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Argemino Barro

Las dos lecciones de Mijaíl Gorbachov

«Cuando el dirigente eliminó la censura, convocó elecciones y se negó a aplastar las rebeliones en los países vasallos, la URSS no lo pudo aguantar»

Opinión
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Las dos lecciones de Mijaíl Gorbachov

El fallecido expresidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov | John Kringas (Europa Press)

El sexenio de Mijaíl Gorbachov, fallecido el martes en Moscú a los 91 años, fue una de esas raras anomalías que a veces plantea la historia. En este caso, la de un emperador que deshizo su imperio, extravió el poder y aceptó la ignominia frente a sus compatriotas en nombre de un bien mayor: la libertad y la paz mundial. 

Aunque es posible que esta lectura sea azucarada y rimbombate. En realidad, Gorbachov no quería ni disolver el comunismo, ni perder el imperio, pero así sucedió como fruto de sus audaces reformas, y de todos los tropiezos y accidentes que emanaron de las mismas. Una peripecia que nos dejó dos grandes lecciones.

La primera, que el comunismo, pese a sus proclamas, no es democratizable.

El objetivo final de los bolcheviques, en base a los análisis de Karl Marx, era la desaparición del Estado y de la propiedad privada. El comunismo no necesitaría gendarmes, ni ejército, ni recaudadores de impuestos. Sus ciudadanos habrían vencido las perversas dinámicas del capitalismo, conectando, por fin, con ese manantial de cooperación y altruísmo que todos llevamos dentro, y levantando la utopía ineludible, consecuencia natural de las fases históricas.

«Utilizaron las políticas públicas, la propaganda y el terror del Estado para destruir dichos vicios y despejar el camino»

Para alcanzar este paraíso, sin embargo, había que dar un empujoncito a las ignorantes masas. Y es aquí donde entraba la autodenominada «vanguardia del proletariado»: una serie de revolucionarios profesionales, la mayoría, paradójicamente, de buena cuna, que acelerarían los procesos conducentes a la Arcadia, un destino tan prometedor y luminoso que justificaría cualquier sacrificio.

O al menos esta era la idea. Allí donde las vanguardias tomaron el poder, descubrieron que las personas no iban a renunciar fácilmente a sus vicios burgueses, así que utilizaron las políticas públicas, la propaganda y el terror del Estado para destruir dichos vicios y despejar el camino al manantial de cooperación y buena fe que todos llevamos dentro. Como decía un eslógan en la puerta de un gulag: «Os guiaremos a la felicidad con puño de hierro». 

Es aquí donde el comunismo se dio con un muro insalvable. Los humanos no estaban diseñados para entrar al Jardín del Edén. Ni siquiera a punta de pistola. Es verdad que dentro llevaban una fuente de bondad, pero también de egoísmo, y ambas se mezclaban para formar el mundo claroscuro que nos rodea.

«Se demostró que solo una coerción masiva podía mantener el andamiaje del comunismo»

Cuando Gorbachov, en parte por idealismo, y en parte por renovar un sistema obsoleto, eliminó la censura, convocó elecciones y se negó a aplastar (con excepciones) las rebeliones en los países vasallos, la URSS no lo pudo aguantar. Se demostró que solo una coerción masiva podía mantener el andamiaje del comunismo. Una vez se renunció al control y a la violencia, el sistema se vino abajo.

La segunda lección es que las ambiciones imperiales de Rusia suelen ser mucho mayores que su capacidad para cumplir dichas ambiciones.

Una de las causas de la perestroika y del final de la Guerra Fría es que la URSS ya no podía más: donde Estados Unidos gastaba un 5% o un 6% del PIB, la Unión Soviética se volcaba entera. Aquellos misiles y aquellos millones de soldados desplegados por todo el continente euroasiático tenían un precio, proporcionalmente desorbitante, que luego dejaba el resto del país, empezando por sus tiendas, desabastecido.

Ese mesianismo panrruso no se resolvió adecuadamente en 1991. Lo vemos estos días en Ucrania. La renuncia al imperio en su versión territorial, clásica, recalcitrante, una píldora que tragamos amargamente los españoles y otros pueblos, sigue siendo una cuenta pendiente de Rusia.

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