THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

Las promesas del Este de Vladimir Putin

«La agresión supone –o debería suponer– un golpe de realidad a tantos que interpretan la Rusia de Putin con una sorprendente indulgencia»

Opinión
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Las promesas del Este de Vladimir Putin

–Señora Tura, ¡la guerra!

Por más que los análisis certifiquen su alta probabilidad, por más que los medios insistan día tras día en informar del agravamiento de la situación, la guerra siempre sorprende e impacta. En la Varsovia de 1939, la compañía teatral de Joseph y Maria Tura que retrató Ernst Lubitsch en la hilarante Ser o no ser (1942, en plena guerra) se dispone a estrenar una adaptación de la obra de Shakespeare que da nombre a la película. Maria está en su camerino, tonteando con un admirador, cuando una de sus asistentes entra, periódico en mano, y le informa de que, finalmente, como se temían, las tropas alemanas han cruzado la frontera polaca y se dirigen a la capital. Comenzaba otra función bien distinta. Que fuera esperado no lo hizo menos dramático.


Así ha sido recibida la noticia de la agresión rusa a Ucrania, que nos ha pillado entretenidos con noticias propias de democracias reales, como el auge y la caída de líderes políticos. De repente, todo adquiere su verdadera dimensión y nos preguntamos qué pasará con los ucranianos, pero también con nosotros, justo ahora que las economías comenzaban a recuperarse con vigor sostenido tras dos años de pandemia. Lo que hemos encontrado al final del camino no ha sido un futuro nuevo, sino la revisión por las bravas del pasado, concretamente del orden nacido tras la Segunda Guerra Mundial que estalló tras la invasión alemana de Polonia. Ahora podemos acercarnos a sentir lo que sentía un ciudadano cualquiera en los picos de crisis de la Guerra Fría. En El artesano, el sociólogo Richard Sennett contaba que se encontró a Hannah Arendt por la calle en Nueva York pocos días después de la crisis de los misiles con Cuba, en 1962, que puso al mundo al borde de la guerra nuclear. Le sorprendió la ansiedad de Arendt, que le dijo que aquella situación le había reafirmado en sus reflexiones sobre el peligro de «la ceguera científica y el poder burocrático».


Esas armas siguen presentes y eran el elefante en la habitación del discurso que el presidente Putin ofreció para intentar no solo justificar la invasión, sino para amenazar a quien intentara repelerla. Con aire de suficiencia y altivez, con pose más propia del jefe de Promesas del Este que de un jefe de Estado, Putin afirmó que «quienquiera que intente detenernos […] debe saber que la respuesta de Rusia será inmediata y los llevará a tales consecuencias que nunca han enfrentado en su historia». Hay poca exégesis que hacer al fondo y a la forma de este discurso, que culmina otros de aire redentorista, mitológico y profundamente nacionalista. Mucho se ha hablado en estas semanas sobre los matices del conflicto y la complejidad de la situación, de supuestas promesas hechas y no cumplidas, y está bien que así sea, porque cualquier solución diplomática tenía que tenerlos en cuenta.  Pero primero los discursos y, después, la agresión en sí misma suponen –o deberían suponer– un golpe de realidad a tantos –personas y países– que interpretan la Rusia de Putin con una sorprendente indulgencia que hoy es ya una indulgencia culpable.


En su monumental Después del Muro. La reconstrucción del mundo tras 1989 (Debate), la historiadora alemana Kristina Spohr cuenta las advertencias que Gorbachov hacía de forma continua a los líderes europeos sobre la necesidad de respetar las fronteras del Este que varios líderes europeos se veían tentados a modificar. «Cada vez que Occidente ha intentado rehacer el mapa europeo de posguerra, ha empeorado la situación internacional», contaba el entonces secretario general del PCUS. Ahora es su sucesor en Rusia quien lo hace –o lo vuelve hacer, más bien–, y es de temer que su advertencia al Oeste a finales del siglo XX siga siendo válida también para el Este en el siglo XXI. Lo que, pese a la niebla de la guerra, parece ahora claro es que la UE como conjunto, así como los Estados miembro, deberán replantearse la prioridad que dan a la seguridad y la defensa. Porque, pese a las expectativas de la posguerra fría, desde el Este se esperaban promesas, pero no dejan de llegar amenazas.

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