THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

Confusión en la izquierda

«Si Sumar se convirtiera en un partido socialista de izquierdas y no en un partido populista más, el PSOE podría volver a ser el partido socialdemócrata que fue»

Opinión
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Confusión en la izquierda

Yolanda Díaz e Irene Montero durante la manifestación del 1 de Mayo.

Hubo un tiempo no lejano en que la distinción entre fuerzas democráticas de derechas y de izquierdas estaba bastante clara. En realidad, se trataba simplemente de sopesar cuales eran los valores a los que daban mayor importancia, si a la libertad individual o a la igualdad social.

Expresándonos en trazos gruesos, quienes optaban por dar preferencia a la libertad eran de derechas y los que a esta le anteponían la igualdad eran de izquierdas. Norberto Bobbio lo escribió muy clarito. Unos terceros, los socialdemócratas o social-liberales (como el mismo Bobbio) no creían que ambos valores fueran incompatibles sino, al contrario,  para que cada uno fuera realmente efectivo debían combinarse de forma complementaria: la «igual libertad» de las personas era el valor que debía ser protegido.

En las democracias europeas occidentales convivían todos estos sectores: se les denominaba generalmente izquierda, centro y derecha. Los tres eran reformadores y no revolucionarios, hablaban un mismo lenguaje, aceptaban el imperio de la ley y la democracia representativa, mediante pactos solían llegar a acuerdos: una vez cedían unos, otras veces otros. Su peso electoral, reflejado en la composición de las cámaras parlamentarias, les daban en unos casos la ocasión de gobernar, en otros de ejercer como oposición en sus distintas formas. 

Pactar acuerdos puntuales o de Estado, dar apoyos condicionados pero estables a un determinado ejecutivo, formar gobiernos de coalición, son formas habituales de hacer política, de integrar distintas ideas e intereses siempre que los sujetos de estos pactos tengan un cierto grado de homogeneidad ideológica y, por supuesto, los acuerdos se mantengan dentro del  marco establecido por la Constitución.

«Desde 2018, si no antes, estamos en la confrontación y no en la integración»

Sobre esta base común se construye la democracia representativa, un sistema de diálogos entre los actores políticos, tanto en el seno de las instituciones como de la opinión pública, cuya finalidad es, en todo o en parte, llegar a acuerdos o a desacuerdos, siempre tras un debate  público. En este sentido, la democracia representativa debe ser una democracia de integración, no de confrontación permanente

Sin embargo, por lo menos desde 2018 si no antes, estamos en la confrontación y no en la integración. Nuestros dos grandes partidos no se ponen de acuerdo ni siquiera en quién debe ser el ministro que ocupe la tribuna presidencial en la celebración del día de la Comunidad de Madrid: como no dialogan tampoco llegan a acuerdos razonables y el espectáculo resulta ridículo y grotesco. Pero es grave como síntoma: significa que hemos llegado al desacuerdo hasta en esas miserias protocolarias.

El problema no está en las instituciones, en general bien diseñadas, sino en el mal uso que los partidos hacen de las mismas. Y en el centro de la cuestión, volviendo al comienzo de este artículo, está el hecho de que  la antigua distinción derecha/izquierda, con zonas grises e  intermedias, ha variado sustancialmente y en ello la responsabilidad recae, a mi parecer, de forma muy especial a la izquierda.

En efecto, la izquierda clásica, la de la libertad política y la igualdad social, con el acento en esta última, se consideró, ya en tiempos de Rodríguez Zapatero, que debía ser modernizada y se introdujeron dos elementos nuevos y perturbadores, la memoria histórica y las identidades colectivas, ambos elementos ajenos a las ideas de izquierda pero que en sus dosis justas se hubieran podido asimilar sin traumas. Pero la ley que reguló la denominada memoria histórica, concepto por cierto harto confuso, se convirtió en un retorno a los viejos demonios, al recuerdo de la guerra civil como arma política, a una España de buenos y malos, de franquistas y antifranquistas. Lo superado en la Transición volvió a ocupar un lugar en la política española.

Por otro lado, las exigencias catalanas de un nuevo estatuto dieron lugar a una vuelta -preparada con mucha antelación- a las identidades colectivas como armas del combate político. De repente, parecía que España era el conjunto de 17 identidades colectivas, tantas como comunidades autónomas. Se olvidó la idea federal y empezó a asomar un vago confederalismo, como si la Constitución fuera una ley con aroma de tratado, un acuerdo político más que una norma jurídica que nos debía dar seguridad. El ensayo acabó mal, con varias inútiles reformas estatutarias y un nuevo estatuto catalán que enfureció a buena parte de los catalanes, contribuyó al desprestigio del Tribunal Constitucional y fue el germen de lo que más adelante acabaría en un golpe de Estado. Las imprudencias se pagan y el Gobierno Zapatero fue muy, pero que muy, imprudente. Quizás sin darse cuenta.

«El populismo es una estrategia para llegar al poder al precio que sea»

La crisis económica de 2008 podía reconducir la situación si se hubiera centrado en las candentes cuestiones financieras y se hubiera llegado a un gran pacto entre PSOE y PP en el marco de las políticas marcadas por la Unión Europea. Pero sucedió lo contrario: los socialistas fueron asediados desde un nuevo partido populista, surgido de las protestas contra la crisis económica, que les acomplejó y, en lugar de reafirmarse en sus ideas socialdemócratas, a la larga, con Pedro Sánchez al frente, les acabó contagiando.

El populismo, como es sabido, no es la izquierda, es otra cosa distinta.  El populismo es una estrategia para llegar al poder al precio que sea, especialmente con fuertes dosis de demagogia y una simplificación de las cuestiones complejas que le conduce siempre a soluciones equivocadas. Argentina sabe mucho de esto desde los tiempos de Perón, también otros países latinoamericanos. 

Para llegar al poder, un PSOE podemizado por Sánchez y los suyos acentuó los rasgos ya presentes en la etapa de Zapatero. Respecto a las políticas de identidad, en el plano nacionalista Podemos propuso el derecho a la autodeterminación de los pueblos; en el plano del derecho a la no discriminación de la mujer se pasó del feminismo de la igualdad al de la identidad y a las llamadas políticas de género. 

Respecto a la memoria histórica se dio un paso más y se empezó a considerar en serio, o al menos no se negó rotundamente, que la Transición fue un grave error, que el acuerdo que supuso debía ser rectificado, con lo cual se puso en cuestión la legitimidad democrática de la misma Constitución, ese sistema constitucional al que se denominó Régimen del 78. Con todo ello, los separatistas vascos y catalanes se frotaron las manos, aún no han parado.

«Optar por una economía intervenida y subvencionada es más populista que socialdemócrata»

Por otro lado, este Gobierno de un PSOE podemizado tendió a aceptar la típica consigna populista de que la democracia es simplemente votar, dejando de lado elementos cruciales como son el parlamentarismo y la división de poderes. Ello se ha reflejado en la decadencia progresiva del debate en las Cámaras y los intentos de controlar a jueces y fiscales. Por otro lado, en el plano económico, la solución de optar por una economía intervenida y subvencionada es más populista que socialdemócrata.

Me irrita, porque lo creo profundamente equivocado, que a Podemos se le califique de extrema izquierda: no lo puede ser porque no es ni siquiera de izquierdas -la de la libertad y la igualdad, recordemos- sino es simple populismo, peronismo si quieren llamarlo así. Para llegar y mantenerse en el poder no tienen prejuicio alguno en ser intervencionistas en economía, nacionalistas y feministas identitarios, republicanos para cargarse la Constitución, antiparlamentarios para controlar todo el poder desde el ejecutivo. Todo a la vez, en un deleznable batiburrillo intelectual y moral. 

Pero que el PSOE haya comprado esta mercancía tan barata y averiada es lo más grave, es lo que a ojos de algunos da a Podemos, a los nacionalistas clásicos (ERC, Bildu, PNV, Junts, etc.) y a este séquito de contornos imprecisos que forman IU, los Comunes, Más País, Compromís, etc., una pátina de seriedad cuando son la confusión misma. Sólo el Sumar de Yolanda Díaz, si no es una sopa de siglas como parece por ahora, podría formar un partido de izquierdas a la izquierda del PSOE, pero no confío en ello  dado el camino que está emprendiendo la vicepresidenta segunda.

Si así fuera, si Sumar se convirtiera en un partido socialista de izquierdas y no en un partido populista más, tal como parece, el PSOE podría volver a ser el partido socialdemócrata que antaño fue, en aquellos viejos tiempos de González y Guerra. De momento, todo es confusión

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