El infierno de Mariúpol
«Mariúpol es hoy la ciudad más golpeada de Ucrania. Lleva casi 20 días sin agua ni electricidad»
La poetisa Oksana Stomina, de Mariúpol, editó un libro en el que relata los roces de su ciudad con la guerra. En 2014, Mariúpol estuvo tres meses en manos prorrusas, luego fue recuperada por Ucrania, y en 2015 los rusos lanzaron misiles Grad (que significa «granizo») contra el barrio residencial de Vostochny. Las historias de aquellos meses, la vez que Stomina vio un camión con heridos y muertos pararse debajo de su balcón, o el matrimonio cuyos hijos sobrevivieron de milagro cuando un misil aterrizó en el salón de la casa, están cuidadosamente descritas en este librito de tapas rojas. Se llama Cerca de la guerra: diarios ucranianos.
Este fue uno de los regalos con los que me recibió Stomina en Mariúpol hace un mes y medio. Quedamos delante del Teatro Dramático, un sobrio edificio típico del Donbás, en cuyo frontispicio se codeaban los héroes de la mitología soviética: los obreros y los campesinos. El otro regalo, fabricado por la artista Marina Cherepchenko, era un portavelas con la forma de un tetrápodo: una estructura de hormigón que se usa para formar rompeolas en los muelles y que se había convertido en el símbolo de la defensa de la ciudad frente al hipotético ataque ruso.
Un ataque ruso que dejó de ser hipotético dos semanas después. Mariúpol es hoy la ciudad más golpeada de Ucrania. Lleva casi 20 días sin agua ni electricidad. Sus maltratados ciudadanos hacen agua de la nieve y desafían las bombas para saquear lo que pueda quedar en las estanterías de las tiendas abandonadas.
Las autoridades piden que se deje a los muertos en la calle. No es seguro celebrar funerales. Los cadáveres son recogidos y arrojados en zanjas cavadas rápidamente. Las últimas cifras hablan de unos 2.500 fallecidos solo en esta ciudad portuaria, que cierra la ruta por tierra entre Rusia y Crimea.
Sabemos esto por lo escasísimos periodistas que siguen en la ciudad. De los medios occidentales, solo está allí el equipo de Associated Press. No es fácil ver sus vídeos ni leer sus crónicas. Cuentan, por ejemplo, que solo queda un hospital en pie. Y que ese hospital está tan desbordado que los casos insalvables se dejan en el sótano, junto a los cadáveres, el más joven de los cuales aún tiene el cordón umbilical.
El Teatro Dramático de Mariúpol fue bombardeado esta semana. Delante y detrás, en el suelo, escrito con grandes letras blancas para ojos de los aviadores rusos, se podía leer la palabra «Niños». En el refugio del teatro había un millar de personas. En el momento de escribir estas líneas solo habían rescatado a 135.
Un día antes de mandar esta columna, Stomina logró salir de Mariúpol persuadida por su marido, que se ha quedado para defender la ciudad
Pero quiero acabar con buenas noticias. Un día antes de mandar esta columna, Stomina logró salir de Mariúpol persuadida por su marido, que se ha quedado para defender la ciudad. Me tomo la licencia de compartir el mensaje de la poetisa:
«No tengo ni cepillo de dientes. Solo la chaqueta, la sudadera y los pantalones en los que ejercí de voluntaria todo el día y dormí en el sótano por las noches. Pero creedme: eso es trivial. Lo duro es que dejé mi hogar y un hombre que lo protege. ¡Mi corazón está con él! Tan pronto como consiga un ordenador, escribiré un libro. Un libro de horrores, en el que, en lugar de Drácula, estarán el presidente de Rusia y los soldados rusos que buscaban sangre ucraniana. Mientras tanto, tengo que decidir adónde voy».
Mucha suerte, Oksana. Mucha suerte a todos los mariupolenses y a todos los ucranianos. Estamos deseando que el invasor se marche, que este infierno termine. Y poder leer ese libro.