La culpa la tiene la guerra
«Si los gobiernos están comprometidos a no ceder al chantaje ruso y mantener la ayuda a Ucrania, sería conveniente que evitaran echar la culpa de todo a la guerra»
La crisis económica, política y social que atravesó la Unión Europea durante la Gran Recesión de 2008 a 2013 desencadenó una preocupante ola de euroescepticismo. Las políticas de austeridad impuestas por Alemania y los países más frugales a sus socios menos disciplinados de la periferia contribuyeron a prolongar la agonía económica y social. Y los gobiernos más afectados por la crisis, en un intento de eludir la responsabilidad que sí tenían en la acumulación de preocupantes desequilibrios (véase en España el déficit público del 11% del PIB o el estallido de la burbuja inmobiliaria) que les hicieron más vulnerables a la crisis, prefirieron echar la culpa de todos sus males a Europa. Un discurso que de paso dio alas a los partidos populistas de los dos extremos del espectro ideológico, unidos en su rechazo a ceder soberanía a Bruselas.
La popularidad de Europa cayó a mínimos entonces. Y en gran parte fue debido a la irresponsabilidad de esos gobiernos. ¿Puede pasar algo parecido con el apoyo de los ciudadanos europeos a la defensa de Ucrania que hasta ahora ha sido mayoritario? El chantaje energético de Rusia al continente europeo en respuesta a las sanciones que le han impuesto los 27 ha presionado al alza los precios del petróleo y el gas. Y con ellos, los de los alimentos y bienes y servicios. Si bien ha sabido hacerse con fuentes de suministro alternativo y ha logrado reducir su dependencia considerablemente, Europa se enfrenta a un difícil escenario de policrisis... Las subidas de tipos de interés por parte de los bancos centrales para frenar esa escalada de precios han frenado en seco la recuperación. Sin que ya se pueda descartar la entrada en recesión de algunas economías, como es el caso de Alemania. Hace un día Bruselas rebajaba al 1% el crecimiento del PIB de España en 2023, cada vez más alejado del 2,1% previsto por el Gobierno de Sánchez.
Pero, como ocurrió en la crisis financiera de 2008, muchos de los desequilibrios, como la deuda pública, o de fenómenos como el desabastecimiento de materiales, que ha venido presionando al alza los precios desde la salida de la crisis de la pandemia, o vulnerabilidades como el error de depender energéticamente de un país tan poco fiable como ha demostrado ser Rusia, estaban ahí antes del estallido del conflicto. La cruel agresión rusa a Ucrania los ha exacerbado y puesto en evidencia, pero no es el origen de todos los males.
Cuando la nueva crisis económica en la que estamos entrando, la tercera en poco más de diez años (2008-13, 2020, 2023), tenga un impacto negativo en el empleo y en la actividad económica además de la inflación, el apoyo mayoritario de la ciudadanía europea a la defensa de Ucrania puede verse erosionado. De ahí la enorme responsabilidad de los Gobiernos. Si están comprometidos a no ceder al chantaje ruso y mantener la ayuda a Ucrania, sería conveniente que evitaran echar la culpa de todo a la guerra.
«A medida que se deteriore la situación económica en los próximos meses, se intensificará el ejercicio de desviar responsabilidades»
No vaya a ser que el conflicto sea también sea el responsable de que el Gobierno de Pedro Sánchez, a diferencia del también socialista Pedro Costa de Portugal, haya sido incapaz de alcanzar el necesario pacto de rentas que asegurara un mejor reparto de los costes de la inflación y evitara el riesgo de entrar en una espiral de aumentos de precios y salarios de la que será mucho más difícil salir, como ha advertido repetidas veces el Banco de España. ¿Y qué me dicen de la deficitaria gestión de los fondos NextGenEU? Poco tiene que ver con la guerra. Tampoco la abultada deuda pública que acumula España (116% del PIB) ni el hecho de que España tenga el déficit estructural (ese que es independiente del ciclo) más elevado de la eurozona. Dos desequilibrios que ahora, con el giro restrictivo de la política monetaria y la retirada de las compras de activos financieros por parte del BCE, que ha venido comprando casi toda la deuda emitida por el Tesoro español, sufrirán el escrutinio de los mercados. ¿Será culpa también de la guerra? ¿O tendrá algo que ver con la incapacidad de los sucesivos gobiernos de España para hacer las reformas necesarias que permitan asegurar la estabilidad fiscal del país a medio y largo plazo?
A medida que se deteriore la situación económica en los próximos meses, coincidiendo con las elecciones autonómicas y municipales y a finales de 2023 las generales, se intensificará el ejercicio de desviar responsabilidades. Y además de culpar a la invasión rusa de Ucrania, el Gobierno señale al BCE por el giro restrictivo de su política monetaria. Algunos representantes de Unidas Podemos ya lo han hecho. O eventualmente a la Unión Europea por, como se ha sabido esta semana, su intención de imponer una senda de disciplina fiscal a sus estados miembros. Una suerte de pacto de estabilidad fiscal hecho a la medida. Pero que exigirá una paulatina vuelta a la austeridad. ¿Nos olvidaremos tan pronto del generoso y prolongado apoyo de la autoridad monetaria (que hoy acumula en su balance 410.000 millones de deuda española) o de los 140.000 millones de euros que está recibiendo España de la UE, la mitad a fondo perdido? No es descartable.