THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Las amargas lágrimas de Ana Obregón

«Tanto el aborto como la gestación subrogada son problemáticos por el hecho de que en ambos casos entran en juego los intereses de un tercero»

Opinión
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Las amargas lágrimas de Ana Obregón

Ana Obregón.

Hace unos días tuve la oportunidad de visitar la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, situada en el downtown de la formidable ciudad californiana de —casi— el mismo nombre y firmada por el español Rafael Moneo. Dejando los matices para el especialista, la nave interior resulta imponente gracias a su equilibrio majestuoso entre las alturas celestiales y los ornamentos terrenales, en particular unas lámparas colgantes que parecieran venir del cielo. Allí no caben multitudes; tampoco hace falta: cuando entré, una enérgica mujer tocaba el órgano ante los bancos vacíos, como si lo hiciera para la divinidad. En una pequeña capilla lateral, sin embargo, un joven latino se reclinaba sobre un banco, con las manos apretadas y la cabeza sobre ellas; rezaba con tal intensidad que uno se figuraba por lo menos una desgracia. Y entonces me acordé de Ana Obregón.

Su decisión de convertirse en madre a los 68 años, adquiriendo una hija en Miami, ha reabierto el debate acerca de la gestación subrogada: lo natal es político. La actriz ha declarado que ser madre otra vez —aun por persona interpuesta— le permitirá superar el dolor causado por la muerte prematura de su hijo biológico: «Nunca más volveré a estar sola». No hace falta recordar, ahora que estamos en plena Semana Santa, que una mater dolorosa es la viva imagen del desgarro; la variación casi kitsch que introduce Obregón nos aproxima al terreno del melodrama estilizado de Sirk o Fassbinder. A pesar del prestigio contemporáneo de que goza el sufrimiento personal, la reacción del público no ha sido esta vez del todo favorable. Es posible que en el inconsciente colectivo opere una distinción elemental entre las víctimas del destino y las víctimas del sistema: de las primeras se espera una cierta resignación de orden cristiano, mientras que las segundas han pasado a ser rebeldes profesionales.

Algunas comentaristas han objetado que nadie se quejó cuando el padre de Julio Iglesias —alias Papuchi— fue padre con 80 años; creo recordar que el escritor Saul Bellow hizo un alarde genesíaco similar. Y es verdad. Pero eso no es lo mismo que traer en solitario un hijo al mundo frisando la setentena: lo que nace es alguien que con gran probabilidad será huérfano antes de cumplir los treinta. Dicho esto, tampoco resulta fácil establecer un límite; hoy abundan las parejas —y las madres solteras— que se reproducen bien pasados los 40, lo que también sitúa al vástago en una posición singular. Por otro lado, Obregón ha dejado claro que su motivación es puramente egoísta: quiere dejar de sufrir y esta instrumentalización nos resulta intuitivamente objetable. Asunto distinto es que los hijos se tengan por motivos altruistas: no es raro oír que nos acompañarán en la vejez y no pocos matrimonios buscan en ellos una mayor plenitud existencial. También hay abuelos que se terminan haciendo cargo de sus nietos; hay de todo.

«El reproche suele dirigirse —aunque ya menos— contra quien no tiene descendencia»

No obstante, el reproche suele dirigirse —aunque ya menos— contra quien no tiene descendencia. Pero dejar de traer al mundo a quien no existe está lejos de ser un mal; en cambio, podríamos discutir si lo contrario —hacer nacer— es un bien. Hannah Arendt situó el concepto de natalidad en el centro de su teoría política y no cabe duda de que los niños revitalizan los contextos en que aparecen. En el extremo opuesto se sitúan los filósofos antinatalistas, para quienes reproducirse es injusto con los que nacen: tarde o temprano sufrirán en este valle de lágrimas. Desde este punto de vista, Ana Obregón habría tomado una decisión contradictoria con una experiencia personal que le ha enseñado que la vida está abierta sin pausa a la posibilidad de la desgracia.

Para que una mujer tenga un hijo a los 68 años, claro, necesita el cuerpo más joven de otra. De ahí que los enemigos de la gestación subrogada hayan empleado este caso para renovar su denuncia, sin por ello haber resuelto la contradicción habitual que consiste en defender que la mujer es libre para hacer con su cuerpo lo que le plazca salvo prostituirse y gestar por razones altruistas o comerciales. Si aplicamos el célebre «principio del daño» formulado por el filósofo John Stuart Mill, que con los matices que se quiera constituye la mejor guía para evaluar los usos y abusos de la libertad en las sociedades liberales, tanto el aborto como la gestación subrogada son problemáticos por el hecho de que en ambos casos entran en juego los intereses de un tercero. Y si la regulación del aborto en las democracias se ha resuelto afirmando que ese tercero solo existe pasado un tiempo de embarazo, la gestación subrogada no admite esa posibilidad: el niño nace o no nace. Pero la solución política será parecida: dentro de ciertos límites —quizá la edad del progenitor llegue a ser uno de ellos— corresponderá a cada individuo decidir con arreglo a su conciencia lo que sea moralmente correcto en este terreno pantanoso como la vida misma.

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