Europa, un parque de atracciones
«Estamos construyendo una sociedad que cobra cada vez más impuestos a los que trabajan para hacer cada vez más regalos a los que no trabajan»
Hay coincidencia general en considerar que la decisión de la Unión Europea de permitir que Ucrania deba enfrentarse sola a la invasión imperialista del potente ejército ruso no exime a los europeos de tener que sufrir, al menos parcialmente, los efectos de una economía de guerra. El consumo de armas de combate -las que se están cediendo a los ucranianos-; el gasto necesario para atender a las víctimas de la guerra -la acogida a los que huyen de Ucrania-; las dificultades sufridas en el abastecimiento de los productos provenientes de Rusia, así como sus consecuencias inflacionistas… son síntomas inequívocos de una economía afectada por la guerra.
Los efectos reseñados enlazan temporalmente con las consecuencias económicas de la pandemia que, a su vez, enlazaron con los estertores del gran shock financiero iniciado en 2007-08. Este largo periodo de crisis sostenida, unido a la tendencia secular seguida por las economías de los países líderes de Europa, plantea serias dudas sobre el futuro económico europeo en el contexto del futuro económico mundial.
Viene al caso recordar un relato ficticio (o no) que circuló hace algunos años en determinados cenáculos madrileños. La acción se desarrollaba en una reunión de pensadores destinadas a la prospección de la futura organización económica del mundo. Consideraban todos que las tesis de David Ricardo estaban triunfando y que, por ello, en la futura organización económica mundial se acabaría produciendo inevitablemente la máxima especialización de cada región del planeta en aquella función económica para la que tuviera una mayor ventaja comparativa. Y, tras considerar la inevitabilidad de lo anterior, se formularon sucesivamente varias preguntas.
¿Cuál es la futura «city» financiera y tecnológica del mundo en el futuro? Sin duda, Estados Unidos, se respondieron. Es allí donde existe la mayor concentración de capital financiero, donde existen mercados más desarrollados, donde se destinan más recursos a la investigación, donde se importa más capital humano exterior… Y, apostillaron algunos, en su rol futuro de líder mundial en el factor capital, Estados Unidos tendrá como sucursal al Reino Unido, su natural aliado.
¿Cuál será la factoría del mundo en el futuro? Sin duda, los países asiáticos, con China como líder, fue la respuesta. Es allí donde la superpoblación existente proporciona un ingente volumen de mano de obra que, además y por las circunstancias concurrentes, resulta ciertamente barata y con escaso nivel de exigencia en el resto de las condiciones laborales. Su bajo coste de producción será inigualable. En tanto que líder mundial, del factor trabajo, China tendrá como principales sucursales a India, Pakistán …
¿Cuál será la granja del mundo en el futuro? Sin duda, Oceanía. Sus grandes extensiones de tierra, su baja intensidad de población son condiciones imbatibles para convertirse en la futura despensa mundial y líder del factor tierra. Pero como el crecimiento de la población del planeta es imparable, necesitará disponer de sucursales que serán África y América Latina, continentes que también son intensivos en la disposición de terrenos cultivables.
¿Y cuál puede ser entonces el papel de Europa en el futuro económico mundial?, se preguntaron los sabios de la prospección: ¿cuál es su ventaja comparativa? Tras unos minutos de angustiosa espera, uno de los presentes espetó: ya tengo la solución; en la vieja Europa hay muchos museos, hay infinidad de monumentos históricos, hay gran variedad de parques y jardines, hay numerosos teatros, hay una excelente infraestructura hotelera, hay multitud de edificios destinados a convenciones y congresos… No hay duda, la Unión Europea será el parque de atracciones del mundo futuro.
Más allá de la broma (o no) que acabamos de exponer, es lo cierto que los europeos estamos ante una encrucijada. Y que conste que ser el futuro parque de atracciones del mundo puede no ser una mala solución. Pero eso sí, siempre que estuviera bien gestionado, con eficacia y con eficiencia.
Lamentablemente, la población europea no parece apostar por la buena gestión que se necesita y, por el contrario, parece obsesionada con que se cumpla lo profetizado por Milton Friedman cuando dijo: «Estamos construyendo una sociedad que cobra cada vez más impuestos a los que trabajan para hacer cada vez más regalos a los que no trabajan». Y no hay parque de atracciones posible que dé para tantos regalos como los que se realizan continuamente en el mal llamado Estado del Bienestar.