Europa y el nuevo orden económico mundial
«Nos adentramos en un terreno desconocido como resultado de las sanciones económicas más contundentes jamás tomadas contra una gran economía»
Ya lo avisó Jean Monnet. «Europa se forjará a golpe de crisis y será la suma de las soluciones que se adopten para resolver esas crisis». Los convulsos últimos años de la unión no hacen más que confirmar la profecía del padre de Europa. La crisis del euro y de la deuda en 2008-13 rearmó la estructura financiera que sostiene la moneda común. La pandemia del coronavirus propició un acuerdo sin precedentes para poner en marcha un paquete de estímulos cercano al billón de euros financiado parcialmente con la emisión, por primera vez en sus 70 años de historia, de deuda conjunta. Hoy, la guerra de Rusia contra Ucrania obliga a reevaluar las políticas de energía y de defensa común para fortalecerlas y darles la máxima autonomía. Muchos de ellas son reformas que se han dilatado en el tiempo o que directamente parecían inalcanzables. Ahora, dan sentido a la utilidad del proyecto europeo.
La unión prevalece a las tensiones constantes de fragmentación en un entorno cada vez más endiabladamente complejo y hostil. Gita Gopinath, la economista jefe del Fondo Monetario Internacional, cree que la guerra en Ucrania puede cambiar el orden económico mundial tal y como lo conocemos. Identifica los fundamentos que se verán sacudidos: un cambio en el comercio de la energía de enormes implicaciones geopolíticas, la fragmentación del sistema de pagos en función de áreas de influencia económica y política y el probable vuelco en la denominación de las reservas de divisas en el mundo tras la congelación de las reservas en dólares y euros (el 68% del total de 630.000 millones de dólares) al Banco Central de Rusia por parte del BCE y la Fed.
Nos adentramos en un terreno desconocido como resultado de las sanciones económicas más contundentes jamás tomadas contra una gran economía. Una intensificación de las mismas, en el caso de que se embarguen o limiten las exportaciones de gas y petróleo ruso a Europa, como ha hecho parcialmente Estados Unidos, puede tener consecuencias muy costosas en los países miembros de la UE que aún no se han repuesto del shock económico provocado por la pandemia. El eurodiputado Luis Garicano, ha sido la voz más clara a favor de aplicar el embargo de forma inmediata y temporal, hasta el cese de los ataques. Acierta al señalar la contradicción de que la UE apruebe una ayuda puntual de 500 millones de euros en ayuda a Ucrania mientras paga 1.000 millones de euros diarios por la compra de gas y petróleo a Rusia con los que Putin sigue financiando su siniestra maquinaria de guerra. Una factura que sube cada día que se incrementan los precios de ambas fuentes de energía. El embargo, que apoya también el comisario Josep Borrell, cortaría el cordón umbilical que une aún a Moscú con la economía global.
Rusia es el principal proveedor de petróleo (27% de las importaciones) y de gas (40%) de la Unión Europea. Europa, sobre todo Alemania y los países del Este, se encuentra ahora ante una encrucijada. ¿Cómo lograr cancelar toda vía de financiación a los cruentos ataques de Putin sobre la población ucraniana sin sumir en una espiral de inflación y recesión a sus respectivas economías? ¿Cómo acelerar la independencia energética?
Los planes de transformación hacia energías más verdes previstos en el paquete de estímulo para luchar contra los efectos de covid-19 se acelerarán. ¿ ¿Otra consecuencia positiva e insospechada de esta tragedia? Pero el objetivo de sustituir las energías fósiles por limpias se puede cumplir sólo en el medio plazo por mucho que la UE pise el acelerador. La alternativa transitoria de usar energía nuclear gana por eso atractivo y defensores cada día. La búsqueda de proveedores alternativos a Rusia para reducir la dependencia de la UE llevará tiempo. No en cualquier caso tan fácil como Estados Unidos, que ha negociado con Venezuela, uno de los poco países que ha aplaudido la guerra con Ucrania, el levantamiento parcial del embargo a su petróleo para suplir el que compraba a Rusia. En una operación sorprendente, a partes iguales hipócrita y pragmática. Le quita el apoyo a un sangriento dictador como Putin para dárselo a otro, Nicolás Maduro, que se sienta sobre las mayores reservas de petróleo del mundo y que, eso sí, pilla más cerca. No habrá declarado la guerra a ningún país vecino pero la entrada de divisas permite perpetuar un régimen que viola a diario los derechos humanos de su población.
La inflación en la eurozona se situó en el 5,8% en febrero. En España se elevó hasta el 7,6% (3% subyacente). ¿Hasta cuánto subirían los precios si se limita o corta por lo sano la dependencia de Rusia? Difícil de predecir. Valga que desde el inicio de la guerra, los precios del petróleo han aumentado hasta situarse en el nivel más alto de los últimos 14 años y los del gas casi se han duplicado. Eso sin aplicar sanciones a estas fuentes de energía. Sólo por el impacto disruptivo del conflicto en la oferta. En una guerra que además se libra en unos términos aterradores: a una escalada de sanciones económicas, Putin responde con una escalada militar, se abre la puerta a un recrudecimiento de la crueldad de Putin contra el pueblo ucraniano. Sin descartar el uso de armas químicas. ¿Estaría la OTAN dispuesta a intervenir en ese caso? El miedo a que el conflicto escale a uno entre potencias nucleares indica por el momento que no.
En un artículo de Jean Pisani-Ferry recientemente publicado por el think tank Bruegel, el economista europeo analiza las consecuencias económicas de la guerra. Artífice del programa económico de Emmanuelle Macron, Pisani-Ferry calcula en 100.000 millones el coste de la UE para reducir su dependencia energética de Rusia, entre lo que cuesta suplir las reservas a estos precios y la mejora de la distribución interna dentro de la UE. Un ejemplo: España es el país de la UE con el mayor número de plantas de transformación de gas lícuado, pero por falta de infraestructuras que conecten esas instalaciones con el resto de socios es muy complicada su comercialización. Y ¿quién financiará el coste de adaptar la industria para hacerla independiente de Rusia? ¿Las compañías privadas de energía, los consumidores finales o los Estados y por tanto todos los contribuyentes? ¿Y el aumento del gasto en Defensa de la UE? Pisani-Ferry cree que puede elevarse hasta los 20.000 millones en 2022 y dos veces más en 2023.
En la medida en que suban los precios de la energía y con ellos la inflación sólo se agudizará el dilema al que se enfrentan los bancos centrales desde el inicio de la recuperación debido al shock que ha sufrido la oferta a medida que el mundo se recuperaba del covid-19. ¿Subir los tipos de interés antes de lo previsto para combatir la galopante inflación aunque se perjudique al crecimiento? ¿O aprender a convivir temporalmente con ella y seguir considerando el aumento de los precios de la energía como un fenómeno volátil y coyuntural y alejar así la recesión? La duración de la infame guerra de Putin y las decisiones que tome la UE con respecto al gas y el petróleo marcarán el rumbo de la política monetaria. El fantasma de la estanflación, inflación con recesión, recorre de nuevo Europa.