Contra los especialistas
«Prefiero volar en un avión construido por un especialista que por un diletante. Pero hay otras disciplinas donde la especialización es limitante»
Los diletantes tienen mala fama. O al menos no tienen un hueco claro en el mercado laboral. La especialización sigue siendo la virtud suprema. Es una lógica artesanal: domina algo muy concreto, por ejemplo el tornillo esencial para el ensamblaje de no sé qué, y no te faltará trabajo. Otras veces la lógica de la especialización se vuelve ridícula. En la academia, especialmente en humanidades, la especialización no es solo distinción, es también la única manera de sobrevivir. Ya se ha hablado demasiado de Hamlet; prueba a escribir sobre la intersexualidad en una obra de teatro desconocida del siglo XVI. Más allá del interés de este tipo de trabajos, la idea de que el conocimiento especializado es más útil que el general no es del todo correcta.
En una columna en el Times británico, el periodista James Marriott escribe en defensa del conocimiento general y contra la especialización: «La especialización concibe la mente como un ordenador, que acumula de manera lógica la información y la procesa. Pero los humanos piensan con analogías, con metáforas, a través de conexiones fortuitas, estrategias que se basan en el almacenaje de información inútil o extraña.» Evidentemente, como dice Marriott, hay ramas del conocimiento que requieren de especialización. Prefiero volar en un avión construido por un especialista que por un diletante. Pero hay otras disciplinas donde la especialización es limitante.
La vida no suele estar tan compartimentada. Como ha escrito Ramón González Férriz, «la especialización tiene sentido cuando la disciplina que se pretende dominar cuenta con unas reglas claras y poco variables —tocar el violín, jugar al fútbol, ser juez de lo contencioso-administrativo, hacer pizzas, explicar el teatro del Siglo de Oro, curar enfermedades conocidas—, pero esas actividades tienen poco que ver con lo que los seres humanos hacemos durante buena parte del tiempo: intentar entender lo que sucede a nuestro alrededor y adaptarnos a ello.» Y concluye: «El mundo es tan complejo que, a fin de cuentas, tal vez solo tenga sentido especializarse en adaptarse a los hechos y ser capaz de verlos desde varios puntos de vista.»
La especialización también provoca celo; el especialista hace gatekeeping, es decir, controla el acceso a su especialidad y echa a los intrusos. En España es muy común la crítica al intrusismo hasta en oficios que no deberían estar tan reglados: no te hace falta tener ADE para montar una empresa exitosa, ni marketing o periodismo para ser publicista o periodista. El corporativista que critica el intrusismo solo muestra su complejo de inferioridad.
Pero hay otro problema, filosófico, de la especialización. Lo señala Marriott en su columna: «La idea moderna de que solo podemos hablar con autoridad moral sobre asuntos directamente relacionados con nuestra experiencia personal es la apoteosis de la especialización. Porque todos somos especialistas de nuestra propia vida.» La especialización a veces es demasiado amiga del pensamiento literal, no irónico, demasiado solemne. El buen novelista es el gran anti-especialista.
En Los testamentos traicionados, Kundera escribe sobre el término»agelasta» inventado por Rabelais: es el que no ríe, el que no tiene sentido del humor. «No hay posibilidad de paz entre el novelista y el agelasta. […] Los agelastas están convencidos de que la verdad es clara, de que todos los seres humanos deben pensar lo mismo y de que ellos son exactamente lo que creen ser. Pero es precisamente al perder la certidumbre de la verdad y el consentimiento unánime de los demás cuando el hombre se convierte en individuo. La novela es el paraíso imaginario de los individuos. Es el territorio en el que nadie es poseedor de la verdad, ni Ana ni Karenin, pero en el que todos tienen derecho a ser comprendidos, tanto Ana como Karenin». La visión liberal que tiene Kundera del novelista es la de un diletante irónico que considera la vida como una relajada aventura del conocimiento y la imaginación.