El espíritu de... Sánchez
«Probablemente al presidente no le importaría prolongar los crímenes del franquismo hasta el 30 de mayo de 2018 si fuera necesario. Eso sí, ni un día más»
Apenas unas horas después de que se cumplan 25 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco tras ser torturado cruelmente, en el Congreso se consumará el pacto de la ley de memoria democrática con Bildu. Y no, ahí no está el espíritu de Ermua. Eso es el espíritu de Sánchez. De hecho, puro sanchismo. Claro que ese pago a Bildu no le saldrá gratis, ni siquiera barato.
Nadie se sorprenderá a estas alturas del cuajo del presidente para acudir con esa mochila a Ermua, precisamente a Ermua, exhibiendo su clásica retórica buenista pret-a-porter. Y además haciendo referencia a que España y Euskadi son hoy dos países libres, mensaje previsiblemente destinado a provocar un debate paralelo para alejar los focos de la cuestión sustancial, que es su indignidad al pactar con Bildu la memoria democrática. Tal vez en el PSOE les cueste ver su hundimiento en tiempo real, aunque algunos sondeos quizá le ayuden.
Esto en realidad es bastante simple: no se puede tener a Bildu de socio. Hubo un tiempo en que el propio Sánchez así lo admitía. Y por supuesto, no es ningún éxito de la democracia; pero ese malentendido ha emponzoñado algunas cosas. Lo que es una victoria de la sociedad española es que ETA se disolviera, que acabase el terror y que Bildu, su extensión política, se viera forzada a actuar en el Congreso bajo las reglas constitucionales de España. Hasta ahí, sí. Pero convertir a Bildu en tu socio es de una miopía estúpida; y si además le acabas dando estatus de socio preferente, será difícilmente reparable. Resulta fascinante que el sanchismo, día tras día, haya dedicado todas sus energías a cuestionar que se pueda pactar con Vox, mientras mantenía ese acuerdo sucio a la vista de todos.
¿Cómo va a estar participando en la memoria democrática quienes más han atacado a la democracia en la memoria de todos? Es sencillamente de locos, por más que los ministros declaren su orgullo por esta contribución a la concordia recitando el argumentario del partido.
«Bajo el síndrome de la Moncloa, en el PSOE parecen no ver hasta qué punto están fatigando o directamente expulsando a muchos socialdemócratas de su espacio»
Sánchez ha pretendido que todo esto encajase en el espíritu de Ermua, pero ya apenas ni los suyos pueden disimular la vergüenza ante esas piruetas tan descoyuntadas. La generación anterior de socialistas, que no depende de los cargos que dicta Moncloa, le firma manifiestos o pone la máxima distancia ante el mal olor. Y no basta con la coartada de que la ley de memoria democrática tenga mucho de artefacto legislativo más o menos hueco. No es así, puesto que sirve para definir a las víctimas; pero de no ser así, en la medida en que conlleva carga simbólica, tampoco cabría conceder a Bildu la menor relevancia en la construcción del relato. Todo lo que haga, estará manchado. Simplemente basta recordar que su condición ha sido prolongar los crímenes del franquismo hasta 1983, gobernando ya Felipe González. Claro que probablemente a Sánchez no le importaría prolongar los crímenes del franquismo hasta el 30 de mayo de 2018 si fuera necesario. Eso sí, ni un día más.
Bajo el síndrome de la Moncloa, en el PSOE parecen no ver hasta qué punto están fatigando o directamente expulsando a muchos socialdemócratas de su espacio. Rubalcaba alertó del proceso. Una encuesta de Narciso Michavila coloca ahora al PP de Feijoo entre 150 y 160 escaños, mientras el Gobierno de coalición se desmorona. Es un problema de credibilidad: ni siquiera le creen la mitad de los suyos. Por demás, hay cosas que no funcionan ni funcionarán, como empeñarse en que ETA es el pasado y el franquismo hay que tenerlo muy pero que muy presente.
Lo sucedido en Andalucía podría dar algunas pistas a quienes no acaban de ver el estado de las cosas. Fantasear con que Yolanda Díaz mantendrá a flote a la izquierda con sus «medidas felices» y sus «cosas chulísimas» es de una ingenuidad tan cursi como miope, tanto como creer que es inocuo oír a Mertxe Aizpurua, la portavoz e Bildu condenada entonces por colaborar con ETA, afirmar que «vamos a poner en jaque el relato de una Transición ejemplar» . Todavía cuesta creer que en Ferraz no sepan ver el efecto corrosivo de su complicidad mano a mano con esta conspicua representante de la rama periodístico-militar de ETA.
Sánchez, que el viernes, después de aprobar el jueves esa ley de la desmemoria antidemocrática, se reunirá con el líder de Esquerra que le reclama amnistía y autodeterminación, va al despeñadero. La paradoja irónica es que se aferre al poder precisamente con aquello que lo acabará sacando del poder. La sociedad española no oye con indiferencia a Bildu, lo más cercano al fascismo que ha habido en la democracia española desde 1975, repartiendo lecciones de derivas totalitarias, o a Esquerra después del golpe de 2017. Sánchez ha polarizado al país de la mano de unos socios radicales despejando el carril central. Hoy y mañana el presidente tendrá ocasión de constatar, aunque él se mantenga indiferente, hasta qué punto es así en el Debate sobre el estado de Sánchez.