THE OBJECTIVE
José Rosiñol

Las amistades peligrosas del separatismo

«En Cataluña, fascista es cualquiera que no demuestre su adhesión inquebrantable al Régimen Nacionalista»

Opinión
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Las amistades peligrosas del separatismo

Vladimir Putin. | Andrey Gorshkov (Kremlin Pool)

Aunque, quizás por mi forma de ser, en mis artículos no suelo explicar ninguna experiencia personal, creo que en este caso debo hacer una excepción para poder contextualizar lo que quiero desarrollar en el artículo.

Corrían los  principios del año 2015 cuando el Parlamento Europeo concedió a Societat Civil Catalana el Premio Ciudadano Europeo, cosa que encendió las alarmas y revolvió las vísceras de un separatismo acostumbrado a la imposición del discurso único y a una densa espiral de silencio en Cataluña, ¿el resultado de todo esto? Básicamente supuró toda la hiel de lo que por aquel entonces se llamaba la «revolución de las sonrisas», hasta el punto de que desde el Parlamento catalán, a propuesta de partidos como Junts, ICV, Cup… pidieron que se nos quitase dicho premio por ser unos fascistas y no sé cuantas cosas más (ya saben: en Cataluña, fascista es cualquiera que no demuestre su adhesión inquebrantable al Régimen Nacionalista).

Ante este insólito hecho, en el que unos representantes públicos señalan públicamente a unos ciudadanos privados básicamente por disentir, mi reacción inmediata fue pedir una reunión con los responsables de cada uno de los grupos parlamentarios que habían aprobado ese pronunciamiento. Fruto de dicha petición me reuní con algunos de ellos, y en uno de estos encuentros, con una de las personas recientemente indultadas, después de indicarle nuestra sorpresa e indignación por la campaña de presión que desde una institución pública habían activado contra personas de la sociedad civil por el mero hecho de no claudicar ante la presión del separatismo, su respuesta -acompañada de una mirada fría pero llena de odio y un revanchismo trasnochado- fue: «Os habéis metido en política y lo vais a pagar», lo pongo en entrecomillado porque esta frase me hizo visualizar todo el odio que tanto tiempo llevaba escondiendo un nacionalismo excluyente camuflado de movimiento democrático.

Cuando salí del Parlamento (allí fue la reunión), pensé ¿para este hombre cuál será el límite de su sed y necesidad de venganza? ¿Hasta dónde estarían dispuestos a llegar con tal de alcanzar su sueño separatista? ¿Qué límites se atreverán a cruzar? He de confesar que este fue uno de los sucesos que más me preocupó, tanto como catalán (y, por tanto, español) como por demócrata convencido. Lamentablemente, las sospechas de que lo que subyacía bajo la pátina buenista y simpática recogía las formas y el fondo de los movimientos totalitarios sufridos desde los inicios del siglo XX no eran muy desacertadas. El tiempo y más allá de la capacidad de propaganda y desinformación de la Generalitat nos va dando (lamentablemente) la razón.

Si algo deberíamos reconocer al separatismo es su gran capacidad de comunicación y de camuflaje, me refiero a la hora de generar relatos y comparativas para ofrecer una visión áurea de un proyecto político mucho más tenebroso de lo que querrían reconocer. Todo esto hasta que fracasó el golpe de Estado de finales del 2017, ahí empezaron a caerse las caretas y apareció la verdadera cara del separatismo y no solo me refiero a la violencia ejercida en las calles de Barcelona. Me refiero y referiré al relato y a las amistades peligrosas de los que han gobernado el destino de los catalanes durante estos últimos años. Antes de continuar con la ponzoña independentista, recordar cómo Artur Mas (el responsable de empezar el camino hacia el precipicio) trataba de confundirnos comparando Cataluña con Dinamarca (la «Dinamarca del sur» decía..) o con California (un Estado de EEUU con mayor PIB que Francia, y 14 veces mayor que el de Cataluña): a todo esto, se le llamó CatDisney.

Pues bien, como decía, una vez fracasado el golpe de Estado, golpe que se dio de bruces con la realidad de una sociedad civil que no estaba dispuesta a transigir con la imposición nacionalista (vertebrada a través de SCC y visualizada en las dos grandes manifestaciones de octubre del 2017), contra el Estado de Derecho y la solidez mostrada por las instituciones (me refiero especialmente a la Corona), el separatismo empezó a mostrar su verdadera cara y se empezaron a saber los verdaderos devaneos internacionales con aquellos que tenían como objetivo desestabilizar a España como el eslabón más débil y vulnerable de la Unión Europea (ya saben que la fuerza de una cadena se mide por la resistencia del eslabón más débil de la misma).

Y aquí nos encontramos con un personaje tan funesto como gris, el expresidente Torra, proponiendo la llamada «vía eslovena» para lograr la independencia de Cataluña, asumiendo «todas las consecuencias» de este tipo de operaciones. Naturalmente se refería a que había que asumir muertos, como ocurrió en Eslovenia. No imagino qué hubiese pasado en otros países democráticos si un presidente regional dijese públicamente que asumía que había que matar o morir para lograr un objetivo político y, personalmente, entiendo el porqué tuve que tener escolta policial durante mi periodo de presidencia de SCC. Pero hay otros personajes que parece que sigan desayunando hiel todos los días, tenemos a una señora como Ponsatí que a día de hoy, con una guerra terrible en Europa, sigue apostando por asumir la violencia y la muerte como vía lógica para lograr la independencia (Ponsatí que, por cierto, competía con Puigdemont a la hora de correr a escapar huyendo de la Justicia de nuestro país).

Finalmente y como se está demostrando por lo publicado en medios nacionales e internacionales, el separatismo contactó y estableció relaciones con la Rusia de Putin para lograr la independencia catalana. ¿El precio? Siguiendo a Ponsatí, Torra, etc., se lo pueden imaginar, la unión de intereses era clara: desestabilizar y destruir España, al coste que fuese; si en esto se perdían vidas, acababan las libertades o se desvanecía el proyecto común europeo, eso no importaba: el bien superior, la Gran Catalunya monocolor y totalitaria era lo importante. Si hay que venderse a Putin se venden. No sé por qué, pero este tipo de actitudes me recuerdan mucho al flirteo que tuvieron muchos movimientos nacionalistas europeos con las ambiciones imperialistas del Tercer Reich. Como decía al principio, cualquier cosa vale para alcanzar el objetivo del separatismo y para hacérnoslo pagar a todos aquellos que democráticamente hemos osado oponernos al todopoderoso Régimen Nacionalista instalado en Cataluña. Creo que de todo esto deberían tomar nota los que siguen anteponiendo la lógica de la suma parlamentaria a los intereses generales de nuestro país.

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