Ganadores y perdedores en Ucrania
«El mejor final para esta guerra será negociar la menor pérdida territorial posible para Ucrania y que Rusia pueda vender una victoria en la plaza Roja»
Más de 100 días después del inicio de la guerra en Ucrania, sentimos en nuestros bolsillos la subida de la cesta de la compra, de la electricidad o del combustible que consumimos. Mientras, Putin espera sentado en su mesa alargada del Kremlin a que, tras un verano cálido con uso intensivo del aire acondicionado, llegará el frío invierno con calefacciones que deberán apagarse si no queremos facturas cada día más disparatadas, como ya advirtió el alto representante de la UE, Josep Borrell.
Rusia es uno de los mayores exportadores de petróleo del mundo y el principal proveedor de gas natural de Europa, además de vender al exterior carbón y uranio para las centrales nucleares. La UE ha dicho ‘no’ al oro negro ruso y prevé una interrupción total de la importación del gas, que dará lugar a un precio de la gasolina, el diésel y la electricidad todavía mayor del que ya estamos pagando en estos momentos, lo que quizás nos aboque al racionamiento de la energía, al cierre de empresas de gran consumo energético y a una recesión económica. El suministro alternativo a Moscú es más caro y va despacio, además es necesaria la inversión pública para desarrollar nuevas infraestructuras energéticas transeuropeas que conecten a los 27 y un mayor impulso para las renovables.
No sólo debe preocuparnos el precio de la energía, pues si se alarga la guerra, el mayor problema a nivel mundial será la inseguridad alimentaria. Según la FAO, casi el 30% de la tierra de cultivo de Ucrania podría quedar sin plantar o cosechar en 2022; que junto a Rusia produce el 30% de las exportaciones de trigo y cebada, el 15% del maíz y el 75% del aceite de girasol. Moscú también es el mayor exportador de fertilizantes del mundo, pero desde marzo ha prohibido su venta. Las ventas de cereales ucranianos alimentan a 400 millones de personas en todo el mundo, y países como Líbano, Túnez, Egipto y Libia dependen de esas importaciones que permanecen en los graneros de Ucrania al no poder ser transportados desde el puerto de Odesa, que permanece bloqueado por los rusos.
Todo esto ya se ha traducido en un incremento medio de los precios de los alimentos del 30% y algunos como el del trigo han subido al 53% desde principios de año. Los países del sur del Mediterráneo y de África Subsahariana se preparan para una dura conflictividad social que podría terminar afectando a la vecina Europa. No hay más que recordar lo que ya sucedió durante la Primavera Árabe en Siria o en Libia y como terminó afectando y dividiendo a Europa tras la crisis migratoria de 2015. Un proceso parecido podría tener lugar a partir del próximo año o antes si no se le pone remedio; y vendría a sumarse a los problemas de vivienda, escuela o empleo que ya tienen algunos estados europeos a la hora de asistir a los cinco millones de refugiados ucranianos llegados a sus territorios.
Si a esto le añadimos que la mayor parte de los estados miembros de la UE, liderados por Alemania, han prometido llegar hasta el 2% del PIB en sus presupuestos de defensa para afrontar la guerra frente a Rusia, esto podría dar lugar a protestas de la ciudadanía, que necesitará más el dinero para calentarse o alimentarse que para enviar armas a Ucrania. En España ese ‘halcón’ pro-OTAN en el que se ha convertido Pedro Sánchez tendrá a su mayor enemigo dentro su propia coalición gubernamental con la ‘paloma’ Yolanda Díaz, que ya le ha dicho que la prioridad debe ser «la investigación, la educación y la salud».
Mientras Europa solventa todos sus problemas, Putin, a imitación de los talibanes en Afganistán, podrá decir que Occidente tiene el reloj, pero que él maneja el tiempo. El presidente ruso tiene bajo férreo control a su prensa, le apoya su opinión pública y sabe que conforme pasen los meses, la defensa de valores que abandera la UE se tornara en la de intereses nacionales y comerciales. Su población vive en un régimen autoritario, las nuestras en democracias con dirigentes que deben responder ante sus ciudadanos. Los europeos no estamos acostumbrados a sufrir como los rusos, y el frío o la escasez de alimentos nos afectan. Putin lo sabe y sacará rédito de esa debilidad. El presidente ucraniano, Zelenski, también es consciente del cansancio de las consecuencias económicas que tienen las sanciones a Rusia para los gobiernos occidentales, que terminarán suavizándolas.
El mejor final para esta guerra será negociar la menor pérdida territorial posible para Ucrania y que Rusia pueda vender una victoria en la plaza Roja. De lo contrario, el enquistamiento de la guerra y su alargamiento llevará a que los grandes derrotados de la contienda sean Moscú, Kiev y Bruselas, con una UE sumida en una nueva policrisis a nivel económico, energético, alimentario y migratorio, además de social, que podría dar alas a un nuevo revival populista.
Si el conflicto no tiene un final a corto plazo, los ganadores serán los EEUU, que seguirán vendiendo a Europa gas, petróleo y armas; y China, que se consolidará como la segunda economía del mundo con un modelo político alternativo que triunfa en partes de Asia, África y América Latina. Ambas potencias se habrán quitado a Rusia de en medio y habrán debilitado a Europa, de cara a la rivalidad que mantienen y con el fin de poder dibujar con menos obstáculos el futuro del mundo.