THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

Contra el columnismo literario (y 2)

«La crítica al columnismo literario nada tiene que ver con la crítica a escribir bien. Te convierten en columnista literario los demás, no el convencimiento propio»

Opinión
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Contra el columnismo literario (y 2)

Unsplash.

Daba ya por zanjado el tema al más puro estilo columnista (del normal, el de infantería; no el de voluta, puñeta y pluma de ganso), es decir: «Aquí mi opinión, aquí unos lectores. Cualquier cosita, cartas al director, que yo no he venido aquí a hacer amigos. Aire». Expuestas estaban ya mis ideas sobre el columnismo literario y adiós muy buenas. A otra cosa. A la última ocurrencia de Irene Montero o la compra de votos en Mojácar o donde sea. Será por temas de los que hablar, si la actualidad no nos la acabamos. Pero a los berrinchitos más o menos explícitos, mejor o peor disimulados y gestionados, se ha sumado una columna de Alfonso J. Ussía, vecino en estas páginas (¿se llaman páginas las loquesea de un diario digital?). Y no es que yo me dé por aludida con facilidad, más bien al contrario, pero es que sus palabras enlazaban directamente a las mías y eso es, al ciberespacio, como que en Gran Vía te señalen con el dedo apuntando a tu nariz mientras le dan un codazo al acompañante. Me remango y salto al barro.

Querido Ussía, te comento:

Por poner un poco de orden, aclararemos en primer lugar el punto desde el que partir. Imprescindible compartir código o el debate será complicado, por un pequeño, pero determinante, problema de inconmensurabilidad. Así pues, apunta: la crítica al columnismo literario nada tiene que ver con la crítica a escribir bien. Son dos cosas distintas. Estaremos de acuerdo, intuyo, en que para escribir columnas en un medio de comunicación lo mínimo es escribirlas bien. También es cierto que vivimos tiempos extraños donde uno a veces se encuentra en formato columna lo que no debería haber pasado de ocurrencia en redes. Yo en eso soy implacable: abandono inmediatamente un texto, por corto que este sea, al primer anacoluto o coma mal puesta. Si falta la del vocativo, memorizo el nombre del autor y no vuelvo jamás. Más de dos citas por columna me parece una falta de respeto. Convengamos pues, y avancemos, que no todas las columnas bien escritas son columnismo literario pero sí todas las columnas publicadas, al menos las de las firmas que merecen respeto, están bien escritas.

Discrepo contigo en que lo único que separa la noticia de la opinión sea la literatura. Creo que lo único que lo separa es, precisamente, la opinión. La propia y particular del columnista. Y eso es precisamente lo que yo le pido: un punto de vista propio, una manera especial de observar la realidad, un argumento que me haga cuestionar mis ideas, un dato que sacuda mis convicciones. Lo de menos es que yo, al terminarla, cambie de opinión. Porque puede no convencerme aunque su razonamiento esté bien hilado, o tal vez el mío es firme y continúa sin verse comprometido. Su función no sería esa, pero sí la de hacerme pensar.

«No quiero acabar la columna preguntándome qué cojones me han querido contar»

Y, desde luego, la de abordar un tema, llamémosle universal, que interese al lector, no tan solo al autor, amigos y familiares. Debería tener vocación de interés general, aún las menos pegadas a la actualidad, no de mero y vacuo ejercicio autosatisfactorio de estilo o de ditirambo al peso para solaz de los afectos. Con su puntito de estilo y su puntito de análisis, si puede ser. 600 palabras (palabra más, palabra menos) bien colocadas una detrás de la otra para hacerme llegar una idea, una reflexión, un hallazgo. Algo. No quiero acabar la columna preguntándome qué cojones me han querido contar, a quién importa eso o dónde remito la reclamación por los minutos de vida perdidos y el importe de mi suscripción. No confundamos el columnismo con blondas con el columnismo literario.

No me siento, te diré, abrumada por ningún peso de la tradición. A los grandes del columnismo literario (a los que citas en tu lista y a los que no) los admiro (a algunos de tu lista no, lo confieso) pero no me siento ni parte de ellos, ni heredera, ni continuadora. Por una razón muy sencilla: porque creo que el epígrafe de «columnismo literario» es algo que no se coloca uno mismo por mera voluntad. No llegamos a la tecla diciendo «voy a hacer columnismo literario» como no se cambia el devenir de las letras en castellano apretando fuerte los puñitos y diciendo con determinación «si puedo soñarlo, puedo lograrlo». Eso lo evalúan otros.

Nosotros podemos venir a desempeñar un oficio, el del columnismo, y poner todo el esfuerzo en hacerlo lo mejor posible. Golpe a golpe, columna a columna. Pero serán otros, y probablemente dentro de algún tiempo (desde luego no a la primera columna ni a la tercera, ni probablemente a la quincuagésima) los que digan con autoridad que aquello que hicimos sigue valiendo la pena ser leído y es, ahora sí y por méritos propios, columnismo literario. A eso me refiero cuando me pongo hiperbólica y digo que el columnismo literario no existe: a que no existe en presente y solo por convencimiento propio. A que a uno le convierten en columnista literario los demás, no responde únicamente a una íntima autodeterminación. Ojalá: yo me pido top model, millonaria y estrella de la canción ligera.

Ussía, querido, resolvamos esto como se deberían resolver todas las cosas: elige arma y padrino.

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