THE OBJECTIVE
José Antonio Montano

Así se restauran los viejos valores

«A un escritor que ahora comparte el discurso de Putin le oí decir en una charla de 1992 que el Islam era el gran pulmón espiritual que quedaba»

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Así se restauran los viejos valores

Vladímir Putin. | Reuters

Quienes veían en Rusia la reserva espiritual del mundo, la impulsora de la restauración de los viejos valores, podrían haber hecho una de estas dos cosas ante los crímenes de Putin: o retractarse de su idea, o separarla de Putin. Lo que han hecho, en cambio, ha sido reafirmarse en su idea y defender (o excusar) a Putin. No hay acontecimiento que no refuerce el pesimismo antropológico.

Estos cristianos sin piedad son otra prueba de que nadie es imposible, como escribió Borges precisamente hablando de la literatura rusa: «Los rusos y los discípulos de los rusos han demostrado que nadie es imposible: suicidas por felicidad, asesinos por benevolencia; personas que se adoran hasta el punto de separarse para siempre…». El mensaje ecuménico de Cristo pasaba, para estos cristianos, por el bombardeo de ciudades y el asesinato de la población civil, incluidos niños.

Putin no ha hecho más que desenfundar sus tanques, como revólveres, en la guerra cultural. En el discurso que dio el 3 de marzo para justificar la invasión de Ucrania (u «operación especial», en su fórmula propagandística), dijo que los países occidentales «pretenden destruir nuestros valores tradicionales e imponernos sus falsos valores para erosionar a nuestro pueblo desde dentro; esas mismas actitudes que están imponiendo agresivamente en sus países y que conducen directamente a la degeneración y a la degradación, puesto que son contrarias a la naturaleza humana».

Esa apelación acrítica a «la naturaleza humana», bajo supuestos teológicos y oscurantistas (antiilustrados), muestra la endeblez real de los viejos valores que con tanto énfasis pretende sustentar. Siempre me acuerdo en estos casos de lo que dijo Jünger (últimamente sale mucho en mi columna) de las pretensiones conservadoras, tanto en política como en arte o religión: «Extienden cheques contra activos que ya no existen». Sus defensores, por ello, son literalmente unos estafadores. 

En el repaso de Julio Tovar a «los filósofos de Putin» asistimos a un apabullante surtido de majaderías. El más campanudo es el inefable Duguin, que habla de restaurar «la autoridad moral» de Rusia. Espiritualismo, nacionalismo fanático y totalitario, impostaciones historicistas… Chatarra decimonónica que reaparece como si nada.

A un veterano escritor español que ahora comparte el discurso de Putin le oí decir en una conferencia de 1992 que el Islam era el gran pulmón espiritual que quedaba. Los reaccionarismos confluyen. A propósito, me acuerdo de una frase de Mohamed VI que leí en Asilah en 2008. La pronunció en su Fiesta del Trono de aquel año y a mí me hizo gracia porque, al lado del periódico marroquí en que la leía (en francés), yo llevaba un libro de Cioran, como diablillo en aquel contexto:  «No hemos de ceder ante los cantos de sirenas nihilistas que esparcen la desesperación y siembran la duda».

A los autócratas más o menos teologales les incomodan, pues, la degeneración (cómo no recordar el «arte degenerado» de los nazis), la degradación, la desesperación y la duda. Dando por supuesto que ellos no son la mayor degeneración y degradación, ni la mayor causa de desesperación, ni los mayores sembradores (por su antiejemplo) de la duda…

Así que para evitar los difusos males del relativismo, el pluralismo, el materialismo, el posmodernismo, el escepticismo, el hedonismo e incluso el confusionismo sexual había que invadir salvajemente un país y provocar males contundentes, contabilizados en ruina y sangre. Pero nuestros putinistas ni se inmutan: siguen argumentando sin tomar en consideración la guerra que tienen ante sus narices. Lo que es otro indicio de lo alejados que están de la realidad.

Al menos aportan contenido semántico a la expresión «los viejos valores». En efecto, van atados al crimen.

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