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Tadeu

Ana Obregón o el arte de ser abuela

La ‘performance’ de esta semana no la mejora ni la Inmaculada Concepción

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Ana Obregón o el arte de ser abuela

Ana Obregón. | Víctor Ubiña

Ha estado preñada sin estarlo —que ya es milagro— y ha dado a luz sin darle al interruptor. La performance de esta semana no la mejora ni la Inmaculada Concepción. Dos en uno, baraka y show, en el país del SÍ SE PUEDE, que decía aquel zumbón, donde el 80% se muestra muy favorable a la gesta de «la mujer que tal vez compartió cama con el ex futbolista  David Beckham».  Uno no siempre es el ombligo de la tierra.

Ha sido apenas un pequeñísimo anticipo, un mero ¡Hola, chicos!

Más pronto que tarde, ¿qué apostamos…?, tendremos a la estríper de Ana y los 7 (¡Dios no lo permita!) haciendo la gran turné de los platós. ¡Éxito extrauterino garantizado! Esta beata non vergine & non dolorosa, pillada por contrato todita de blanco en su sillita de ruedas Mother Baby Chariot a la salida del Memorial Regional Hospital de Miami, con su tocayita en bracitos es —por una vez, cual reloj parado, aciertan dos veces las ministras abadesas— una aberración existencial y una forma particularmente agravada de violencia de género. Sí. Pero no contra la más o menos altruista anónima que sólo dijo sí es sí… si la bolsa suena, sino contra la pequeña Ana (ay, el más bello y escueto palíndromo de la onomástica en español).

Lo explico. Llegará el día en que, tropezándose con el reforzaje en exclusiva del ¡Hola! en el ciberespacio, esa hemeroteca borgiana infinita, o con según qué comentario en el patio de la escuela (los niños, por mucha tabula rasa, son malos por naturaleza) Anita se pregunte quién fue el espermatozoide, y peor aún, cuando se vea en brazos de la mujer madura, quién la niñera con gafas negras que la sostenía ante los flashes, recién aterrizada al mundo del papel cuché. Hay estigmas que ni el dinero ni las terapias pueden cicatrizar. Pero España es un pueblo solidario:#TodosSeremosAnita

Pero lo que de verdad tiene enrabietada a media España, no se engañe nadie, es el sempiterno deporte nacional de la envidia y del agravio comparativo. En plata: que la Obregón no haya tenido que o bregar (predestinada) con un embarazo complicado de madurita como Dios manda, o bregar (predestinada) con los dolores de un parto según los cánones, ni con ninguna otra servidumbre de la maternidad. Y es que ah, aaaamigos, eso sí que en España NO se puede. Vale el que inventen ellos, pero no para  que den a luz así las celebrities de la Derecha Divine. Nanay de los nanays. Eso no lo quiera la gente, esa que hay dondequiera de vas. 

Pero subyace otro crimen, más epistémico si cabe, planeando invisible sobre el imaginario colectivo: Ana née García Obregón no es una lunática: es bióloga de formación (amén de lista y empresaria de éxito), y a nadie se le escapa que habrá sabido elegir cuidadosamente los ingredientes del muestrario ADN californiano (caucásica/elevado IQ/ piel de porcelanosa/ ojos que te quiero Verdes/una pizca de pelo afro para compensar y por aquello de la fotogenia y así seguido).

 Y ahí es donde duele: hasta hoy mismo tener un hijo era una lotería genética, un enfrentarse al velo de ignorancia, como dice Habermas. Ese velo que impide a uno saber cómo será el retoño que trae al mundo que ha de helarle el corazón; esa reconfortante posibilidad estadística de que un pobre pueda engendrar a un Amancito Ortega o un rico del Ibex 35 a un destripaterrones. ¡Justicia poética!, braman los que no saben ni de la una ni de la otra.

No han entendido nada: Ana Obregón no ha querido dar la campanada a deshora, ni siquiera ha deseado resucitar, pasando del «estoy muerta, no siento nada» de hace un par de semanas al fiat lux de «no estoy sola, he vuelto a vivir», su enternecedor  I’ll never walk alone. No. Su proyecto vital es mucho más ambicioso, más propio de un Elon Musk: la clonación. 

«Hasta hoy mismo tener un hijo era una lotería genética, un enfrentarse al velo de ignorancia»

Dejó dicho Albert Camus, en el arranque de El Mito de Sísifo, ese héroe al que debíamos imaginar feliz en su ir y venir empujando un pedrusco por la ladera, que no hay más que un problema verdaderamente serio: juzgar si la vida vale o no vale la pena ser vivida, la pregunta fundamental de la filosofía. Hoy la pregunta sería si merece ser vivida eternamente. Ana Obregón lo tiene claro.

Coda:

Menos mal que en este país existe (todavía) una aldea de irreductibles Ciudadanos. Por fin han conseguido que se repare en uno de los puntos de su oferta programática: el alquiler de vientres pero con rostro humano y para subrogantes de 25 a 45 años (la tan deseada y añorada edad para votantes lactantes). Gracias, Ana y Anita.

El cuestionario maldito:

¿Ha leído El arte de ser abuelo de Victor Hugo? – Lo tengo pendiente para cuando sea abuela.

¿De quién era el espermatozoide? – Mamma mia, ¡pregúntenle a Meryl Streep…!

¿Y el óvulo? – Estudié biología por algo.

¿Si hubiese sido niño, qué nombre le habría puesto? – La duda ofende.

 ¿Ayuda todo esto a la causa? –He querido simplemente elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es plenamente normal.

¿Qué le diría a Echenique y su cuento de la criada? –Que Dominga tampoco vino de París, Francia.

¿Y a Espinosa de Los Monteros («No tenemos una posición sobre la gestación subrogada en madres de 68 años») ? – Que me llame.

¿Y a Sánchez?  – Que lo mío fue más limpio que con su pequeñito Frankenstein. 

 ¿Cuándo piensa volver a España? – La llevo siempre en mi corazón.

 ¿Habrá parejita? –¿Qué apostamos?

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