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Velarde Daoiz

La covid vuelve a su hogar

«Sería conveniente que Occidente ofreciera a Xi Jinping varios cientos de millones de dosis de vacunas de Pfizer y Moderna»

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La covid vuelve a su hogar

Personas con mascarillas en China. | Sheldon Cooper (Zuma Press)

A finales de 2019 oímos hablar por primera vez de una extraña neumonía vírica que había hecho saltar las alertas en China, más concretamente en la provincia de Wuhan. Pese al secretismo que acompaña siempre a la información procedente del gigante asiático, pocas semanas después se confirmó que el virus SARS-CoV-2, pariente lejano del SARS-CoV-1, que dejó varios miles de muertos en varios países del mundo en 2003, se contagiaba por vía respiratoria de humano a humano y que, para intentar controlar la infección, que llegó a afectar oficialmente a más de 100.000 chinos y acabar con la vida de más de 4.000, las autoridades habían recluido a millones de personas en sus casas durante cerca de dos meses.

En febrero de 2020, mientras el virus se extendía por otros países del mundo con rapidez y empezaba a azotar con gran dureza a la región italiana de Lombardía, como preludio de la avalancha hospitalaria y mortal que arrasaría en marzo y abril gran parte de Europa Occidental, China, como varios otros países de Asia y Oceanía como Vietnam, Corea del Sur, Taiwan, Nueva Zelanda o Australia, adoptaba una política de «zero covid». Aprovechando la ventaja de ser islas (o casi, como Corea del Sur, con su única frontera impermeable con sus vecinos del Norte) o férreas dictaduras, esos países impusieron un estricto control de fronteras que, unido a confinamientos severos de la duración que se considerase necesaria, consiguieron controlar los brotes y hacer retornar la vida interior de esos países a una cierta normalidad (exceptuando viajes al exterior, siempre muy limitados y acompañados de largas y estrictas cuarentenas).

Mientras, y tras un intento inicial de suprimir la infección durante la primavera de 2020, Occidente no tuvo más remedio que asumir que la transmisión del virus sería imparable y, con mayor o menor nivel de restricciones para intentar «aplanar» las distintas curvas epidémicas desde entonces, decidió convivir con el virus (o más bien a las autoridades occidentales no les quedó más remedio que entender que, en un régimen democrático de libertades individuales y fronteras permeables, no tenían otra alternativa). 

La llegada de las primeras vacunas a finales de diciembre de 2020 cambiaría por completo la evolución de la pandemia. Desarrolladas en tiempo récord (se empezó a trabajar en su diseño en enero de 2020 y menos de un año después se estaban comenzando a distribuir), y administradas a un amplio porcentaje de la población especialmente desde abril-mayo de 2021, permitieron en Occidente ir progresivamente eliminando las medidas de distanciamiento social y las restricciones que habían trastornado por completo el primer tercio de ese año, marcado en Europa y EEUU por cierre de bares y restaurantes, toques de queda y limitación de la movilidad, particularmente la internacional. Así, pese a la llegada de variantes más contagiosas y agresivas como delta, la inmunidad generada por seroprevalencia debida a contagio anterior y por vía vacunal permitió recuperar poco a poco la normalidad.

De ese modo, durante el verano de 2021, y pese a registrarse la mayor ola de contagios hasta la fecha en muchos países, el nivel de apertura social y económica fue mucho más alto que durante los anteriores 12 meses en casi todo Occidente, España incluida. Incluso Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, anunció la eliminación de todas las medidas y restricciones con efectividad 19 de julio de 2021, bautizado allí como el «Freedom Day» (Día de la Libertad).

El virus, mientras tanto, hizo lo que hacen siempre todos los virus: mutar aleatoriamente. Afortunadamente, la rapidez de cambio de este virus en concreto es relativamente lenta, pero el haber «disfrutado» de miles de millones de huéspedes en los que reproducirse y mejorar sus habilidades para transmitirse, le ha permitido ir perfeccionándose para hacerse más infeccioso, haciéndose dominantes las variantes más contagiosas a lo largo de los meses. Si se calculaba que el R0 (el número de personas a las que un individuo infectado infecta a su vez de media, en ausencia de medidas de control y en una población sin seroprevalencia ni vacunación) de la versión «original» de Wuhan estaba entre 1,5 y 2, parecido al de la gripe estacional, el de la variante alpha que predominó en otoño/invierno de 2020 se estimó en más de 3, y el de la variante delta que dominó hasta bien entrado el otoño de 2021 en al menos 6. 

Por obra y gracia de la función exponencial, un virus de R0 6 no es «tres veces más contagioso» que un virus de R0 2. De hecho, en ocho ciclos de contagio, un infectado del primero habrá causado unos 250 contagios, y otro del segundo habrá generado, en el mismo periodo… más de 1,6 millones de contagios, a igualdad de todo lo demás. 

En noviembre de 2021, y cuando casi todo el mundo respiraba tranquilo avistando el fin de la pandemia, escuchamos hablar por primera vez de una nueva variante, «bautizada» rápidamente como ómicron, que estaba causando una rapidísima explosión de contagios en Sudáfrica, superando con mucho las incidencias de anteriores olas en aquel país. Esa variante se hizo dominante primero en Sudáfrica y luego en la mayoría del mundo con mayor rapidez que las anteriores (primero en el Reino Unido desde principios de diciembre y luego en Europa y EEUU durante mediados de diciembre y enero). Y se hizo dominante porque su capacidad de infectar era muy superior a las variantes anteriores, delta incluida. Tanto es así que se estima que su R0 puede oscilar entre 10 y 15, situando a la versión «actual» del SARS-CoV-2 como uno de los patógenos más transmisibles conocidos por la Humanidad, al nivel del sarampión. Además, se ha demostrado que esta variante ha esquivado la inmunidad vacunal e incluso la inmunidad por contagio previo de manera significativa a efectos de transmisión del virus (aunque no tanto en cuanto a la gravedad de la enfermedad).

La ola de ómicron ha causado muy probablemente muchos más contagios que todas las anteriores juntas, en un periodo de tiempo mucho menor. Sin embargo, aunque su peaje en términos de vidas humanas no ha sido en absoluto desdeñable (sin ir más lejos en España ha debido provocar la muerte de al menos 10.000 personas en poco más de dos meses), no ha producido una sobrecarga hospitalaria muy diferente de la de otros inviernos «precovid», pese al elevadísimo número de contagios (oficialmente más de cinco millones en lo que va de año en España, más los que no se habrán registrado).

Casos de menor impacto de la covid

Las más que probables razones de este menor impacto, tanto en mortalidad relativa como en gravedad de la enfermedad, son:

  • Seroprevalencia (probablemente al menos un 30% de la población europea ya había pasado versiones anteriores de la enfermedad, generando cierta inmunidad frente a la enfermedad)
  • Inmunidad vacunal (pese a que como he mencionado no impiden del todo la infección, sí es evidente que las vacunas contribuyen a que esta curse con síntomas menos graves)
  • Posiblemente, una menor gravedad intrínseca de la enfermedad, al ser más eficaz esta variante para reproducirse en vías respiratorias altas, pero menos hábil para replicarse en los pulmones, reduciendo el número de neumonías causadas

Así, mientras llega a Occidente la absoluta normalidad, eliminación de mascarillas incluida (España, como casi siempre en esta pandemia, llegará la última), y mientras los «expertos» televisivos en epidemiología se sustituyen por (o se reconvierten en) expertos en política internacional para hablar de la invasión y la Guerra de Ucrania, el SARS-CoV-2 ha decidido regresar «a su hogar».

Los países de estrategia zero covid, tras vacunar a su población, han relajado levemente las medidas de control de fronteras (que estaban causando un importante daño social y económico), y eso ha facilitado la llegada de Ómicron. Corea del Sur, Nueva Zelanda o Hong Kong han experimentado durante las últimas semanas una ola epidémica descomunal, con incidencias acumuladas a 14 días de 4-5.000 casos por 100.000 habitantes, pese a aplicar medidas de control estrictas para intentar contenerla. Esas olas, sin embargo, han tenido un impacto muy dispar en cada uno de esos tres lugares.

En Nueva Zelanda, donde la principal vacuna utilizada ha sido Pfizer, el % de población con pauta completa supera ampliamente el 90% para todas las franjas de edad y es, como en España, cercano al 100% para mayores de 80 años, el número de fallecimientos es bastante pequeño y hay hoy hospitalizadas positivas por covid alrededor de 1000 personas en todo el país. En Corea del Sur, país de población algo superior a España, donde el % de población mayor de 80 años con pauta completa se acerca al 95% y las vacunas utilizadas han sido fundamentalmente Pfizer y AstraZeneca, esta ola está teniendo un impacto algo más severo (cerca de 200 fallecimientos diarios y 1200 hospitalizados en estado grave).

Muertes confirmadas por coronavirus por millón de personas

Pero es en Hong Kong donde se está produciendo una verdadera carnicería. No solamente el % de vacunación es inferior a los otros dos países, sino que, desglosando por edades, cuando Ómicron inició su contagio exponencial, apenas un tercio de los mayores de 80 años estaba vacunado. Además, la vacuna utilizada ha sido la china Sinovac (menos eficaz que las empleadas en Occidente, especialmente frente a Ómicron). El resultado es un territorio donde se está produciendo el mayor número de fallecimientos en términos per cápita desde que la COVID comenzó hace ya más de 2 años. Por comparar, es prácticamente el equivalente en España a 1800 muertes diarias, cerca del doble de las que se produjeron aquí a finales de marzo/principios de abril de 2020, en el peor momento de la pandemia. Además, por supuesto, la actividad se mantiene allí bajo mínimos.

Datos sobre la vacunación contra la covid

Y si desde Hong Kong giramos la vista hacia China, el panorama puede empezar a volverse muy preocupante, pues aunque el porcentaje de población vacunada con pauta completa es superior oficialmente al 85%, esa cifra era hace 3 semanas de solo el 60% en mayores de 80 años. Naturalmente, las vacunas utilizadas han sido las de producción propia (igual que en Hong Kong) y, como en todos los países de estrategia “ZERO COVID”, la inmunidad por contagio anterior es virtualmente nula.

Desde hace unos días, y aunque como todos los datos que llegan de China hay que cogerlo con pinzas, Ómicron ha empezado a azotar con fuerza varias provincias, y alrededor de 50 millones de personas sufren ya serias restricciones. La ciudad de Shenzen (vecina de Hong Kong) ha paralizado la producción de todas sus plantas (aunque la de Foxconn, el fabricante de Apple, ha reanudado sus actividades el miércoles trabajando en grupos “burbuja”), y ha cerrado su transporte público. En Shanghai los colegios han cerrado y se han reemplazado por clases online, algunos barrios están en confinamiento estricto y desde hace días se recomienda (como se recomiendan las cosas en China, claro) que nadie abandone la ciudad si no es estrictamente necesario.

En la septentrional provincia de Jilin se concentran en este momento los niveles más altos de contagio del país. Se ha dado orden de realizar test a todos y cada uno de sus 24 millones de habitantes, que no pueden abandonar la provincia sin notificárselo a la policía, se han instalado 8 hospitales de campaña y varios centros de cuarentena con capacidad para decenas de miles de personas, y solo una persona de cada casa puede salir cada 2 días a comprar bienes de necesidad básicos. Desde el lunes, las fábricas de Volkswagen en la región permanecen inactivas. Los mercados globales de materias primas, que se habían recalentado fuertemente como resultado de la invasión rusa de Ucrania, han sufrido pronunciados descensos, anticipando la ralentización económica del gigante chino.

Nuevos casos de contagios en China en los últimos 7 días de Ómicron

Las autoridades chinas insisten de momento, al menos públicamente, en mantener su estrategia, rebautizada ahora como “zero covid dinámica”. Sin embargo, parece difícil que un país con la densidad de población de China, con nula seroprevalencia y una vacuna menos efectiva que las utilizadas en Occidente, sea capaz de suprimir totalmente a un virus de la actual transmisibilidad de Ómicron.

Las alternativas de China

Por lo tanto, en mi opinión, China se enfrenta a una encrucijada en la que tendrá al menos las siguientes 3 opciones:

  1. Dejar correr el virus libremente. Si, como es previsible, los hospitales amenazan con colapsar en poco tiempo, se verán forzados a imponer algún tipo de medida restrictiva de ingreso a los mismos en función de la edad.
  2. Intentar mantener su estrategia de supresión de la transmisión. Si es el caso, probablemente se hallen frente a bastantes meses (o incluso años) de confinamientos intermitentes, pues en cuanto Ómicron consiga pasar inadvertido se producirá una explosión de contagios exponencial que requerirá para su control (en caso de ser posible) de medidas draconianas cada poco tiempo en aquellas provincias donde se produzcan los brotes.
  3. Mantener la estrategia de ZERO COVID durante el tiempo suficiente para vacunar (y revacunar con una dosis de refuerzo) a todos los ancianos y vulnerables posibles, para luego intentar una política de convivencia con el virus similar a la europea.

Lamentablemente, ninguna de estas alternativas permite ser demasiado optimista. La primera, quizá la de menor impacto económico, es pavorosa en lo sanitario y “garantiza” bastantes millones de muertos. La segunda aboca a China a un periodo sostenido de ralentización económica y al mundo a la disrupción de las cadenas de producción y suministro. En definitiva, nos enfrentaría a un periodo no precisamente corto de estancamiento o incluso de recesión. La tercera provocaría un shock muy duro a la economía china durante un periodo de varias semanas o meses. Y ya hemos visto que apagar y encender de nuevo la actividad económica no es tan fácil como hacerlo con una cafetera, y tiene consecuencias imprevisibles y desagradables. 

Si tuviera que apostar, China optará por seguir una estrategia mixta entre la segunda y la tercera: acelerar la vacunación de ancianos no vacunados y vulnerables mientras intenta suprimir el virus a base de confinamientos duros, cortos y localizados. Si fuera el caso y si el orgullo de los dictadores del Partido Comunista Chino lo permitiera, quizá sería conveniente que Occidente ofreciera a Xi Jinping varios cientos de millones de dosis de vacunas de Pfizer y Moderna. 

En todo caso, hagan lo que hagan, ojalá acierten. Les va la vida en ello. Nos va la vida en ello.

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