Los habituales primos de riesgo
«Otra vez la Europa de dos velocidades que distingue entre los primos ahorradores y los gastones, los habituales primos de riesgo»
La europea es como todas las familias. Hay veces que sus afectos se fortalecen para vencer juntos una crisis. Y Europa se hace grande. Otras, sobre todo si esa crisis se prolonga y complica, en las que vuelven a salir a flote las divisiones internas y los reproches. Como ahora. ¿Las razones? Hay donde elegir: la huída de los inversores de la deuda emitida por los estados miembros con los mayores desequilibrios fiscales, la incapacidad de los gobiernos a la hora de aplicar no diplomacia, pero sí políticas económicas de precisión (y no parches inútiles) para compensar los efectos inflacionistas derivados de la crisis energética que la invasión rusa de Ucrania ha intensificado, o el terrosirmo económico, como les reprochaba un indocumentado Pablo Echenique, de los bancos centrales, obligados por mandato a restringir su política monetaria para estabilizar los precios. Todas ellas repercuten sobre la moral de los mercados financieros, que se desploman día sí y otro también. Con todas sus consecuencias sobre la economía real.
Y mientras se prolongue la guerra, la posibilidad de reeditar la crisis de la deuda vivida durante la Gran Recesión (2008-13), que puso contra las cuerdas al euro, es una amenaza que crece cada día. Los tipos de interés de los bonos a 10 años en España, Italia, Grecia o Portugal alcanzan las tasas más altas de los últimos ocho años. Y la reunión de urgencia convocada por el Banco Central esta semana para tomar medidas que eviten la fragmentación entre los estados miembros dio sólo un breve respiro a los mercados. Las discrepancias dentro del Consejo del BCE, con los habituales halcones liderados por Alemania sintiéndose cómodos con la divergencia de los tipos de interés dentro de la eurozona y justificando que los países más laxos fiscalmente se vean más castigados, restan credibilidad a la capacidad de la autoridad monetaria europea de lograr los apoyos necesarios para poner freno a esa tendencia. Han pospuesto cualquier decisión a la reunión del 21 de julio. Largo lo fían con todo lo que está pasando.
Acaba de poner fin a su programa de compras masivas de bonos y otros activos financieros en los mercados o directamente de los Estados emisores y la primera subida de los tipos de interés está a la vuelta de la esquina. Será en julio y al menos en 0,25 puntos a la que seguirá otra en septiembre, según ha anunciado su presidenta Christine Lagarde. Pone así fin a once años de una política monetaria ultra laxa. Se acabó el whatever it takes de Mario Draghi que Lagarde ha sabido prolongar, echando mano de todos los instrumentos a su alcance, para apuntalar la recuperación de las economías de la eurozona que se han visto atrapadas entre la Gran Recesión y la crisis provocada por el colapso de la demanda durante la pandemia.
¿Su consecuencia más inmediata? Adiós a la convergencia de los tipos de interés en Europa. Esa que ha permitido a países como España, que tiene el déficit estructural más alto entre sus socios, financiarse a tasas negativas. De nuevo se pone en evidencia la brecha. Vuelve a instalarse la desconfianza entre los países miembros. Otra vez la Europa de dos velocidades que distingue entre los primos ahorradores y los gastones, los habituales primos de riesgo. El contraste en menos de un año es llamativo. Del paquete de estímulo aprobado en julio del año pasado para ayudar a los estados miembros más golpeados por la pandemia, el mayor en la historia de la unión, por valor de casi 800.000 millones de euros, que incluía la emisión por primera vez de eurobonos, y que supuso un acto generoso y solidario por parte de los países acreedores a los deudores, hemos pasado de nuevo a los reproches del Centro y Norte de Europa a los países del Sur a cuenta de los desequilibrios que acumulan en sus finanzas públicas. De nuevo la olvidada prima de riesgo ocupará titulares. «Nuestra labor como ministros de Finanzas es demostrar que estamos dispuestos a recuperar la sostenibilidad de las cuentas públicas y dejar atrás la política fiscal expansiva para contrarrestar los efectos del coronavirus», decía esta semana Christian Lindner, ministro alemán de Finanzas.
Las turbulencias han venido para quedarse. Con una inflación por los aires, las presiones salariales se intensifican y de no obtener respuesta, el malestar social está servido. De obtenerla, el riesgo de entrar en una espiral inflacionista puede comprometer la competitividad de las empresas europeas en los mercados internacionales. Con sus consecuencias en el crecimiento y el empleo. Las inevitables subidas de los tipos de interés para frenar la escalada de precios deprimirá una actividad económica que en algunos casos, como el de España, aún no ha recuperado lo perdido en la pandemia.
Y no hay visos de que las presiones inflacionistas cedan tanto en cuanto los precios de la energía seguirán su escalada mientras Europa no logre independizarse del petróleo y, sobre todo, del gas de Rusia. Y esa transición va para largo. Y mientras, Rusia usa su gas para castigar a quienes como Francia, Alemania, Rumanía o Italia se reunieron esta semana para apoyar a Zelenski. Aduciendo razones técnicas, Gazprom ha rebajado entre un 50% y un 60% el suministro de gas a sus principales compradores europeos. Las fuertes subidas de su precio, que se ha multiplicado por tres en lo que va de año, se lo permiten.
Con unos mercados financieros en pérdidas, que buscan valores refugio, la divergencia de los tipos de interés parece inevitable. Ni siquiera Alemania, con la tasa de inflación más alta desde la reunificación, parece estar del todo a salvo. Suiza, que ha sorprendido a todos con una subida de sus tipos de interés, la primera desde 2007, le ha tomado el relevo. Con el agravante de que las herramientas habituales para estabilizar los precios no parecen estar funcionando. Es el caso de Estados Unidos, donde tras dos contundentes subidas de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal la inflación ha seguido su escalada imparable. ¿Logrará con los 0,75 puntos adicionales de subida anunciados esta semana frenarla? La Fed tardó demasiado tiempo en reaccionar a la inflación.
Veremos cómo lo gestiona el BCE. Las renovadas tensiones dentro de la unión monetaria no le facilitarán el camino. Y pueden servir de carnaza para las opciones más populistas y antieuropeístas. Ya ocurrió en la anterior recesión. El rearme moral de Europa, tras la aprobación de un generoso paquete de estímulo para superar los efectos de la pandemia y su firme y solidaria respuesta inicial a la invasión rusa de Ucrania, que ya de muestras de agotamiento, ¿podría quedarse en un episodio puntual?