THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

La Strato de Gilmour contra Putin

«Es de esperar que en algún momento surja una expresión artística que sobrecoja al mundo y cuelgue las atrocidades que acontecen en Ucrania»

Opinión
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La Strato de Gilmour contra Putin

Pink Floyd. | europa press

Decía el poeta Luis Rosales que el misterio es aquello que no reconocemos, pero intuimos, y que en algún punto nos atrae. Las melodías de Pink Floyd son el paradigma del misterio: se perciben como algo oscuro en el interior, sin mostrarse del todo, pero reconocibles en su oscuridad. Días atrás, el grupo confirmaba que van a publicar un tema inédito tras veintiocho años sin hacerlo. Para un amante de los Floyd como yo, que nunca disfrutó con uso de razón de sus lanzamientos, la noticia tiene algo de místico, como si hiciese mío el dedo de Adán en el fresco de la Capilla Sixtina. Y el motivo de la publicación, además, tiene también su punto de dignidad. Surge como protesta por la locura con la que Putin ha decidido tumbar el leve equilibrio con el que suele sostenerse la paz entre regiones. La nueva canción se titula Hey Hey Rise Up, y entre los acordes puede reconocerse la voz el cantante ucraniano Andriy Khlyvnyuk, quien, parece ser, se halla fusil en ristre defendiendo la patria.

El arte suele emerger en estos momentos con cierta potencia, elevándose sobre política y caciquismo. No debemos olvidar que se trata del único lenguaje universal al que puede aspirar el hombre, y su argot es capaz de reventar la propaganda de regímenes con una pincelada, un verso o un acorde. Los ejemplos son numerosos. Por poner sólo dos: si al régimen de Franco lo desnudó el grito de un caballo en la Exposición de París gracias a Picasso, o a la eyaculación imperialista de Estados Unidos en Vietnam le dieron jaque unos simples acordes entre las yemas de Lennon, es de esperar que en algún momento surja una expresión artística que sobrecoja al mundo y cuelgue las atrocidades que acontecen en Ucrania al servicio del imaginario de la historia.

Porque la cultura no entiende de panfleteos ni propagandas. Su causa nunca se adhiere a siglas ni a torticerismos, y tiende a estar en contra de la injusticia, a favor del inocente. Y, si no se posiciona en estos términos, deja de brillar. Por eso brillan los rostros desencajados de los fusilados de Goya aquel infausto Tres de Mayo, por eso brilla la Libertad de Delacroix alzándose orgullosa entre cadáveres. Por eso brilla el diario de una cría escondida en un sótano de Ámsterdam, o el dolor de los represaliados Girasoles Ciegos. Si el arte es mímesis, si el arte pretende involucrar al que lo admira en un mundo que no es suyo, pero podría serlo, estas obras te sumergen en la crueldad del conflicto, te sobrecogen bajo el paraguas del talento y la imaginación.

No parece que vaya a ser la canción de los Floyd ese faro cultural que alumbre la barbarie, pero deja que intuyamos lo que el arte puede hacer por la causa. Si estos ancianetes, sin el músculo de Roger Waters además, han sido capaces de desempolvar guitarras y baquetas, alguien debe estar macerando entre sus meninges la próxima obra contra la barbarie. Quizás esté esperando a la vuelta de la esquina otras lanzas velazqueñas, quizás un Warhol de nuevo cuño, quizás otro tocho a la maneta tolstoiana contra los imperialismos, quizás alguien perciba los horrores de la guerra con la excelsitud con la que lo hizo Rubens, quizá se critiquen con la pericia de Orwell, quizás se inmortalice la muerte de un miliciano a la manera de Capa, quizá surja un temazo con el The End de los Doors, el Fortunate Son de la Creedence o el The Wall de, cómo no, los viejos Floyd. Pronto tendremos respuesta. Al tiempo.

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