. Da igual quién tenga razón en esta guerra civil. Simplemente, como responsable del partido sus actuaciones han sido deficitarias y han puesto de manifiesto una aparente inmensa debilidad como líder. Su gestión ha puesto a la organización al borde de la extinción.
El señor Casado fue elegido en unas primarias populares que le dieron carta blanca para refundar el PP, teniendo toda la legitimación para crear una nueva época y controlar el partido. Es decir, ha tenido carta blanca para construir una alternativa, llevar a cabo una oposición eficaz (y a su medida). ¿Cuál es entonces el balance de su etapa al mando del partido?
Si se tiene en cuenta la trayectoria del jefe de la oposición desde su nombramiento hasta el estallido de esta guerra fratricida, la conclusión es también muy similar: ha fracasado. Tras las primarias, con el control casi total del partido y con el respaldo derivado de las mismas, el dirigente del PP no tiene excusa alguna para no haber sabido capitalizar los regalos extraordinarios (desde el punto de vista de la oportunidad política) que le ha ido otorgando el presidente Sánchez a lo largo de esta legislatura. Empezando por el momento en el que el caudillo socialista entregó su Gobierno a la extrema izquierda, tras haber abjurado de esta en el pasado. Un partido como Podemos en el Gobierno, aliado del chavismo en Venezuela, subvencionado por Irán en sus inicios, debería haber sido una presa fácil para cualquier estratega cualificado. Un presidente del Gobierno que miente y se desdice en cuestión de meses debería haber sido una víctima relativamente dócil para la oposición. Después, el presidente Sanchez siguió cavando su propia tumba al entregar su alma a Bildu y al radicalismo nacionalista e indultando a los golpistas del procés. El señor Casado ha sido incapaz de capitalizar estos errores presidenciales.
A esas alturas del combate, el líder socialista debería de haber estado «gagá» tras los derechazos lanzados por el púgil Casado. Con el contrincante tambaleándose sobre el ring, el reinante campeón Sanchez le otorgó otra oportunidad histórica para mandarle a la lona definitivamente: la lamentable gestión de la pandemia. Con un presidente del Gobierno con la guardia baja, entregado a la inacción, a los eslóganes y a la propaganda desde La Moncloa, y con el líder popular aupado además por la marea ayusista en Madrid, este tendría que haber noqueado definitivamente al presidente del Gobierno.
Lamentablemente para los intereses del PP, el dirigente popular desperdició todas las jugosas ocasiones que le brindó el destino para encaramarse a un liderazgo duradero y consolidarse como el heredero al trono monclovita. A continuación, desaprovechó parcialmente la autodestrucción de Ciudadanos, y acabó enfrentándose a sus potenciales aliados naturales (Vox) y a sus mejores activos en el partido (Cayetana Álvarez de Toledo primero y Ayuso después), lo que demuestra su falta de autoridad moral. La patochada en torno a la votación de la reforma laboral (incluido el ridículo voto perdido) y el bluff de las elecciones de Castilla León le sumergieron finalmente en la insignificancia.
Cualquiera que tenga amigos votantes del PP, o lea algunos chats de simpatizantes de ese sector, se dará cuenta que el señor Casado es ahora el enemigo a batir de una mayoría de los simpatizantes del centroderecha. Si no dimite muy pronto, el Partido Popular quedará moribundo, camino de engrosar la larga lista de cadáveres de partidos del centro y centro derecha (PRD, UCD, CDS, Ciudadanos, UPD) de la historia de la democracia. En España el simpatizante de este amplio espectro político es letal cuando no perdona. Si esto ocurriese, es obvio que Vox se convertiría en el partido dominante de la derecha, aunque sería incapaz de gobernar por el cordón sanitario que le aplicarían el resto de fuerzas políticas. También resucitaría el casi difunto Ciudadanos como partido bisagra del centro, absorbiendo muchos desencantados populares. Estos acontecimientos condenarían a España a muchos años de Gobierno Sanchezstein.
Váyase, señor Casado, haga un último servicio a sus votantes y a la nación.