Diabólica compraventa de bebés
«Esto del vientre de alquiler es llevar el poder del dinero y la necesidad de las mujeres pobres demasiado lejos. Lo más parecido a la compraventa de órganos»
Es diabólica la idea de que una mujer se quede embarazada con semen de un hombre o el óvulo de otra mujer a los que no conoce, para gestar a un niño que, nueve meses después, en cuanto dé a luz, le entregará a su o sus padres legales, y todo ello a cambio de una estipulada cantidad de dinero, que ronda los cien mil dólares. Esto es literalmente comprar y vender vidas de bebés. En España es ilegal, pero no así en otros países. Como Estados Unidos, adonde ha ido a comprarse un hijo una actriz pésima y ya vieja, como hizo en su día su amigo de juventud, un musicante amanerado cuyo gran mérito en la vida ha sido, como ha repetido hasta la saciedad, sentarse cuando era niño en las rodillas de Picasso.
Esto es llevar el poder del dinero, la ley del mercado de oferta y demanda y la necesidad de las mujeres pobres demasiado lejos. Lo más parecido a la compraventa de órganos.
La cosificación del vientre de alquiler, esta explotación del cuerpo de la mujer «donante», es tan verdaderamente escandalosa como extravagante la egolatría de los tipos acaudalados –como la pésima actriz y el musicante cursi- que obtienen así hijos dotados de sus genes, en un mundo donde, además, no faltan sino que sobreabundan los huérfanos desamparados y anhelantes de figuras paternas. Extraña mucho que las autoridades de la Iglesia católica, por norma general tan puntillosa y exigente en la vigilancia de lo que hacen sus fieles con sus propios cuerpos –si abortan, si usan condón, si se acuestan dentro o fuera del matrimonio o con individuos de su mismo sexo-, no emita un edicto de excomunión fulminante, con condena inmediata a las calderas del infierno, contra los responsables de semejante aberración.
«Todo lo que parezca raro y entretenido es acogido entre nosotros con vaga curiosidad simiesca»
Y también parecería curiosa la indiferencia y hasta simpatía de la sociedad española para los culpables de estas prácticas tan desviadas, si no supiéramos ya que la tolerancia de nuestra sociedad no admite en el mundo parangón. Ciertamente vivimos en el paraíso de la tolerancia, si no de la indiferencia. Todo lo que parezca raro y entretenido es acogido entre nosotros con vaga curiosidad simiesca, con perplejidad simpática. Solo así se explica la sostenida popularidad y carácter de sex symbols de personajes como la actriz y el musicante, que no sólo notoriamente han cometido esos abusos de poder en Estados Unidos, pero pueden andar libres de todo cargo penal en España, sino que –ya es hora de denunciarlo, se ha desbordado el vaso de mi paciencia- llevan décadas infectándonos impunemente con sus subproductos pseudo culturales.
Porque de las canciones del musicante no se salva ni una, y sus modos en el escenario y sus declaraciones sobre la covid y las vacunas son de una necedad e irresponsabilidad sulfurantes; y las repetidas apariciones televisivas de la actriz son de pesadilla, tanto en series casposas como en campanadas de Navidad e incluso, si se me apura, en aquellas sesiones fotográficas o posados en bikini que infamaban el principio de cada verano. No tiene nada de extraño que dos generadores de basura tóxica como ellos coincidan en la práctica de la gestación subrogada, y desde aquí les deseo que, cuando sus hijos crezcan, les repudien.
Parece que el Partido Popular, no teniendo temas más interesantes en qué entretenerse, ha emitido una declaración en la que se muestra partidario de legalizar la gestación subrogada en los casos en que no medie un interés económico. Pero bueno: ¿hay alguien con dos neuronas en ese partido? ¿De verdad quiere alcanzar el poder? ¿En qué cabeza cabe que una mujer joven, por norma general oriunda de algún país centroamericano, quiera, por puro altruismo, llevar adelante un embarazo durante los nueves meses, para, al final del proceso, entregar la criatura y los derechos y deberes de maternidad a otra persona, sin interés económico?
Urge la intervención de la fiscalía para enchironar a esos desalmados compradores de niños. Que los ponga a la sombra y no tengamos que oír hablar nunca más de ellos: ni oír en el supermercado o en el bar las canciones del musicante yonqui, ni ser sorprendidos por las apariciones deprimentes y grotescas de la actriz en el televisor.